Israel: crónica de un viaje, por Samuel Schmidt
Israel ya es un país normal, con lo bueno y los defectos de la “normalidad”, hay un desarrollo científico muy avanzado y hay problemas de violación de la ley
Subo al avión y en el sonido se escucha que hay que ponerse cubrebocas tapando la boca y la nariz. Es que una gran cantidad de israelíes deja la nariz al descubierto. Una mujer dijo que le costaba trabajo respirar.
En muchos países hay resistencia al cubrebocas y posiciones antivacuna. Una de las crisis del nuevo gobierno es que la Ministra de Educación es antivacuna y se rehúsa a permitir que se vacune a dos millones de estudiantes frente a la inminente apertura de las escuelas. Se anunció que la decisión la tomará el gabinete donde la ministra esta en minoría.
No obstante el gran esfuerzo israelí para vacunar a su población, una joven me dijo que no se vacunaba porque era un experimento, y metidos en las teorías (tonterías) conspiratorias, otro joven me dijo que a Netanyahu le habían robado los votos para que quedara Benett en el gobierno.
Para entrar a Israel recibí un permiso especial. Tuve que mostrar evidencia de vacunación, una prueba anticovid y hacerme un examen serológico al llegar. El estar vacunado me dispensó del encierro. Confiado en que la gran mayoría estaba vacunada me aventuré a mercados, restaurantes y teatros que estaban a reventar, aunque el cubrebocas estuviera mal puesto.
Eso por no hablar de los que lo usan en el cuello, o los que se lo ponen en el brazo, pero luego vi lo mismo en Austin, Texas.
Después de tres semanas de paseo por el norte me regreso con la impresión de ver a un país fuerte y pujante, con una intensa actividad constructora. En todas la ciudades se erigen torres de apartamentos y en muchas de ellas existen parques industriales y de alta tecnología. Se apuesta al futuro. Está en marcha una estrategia para regresar a Israel a muchos emprendedores y expertos en inteligencia artificial e ingeniería para transformar las “startups” en empresas.
El desmantelamiento de la política social que emprendió Netanyahu y que continúa el gobierno de Benett, sigue creando tensiones sociales. Alcanzamos a ver las protestas de los agricultores frente a la apertura a la importación de productos agrícolas y su dificultad para competir ante los precios elevados de agua.
Israel ha resuelto dos problemas esenciales: agua y energía. Existen múltiples plantas de tratamiento de agua y de desalinización. No obstante el golpe de las sequías que redujeron sustancialmente el nivel del lago Tiberiades (ya recuperado), acordaron entregarle una cantidad sustancial de agua a Jordania para reforzar el acuerdo de paz.
Desde los años 50 del siglo pasado se ve en los techos israelíes calefones de agua solares. Abundan los paneles solares hasta en granjas agrícolas. Con el descubrimiento de gas en el Mediterráneo le venden gas a Egipto y consolidaron la autonomía energética.
El israelí promedio ve a Estados Unidos como modelo a seguir aunque están muy cerca de Europa (cuestión notable en los deportes). Tan pronto se levantó el encierro salieron en tropel a las islas griegas y zonas de la ex URSS. Pero de ahí trajeron la nueva ola del contagio.
El tema de las relaciones con los países árabes es muy complejo y trataré de no ser superficial. Tan pronto se normalizó la relación con los Emiratos Unidos el turismo y los proyectos económicos se activaron.
Dentro de Israel hay coexistencia pacífica entre árabes, cristianos y judíos, abundan los trabajadores árabes (musulmanes y cristianos) en áreas médicas. En el pueblo de Shfaram viven juntos aunque sin revolverse musulmanes, cristianos y drusos. Hamas, Hezbola y la Yihad Islámica agitan dentro de Israel, pero el impacto de los brotes de violencia son limitados para la vida cotidiana en el país. Un israelí de edad mayor me dijo: estoy dispuesto a un país más chico pero con paz (paz es la clave). Una directora de escuela abordó el problema de los árabes que salieron en 1948 como un hecho incontrovertible.
Llegué hasta cien metros de la frontera con Gaza, un soldado nos indicó lo inconveniente de avanzar por el camino por la cercanía con la cerca. Así que vimos la frontera desde un monumento a los paracaidistas israelíes.
Una noche en la Plaza Sion, en el centro de Jerusalén, había una multitud discutiendo en grupos sobre diversas temáticas (temas de mujer muy intensos especialmente porque se descubrió a un dueño de una agencia de publicidad que abusó de sus modelos). Inclusive escuchamos a un parlamentario cínico utilizando el foro demagógicamente.
Israel es un país con gran solidaridad y la gente asiste al necesitado. Vimos un accidente vehicular que de inmediato tenía voluntarios atendiendo a los dos heridos. Hay quién sirve orgullosamente en el ejército y quién encuentra los medios para evadir el servicio (obligatorio).
El día que salimos, un israelí ganó medalla olímpica de oro y el país se preparaba para recibirlo como héroe mientras se debatía políticamente sobre él y la atención a los migrantes. Israel es un país de inmigrantes. Muchos de ellos se ponen así a salvo de las olas judeofobas, otros de gobiernos totalitarios, otros más, que buscan realizar el sueño sionista de construir un Estado para los judíos.
La prensa está claramente demarcada: hay periódicos oficialistas (uno pro-Netanyahu cuya asociación tiene al político al borde de la cárcel), otros abiertamente anti gubernamentales.
El teórico Berl Borojov sostenía que había que construir un país normal, con división de clases, con obreros, campesinos, artesanos y burgueses para de ahí lanzar la revolución socialista. Israel ya es un país normal, con lo bueno y los defectos de la “normalidad”, hay un desarrollo científico muy avanzado y hay problemas de violación de la ley. El socialismo israelí, el del Kibutz vive un replanteamiento radical. Pero parece haber inclinación a lograr grandes acuerdos nacionales que superen la ambición de los políticos.
Dentro del debate profundo hay espacio para oposiciones radicales. Una amiga dedicó su vida madura a luchar por los derechos de los palestinos. Los vecinos de Benett, quien insistió a seguir viviendo en su casa en Raanana (al norte de Tel Aviv) en lugar de ocupar la residencia del primer ministro en Jerusalén, se quejaron porque los manifestantes alteraban la tranquilidad de sus casas.
Israel es un país complejo como lo son muchos países, con la peculiaridad de vivir rodeado de intolerancia y del embate judeofobo, de los que no se hacen a la idea de que el pueblo judío no desaparecerá. Pero esta conclusión es materia de otro artículo.