Europa cede ante Trump, por César Leo Marcus
La OTAN acepta elevar el gasto militar al 5% del PIB de cada país miembro

La reciente cumbre de la OTAN, celebrada en La Haya, Países Bajos, los días 24 y 25 de junio de 2025, marcó un hito histórico y controvertido. Los 32 países aliados acordaron un nuevo objetivo de gasto en defensa: destinar el 5% del PIB a la seguridad común antes de 2035, más del doble del umbral de 2% vigente hasta ahora.
Esta decisión, tomada bajo fuerte presión de Estados Unidos, implica 3,5% del PIB para “defensa dura” (tropas, armas y equipos militares) y otro 1,5% para inversiones en áreas relacionadas (ciberseguridad, infraestructura crítica, movilidad militar, etc.).
El acuerdo, impulsado por Washington, ha sido recibido con aplauso por unos y
escepticismo por otros, pues compromete a Europa a un esfuerzo financiero sin precedentes en plena era de incertidumbre geopolítica.
Un hito histórico
El papel de Donald Trump fue determinante en la negociación, ya que llevaba meses exigiendo públicamente que los aliados europeos incrementaran drásticamente sus presupuestos militares, pasando del 2% acordado en 2014 al 5% del PIB. Recordemos que fue Trump quien originalmente planteó la cifra del 5% y quien finalmente logró que se incluyera en la agenda de la cumbre.
Trump llevaba años tachando a los europeos de “free riders” (polizones), por gastar poco en defensa y acusándolos de aprovecharse del paraguas de seguridad de Estados Unidos.
Sus críticas no eran solo retórica. Ya en la cumbre de la OTAN de 2018 había amenazado con retirar a Estados Unidos de la alianza si los miembros no aumentaban el gasto. La táctica de Trump en La Haya combinó dureza negociadora y ultimatums velados, obligando a los aliados europeos a firmar el acuerdo del 5%.
El triunfo de Trump no estuvo exento de letra pequeña y concesiones para sortear las resistencias europeas. El acuerdo final incluye la meta agregada del 5%, pero con “flexibilidad constructiva” en la redacción. En vez de afirmar que “todos los aliados” cumplirán ese porcentaje, el texto dice simplemente “los aliados se comprometen”, una ambigüedad introducida a instancias de España.
Esta sutileza semántica abrió la puerta a interpretaciones menos estrictas. De hecho, en la práctica hasta Estados Unidos se autoexcluyó del nuevo listón. Trump dejó entrever que el objetivo del 5% “no se aplicará” a su país, argumentando que Washington ya carga con suficientes gastos y sacrificios. Cabe recordar que el presupuesto de defensa de EE.UU. ronda el 3,3% del PIB.
Motivos geopolíticos
Detrás de la decisión de elevar tan drásticamente el gasto en defensa subyacen poderosas motivaciones geopolíticas compartidas, al menos en público, por los gobiernos europeos. En primer lugar, la guerra de Ucrania actúa como catalizador. Más de tres años después de la invasión rusa, la sensación de amenaza en el este de Europa se ha disparado.
La OTAN advierte que Rusia sigue dispuesta a emplear la fuerza militar para lograr sus objetivos, incluso contra la propia alianza si se diera la ocasión. A mediados de junio el secretario general de la OTAN, el holandés Mark Rutte, alertó que “Rusia podría estar lista para agredir a la OTAN en un plazo de cinco años”.
Europa teme que, si no demuestra mayor compromiso financiero, Washington pueda a su vez reducir sustancialmente su presencia militar en suelo europeo o incluso “dejar en la estacada” a algún país incumplidor en caso de agresión
Durante este segundo mandato de Trump, ese temor se ha acrecentado. “América no puede estar en todas partes todo el tiempo, ni debería”, declaró recientemente el secretario de Defensa estadounidense, Pete Hegseth, aludiendo a la necesidad de que Europa asuma más carga.
Europa saca la chequera
El salto al 5% del PIB en gasto militar plantea enormes interrogantes económicos para Europa. Ningún país aliado está hoy en ese nivel de inversión en defensa. Según datos de la propia OTAN, el gasto conjunto de los aliados apenas alcanzó el 2,61% del PIB en 2024. Solamente diez de los miembros cumplieron el 2% mínimo previo. Alcanzar el nuevo listón supondrá movilizar cientos de miles de millones de euros adicionales cada año. Un análisis estima que solo los países
de la Unión Europea (UE) que pertenecen a la OTAN tendrían que gastar 613.000 millones de euros más anualmente para acercarse al 5%. Lograr el subobjetivo de 3,5% en “defensa dura” implicaría sumar 360.000 millones de euros extra por año.
Estas cifras astronómicas equivalen a entre el 3% y 4% del PIB europeo, comparables al coste de cerrar la brecha de inversión en políticas climáticas, sanitarias y sociales en la UE. No es de extrañar entonces que muchos observadores adviertan sobre dilemas de prioridades:
“Si los gobiernos pueden plantearse subir la defensa al 5% del PIB, ya no pueden decir que ‘no hay dinero’ para reforzar la sanidad, la educación o la transición verde”, señala el analista Sebastian Mang en un informe crítico.
En paralelo, 19 líderes europeos (incluido Pedro Sánchez, el presidente del gobierno de España) pidieron habilitar al Banco Europeo de Inversiones (BEI) para que financie directamente a la industria armamentística europea. Esto
implicaría levantar la prohibición que impide al BEI prestar fondos para material bélico, posibilitando, por ejemplo, créditos para fábricas de munición o misiles.
La propia presidenta de la Comisión Europea Ursula Gertrud von der Leyen se
mostró abierta a esa reforma, consciente de que Europa fabrica hoy “muy pocas armas” por sí misma.
El negocio de Trump
Un problema estratégico para los europeos es que, ese dinero puede acabar engrosando las arcas de los contratistas estadounidenses. Actualmente cerca del 70% del equipo militar adquirido por países europeos procede de empresas estadounidenses.
Compañías estadounidenses gigantes como Lockheed Martin, Raytheon (RTX) o General Dynamics dominan segmentos clave, como los cazas de combate, defensa antiaérea, helicópteros o misiles, en donde la oferta europea es limitada. Conscientes de la oportunidad, se lanzaron a captar contratos en suelo europeo. En la feria Paris Air Show de junio, altos ejecutivos de Lockheed ofrecían nuevos sistemas de defensa al Reino Unido, que planea comprar más cazas F-35 y anunciaron planes para abrir centros de producción en Europa.
Washington no oculta su satisfacción. Los aliados de la OTAN son “el principal cliente” de la industria de defensa estadounidense, y un incremento masivo del gasto militar beneficiará a las empresas de EE.UU., provistos ahora de chequeras abultadas. En otras palabras, Trump no solo buscaba un reparto más “justo” de cargas, sino también crear un boom de demanda para las armas de su país.
Europa intenta mitigar esa dependencia fomentando proyectos propios y compras conjuntas de armamento hecho en Europa. Por ejemplo, cuando la UE aprobó recientemente un paquete de 150.000 millones de euros en préstamos para rearmarse, impuso como condición que al menos el 65% de los componentes se fabricaran dentro del continente, incluida la industria ucraniana.
Igualmente, en la cumbre de Bruselas previa, los líderes acordaron impulsar un escudo antimisiles europeo, propuesto por Polonia, y otros desarrollos tecnológicos comunes, para que parte del aumento del gasto se traduzca en capacidad industrial local.
No obstante, a corto plazo, la realidad es que no existe en Europa producción suficiente para satisfacer la avalancha de demanda militar que se viene. El propio Mark Rutte reconoció en La Haya que “no hay ni de lejos suficiente oferta para cubrir nuestro aumento de demanda, ni a uno ni otro lado del Atlántico”. Admitió que tanto EE.UU. como Europa deberán multiplicar la fabricación de armas.
La sombra de China
Otro ángulo crítico es cómo encaja esta militarización de Europa en el tablero mundial, especialmente respecto a China. Llama la atención que, en la estrategia aprobada, apenas se mencione el papel de China, a pesar de ser la segunda potencia militar y económica del planeta. La OTAN había reconocido en su Concepto Estratégico 2022 que el ascenso chino es “un desafío que hay que abordar”, pero la narrativa de esta cumbre se centró abrumadoramente en Rusia.
En consecuencia, China, gran potencia emergente y cada vez mayor productor de armamento, quedó en segundo plano deliberadamente. Sería “la gran omisión” del acuerdo.
Por lo tanto, el esfuerzo del 5% se justifica por Putin, pero apenas se discute qué hacer con la creciente influencia militar de China, que dedica alrededor del 1,7% de su PIB al gasto militar. Esto, en términos absolutos, la sitúa ya como uno de los mayores inversores en defensa del mundo (250.000 millones de dólares anuales).
Si los europeos cumplen la meta de invertir el 5% de su PIB en defensa, en 2035 muchos de ellos estarían gastando proporcionalmente más del doble que
China, una situación llamativa si se considera que el gigante asiático es visto por
Estados Unidos como su principal rival estratégico a largo plazo.