Las fuerzas financieras que condicionan la democracia
Es importante analizar el caso de Estados Unidos. No sólo por la cercanía e intensos nexos con América Latina, sino porque además, de diversas maneras, constituye el referente de muchos de los procesos económicos y sociales en la región
Las cifras varían según las fuentes que las dan a conocer, o la influencia ideológica de los centros de pensamiento –desde un Heritage conservador hasta un Brooklyns más liberal- no es menos de 3,200 millones de dólares el total comprobado de gastos que implicaron las pasadas elecciones presidenciales en Estados Unidos. Se trata sin duda, de lejos, de la más costosa campaña política que se ha llevado a cabo en el país.
Las campañas electorales en Estados Unidos
Es importante analizar el caso de Estados Unidos. No sólo por la cercanía e intensos nexos con América Latina, sino porque además, de diversas maneras, constituye el referente de muchos de los procesos económicos y sociales en la región.
Recuérdese que prácticamente los diferentes países hispanos no debatieron sobre impuestos sobre la renta y reformas agrarias, sino cuando estos aspectos se establecieron como parte condicional del programa de Ayuda para el Progreso. Iniciativa ésta que impulso la Administración Kennedy a inicios de los años sesenta.
En todo caso, uno de los aspectos clave de toda elección en una sociedad de democracia liberal, como es la estadounidense y en general de los países occidentales, es el condicionamiento que genera el origen y los montos de quienes financian las campañas. Es allí donde usualmente, se concreta la influencia de los diferentes grupos de presión política.
Si esos financistas políticos son pocos y colocan una significativa cantidad de recursos, los oficiales electos –presidentes, vice-presidentes, senadores o bien representantes en las cámaras bajas de parlamento, además de alcaldes y gobernadores- van a tener restringida la agenda sobre la cual operan. Por lo general no podrán contravenir los intereses de los grupos que facilitaron los recursos que hicieron posibles las campañas. Ese es el gran riesgo en función del cual quien pone la plata condiciona los alcances de las democracias nuestras.
Los grandes capitales de la democracia
De esa manera la influencia de grandes capitales capturan el sentido democrático y quienes son electos deben responder –este es el punto que se desea subrayar- en muchas ocasiones, más a los intereses de esos grupos de presión que a los de la mayoría de los electores.
Con base en lo anterior, desde el Siglo XIX la sociedad estadounidense –dueña de la que sea con mucho la democracia de mayor edad en el planeta- se preocupó de regular a quienes financiaban las campañas políticas.
La historia puede arrancar desde el estado de práctica bancarrota en que quedó un abogado de Illinois en su intento ganar una elección en 1858. Luego de este suceso logró recuperarse y a fines de 1860 resultó electo como el décimo sexto presidente de Estados Unidos. Se le recuerda como uno de los más grandes mandatarios del país: Abraham Lincoln.
Intentos serios que fortalecieron las condiciones políticas del país en cuanto a que la estructura electoral respondiera a los intereses de grandes mayorías, fueron los realizados en 1907, 1925, 1979 y 2002. Con esas resoluciones y con la estructura de la Comisión Federal Electoral, se fue conservando hasta cierto punto con límites, la influencia que se tendría de fondos privados, especialmente aquellos que se originan en las grandes corporaciones.
La ley McCain-Feingold
El 27 de marzo de 2002 se firmó una ley que iba permitiendo más que grandes capitales pudiesen financiar campañas electorales. Se trató de la conocida ley McCain-Feingold. Pero lo que ha resultado más dramático, en cuanto a tener gran repercusión en las elecciones, se aprobó en enero de 2010. En efecto, para ese entonces, la Corte Suprema amplio los límites de financiamiento que se pueden tener por parte de grandes corporaciones, monopolios funcionales de productores, o en general representantes de fuertes grupos de presión en la sociedad estadounidense.
Con ello, aunque ha pasado inadvertido para la gran prensa en el país, se tiende a erosionar las bases del sistema democrático. En apariencia, en un primer momento, la influencia no es decisiva. Pero es necesario tomar en cuenta que muchas de las campañas son exitosas en la medida que la publicidad y la propaganda de ciertos candidatos, logra imponerse sobre las postulaciones rivales, tal y como fue el caso de la pasada elección. Hoy en día el sentido propagandístico del concurso de popularidad de las elecciones tiene el fuerte componente, la significativa influencia de las redes sociales.
El marketing electoral
A nadie escapa que con mucho, las elecciones son concursos en donde no tienen mayores prioridades los análisis de fondo de las propuestas. Se trata de aspectos esencialmente emotivos. Aspectos personales, que no dejan de ser triviales, y el pasado de los candidatos, tienen mayor preponderancia electoral. Eso abre las puertas para recurrentes campañas negras.
De allí que se trate de captar las preferencias electorales con estrategias diseñadas a manera de “marketing” político. Se aspira a modificar o manipular percepciones y formas, más que contenidos. Muchas campañas electorales se convierten en juegos de humos y espejos.
Relajar los límites de financiamiento por parte de grandes capitales es propiciar que la democracia representativa pueda quedar, con mucha facilidad, cautiva de intereses minoritarios, no siempre coincidentes con un desarrollo nacional sostenible en lo económico, sustentable en lo ecológico y equitativo en lo social