La lección de Afganistán: la democracia no es exportable
La salida desprolija de los Estados Unidos del territorio afgano nos muestra, una vez más, que las formas de gobierno, sociales y políticas, no son exportables.
Después de la Segunda Guerra Mundial, extender la democracia ha sido un objetivo declarado de la política exterior estadounidense. En realidad exportar el «Sueño Americano” es parte del código genético de todos los políticos y está en la mente del estadounidense promedio. Sin embargo, la obsesión estadounidense por exportar la democracia ha traído solo fracasos.
Los estadounidenses aún recuerdan los días de gloria de 1944 y 1945, cuando sus soldados entraron a las principales ciudades europeas, siendo aplaudidos por ciudadanos que agradecían haber sido liberados de la brutalidad nazi y fascista. Lamentablemente esa experiencia libertaria, que solo era para un momento histórico en particular, los faculto a creer que la forma republicana y democrática de gobierno era exportable a todo el mundo, llevándolos a conspirar contra gobiernos electos legalmente como en Irán en 1953, Guatemala en 1954, Indonesia en 1955, Cuba en 1959, Brasil en 1960, Chile en 1973, Nicaragua en 1980, sin olvidar las guerras de Corea (1950/1953), Vietnam (1955/1975), Camboya (1967/1975), Irán (1985, 1990 y 2001) y Afganistán (2001/2021).
La diferencia es que las tropas americanas fueron a Europa a liberar países de una ocupación extranjera, el nazismo, y así lo sentía la población. Por eso los aplaudía. En cambio, la población civil de los países intervenidos después de 1950 los percibió como una fuerza de ocupación. Aunque los estadounidenses se ven a sí mismos como libertarios.
No es la primera vez que organizaciones políticas pensaron que tenían que exportar sus valores. Por ejemplo, Atenas en la Era de Pericles, Francia con los jacobinos y Rusia con los bolcheviques, pensaban que era su deber liberar a otros pueblos.
Después de la ocupación del Congreso de los Estados Unidos por seguidores de Donald Trump, comprendimos que no solo existe el fanatismo religioso sino también los políticos. Y en este punto debemos convenir que todos los extremismos son muy peligrosos porque anulan la razón. Cada uno sabe lo que quiere. En cualquier país puede ocurrir que la población no esté satisfecha con su régimen político. Entonces es legítimo que se rebele, desarrollando un conflicto interno, sin necesidad de intervención de fuerzas externas.
También suele ocurrir que diversos grupos compitan por el poder, tratando de dirimirlo fuera del sistema democrático. Esto puede llevar a una rebelión interna con apoyo popular a un cambio de régimen. Pero la revocación de la legitimidad de un gobierno nunca puede provenir de otro estado, salvo de instituciones internacionales.
El caso extremo es la intervención motivada por razones humanitarias. En ese caso el objetivo es concreto: orientado a temas de salud, alimentación o seguridad; no a imponer una forma institucional, relacionada con la implantación de un régimen político.
Cuando se opta por utilizar la fuerza militar para promover la democracia, surge una contradicción entre los medios y los fines, ya que los medios de guerra violentos tienen un impacto directo en los ciudadanos. A pesar de “bombardeos quirúrgicos» y «bombas inteligentes», la guerra afecta a poblaciones enteras de manera indiscriminada. Recordemos que las poblaciones locales son generalmente hostiles cuando se enfrentan a una administración de transición que puede volverse permanente y dominante. Las afinidades culturales, étnicas, religiosas y lingüísticas, entre la administración provisional y los países ocupados, se vuelven cruciales. Debemos considerar que el nivel de apoyo de que goza un régimen es un factor crucial. No todos los regímenes autoritarios tienen la misma oposición de sus poblaciones; recordemos que Hitler y Mussolini tenían un fuerte apoyo del pueblo. Analicemos que en el siglo XXI existen regímenes populistas y/o teocráticos, que cuentan con un amplio apoyo popular, que han sido ratificados mediante elecciones libres y justas. Según la Real Academia Española, democracia significa literalmente, “el poder del pueblo”, tratar de imponerlo contra la voluntad del mismo pueblo, es simplemente una tontería.
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