La presidencia de Donald Trump 2025-2029: análisis

La llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos no solo generó un
impacto mediático considerable, sino que también propició un clima de intensas sensaciones  enfrentadas entre la población.

Por un lado, se forjó una visión que lo concebía como el líder capaz de romper con las
normas políticas establecidas, presentándose como alguien que no debía favores a los políticos tradicionales y que, por tanto, contaba con la “independencia” necesaria para encarar reformas profundas.

En este imaginario, sus promesas de revitalizar la economía nacional y de proteger ciertos
sectores emblemáticos calaron hondo en diversos segmentos, particularmente entre quienes percibían que la globalización había mermado sus oportunidades laborales o había desdibujado su identidad cultural.

Por otro lado, aparecieron grupos que, desde un principio, percibieron en él un factor de
división y una amenaza a la estabilidad de las normas democráticas, al asociar su estilo
confrontativo con un posible auge de medidas autoritarias.

Esta dualidad se reflejó de manera contundente en manifestaciones multitudinarias, que
irrumpieron en las principales urbes de la costa occidental y también en estados del sur donde la adhesión a su figura era más marcada.

En el ámbito político, la Casa Blanca enfrenta una realidad parlamentaria con apoyos
precarios que se diluían con rapidez, sin embargo, el Ejecutivo se mostró hábil en el empleo de mecanismos autorizados por el ordenamiento constitucional para avanzar su agenda sin tener que someterse de lleno al debate legislativo.

Decretos ejecutivos y maniobras legales se convirtieron en herramientas recurrentes,
permitiendo sortear las barreras tradicionales de consenso. El inconveniente de esta dinámica fue la creciente desconfianza en la separación de poderes, dado que muchos consideraban que el mandatario exageraba al atribuirse competencias que, en un contexto menos polarizado, requerirían un tratamiento colaborativo con el Congreso.

En efecto, los realineamientos en las cámaras podían alterarse con rapidez en función de
la coyuntura política, lo cual incentivaba aún más la estrategia de gobierno unilateral.
A nivel social y cultural, la polarización se enraizó en líneas de confrontación que
abarcaban, entre otros elementos, las identidades regionales.

El surgimiento de movilizaciones simultáneas a favor y en contra en la costa oeste,
tradicionalmente más progresista, y en ciertos enclaves sureños, afines a discursos
conservadores, pone de manifiesto que no se trataba únicamente de simpatías o antipatías partidistas, también es un choque de cosmovisiones sobre temas como inmigración, valores familiares, seguridad y el papel del Estado.

Estas discrepancias de origen histórico se potenciaron con la comunicación directa y
constante por parte del Ejecutivo, que reforzó la percepción de pertenencia a bandos irreconciliables, dificultando la construcción de narrativas compartidas que permitieran atenuar las tensiones.

Aunque los regímenes presidencialistas, en general, ofrecen cierta flexibilidad para que el
mandatario actúe de manera decisiva, la experiencia en este caso evidenció hasta qué punto el respaldo fervoroso de un núcleo duro puede convertirse en un factor que legitima acciones polémicas.

En otros países, se observan situaciones análogas cuando el líder de turno adopta un
discurso populista y concita lealtades a partir de la promesa de enfrentar a las “élites” o de
defender a un “pueblo genuino” amenazado por intereses ajenos.

En la coyuntura estadounidense descrita, la retórica recurre de manera insistente a la
inmediatez de las redes sociales y de los medios de comunicación para canalizar la
confrontación, lo que acrecienta la sensación de que las posturas intermedias van perdiendo visibilidad.

Desde la perspectiva de la salud democrática, el mayor peligro radica en el progresivo
debilitamiento de los contrapesos institucionales y, cuando el Ejecutivo recurre repetidamente a medidas de corte unilateral, entonces el público comprende que las otras ramas del poder, especialmente el Congreso y el Poder Judicial, quedan relegadas a un rol secundario o puramente reactivo.

Este desequilibrio erosiona la confianza ciudadana en la funcionalidad del sistema, al
reforzar la sospecha de que los instrumentos del Estado se manipulan en favor de uno u otro grupo, así, se acentúa la polarización y aumenta la probabilidad de crisis de legitimidad.

En consecuencia, la figura de Trump, con su modo de actuar directo y la vehemencia de
su respaldo social, profundizó las divisiones existentes en Estados Unidos, demostrando la
magnitud de las fracturas históricas sobre las que descansa la sociedad.

Para aliviar estas tensiones, las instituciones podrían replantear sus procesos de
deliberación y los mecanismos de participación ciudadana, promoviendo un tipo de gobernanza que no sea percibido como exclusiva de un sector.

En la medida en que no se produzcan modificaciones sustantivas en la forma de articular
los acuerdos políticos, el riesgo es perpetuar un clima de hostilidad que impida encontrar
consensos estables y obstaculice la capacidad del país para canalizar los conflictos internos.

Extracto del libro “Trump versus Trump” de Cesar Leo Marcus

Autor

  • Cesar Leo Marcus, nació en Buenos Aires, Argentina. Doctor (PhD) en Logistica Internacional y Comercio Exterior, y Máster (MBA) en Sociología Económica, fue profesor de ambas cátedras en las Universidades de Madrid (España) y Cordoba (Argentina). Periodista, publica en periódicos de California, Miami y New York. Escritor, publico 12 libros, y editor literario, director de Windmills Editions. Actualmente reside en California.

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