La virtud de desobedecer
Foucault consideró que el poder no es algo que se posee, sino algo que se ejerce. Por eso la “toma del poder” es una falacia con la cual se han destruido los sueños de millones, principalmente de los jóvenes.
Su guillotina es la frustración.
Porque eso implica el ejercicio del poder, precisamente: hacer determinadas cosas o provocar que determinadas cosas sucedan para seguir ejerciéndolo. Lo que sea, incluido manipular con la ilusión de un futuro mejor mediante la obtención del poder.
El poder no se halla en las manos de unos cuantos. El hombre… –y digo “el hombre” porque el poder es también un asunto patriarcal donde “el hombre” es el sujeto de poder y las mujeres el objeto apoderado en la construcción histórica del poder mismo–… “el hombre” (así, con pronombre) que hoy ejerce el poder puede dejar de ejercerlo mañana por causa de un acumulado de malas decisiones o bien por la propia voluntad de ya no ocuparlo.
¿Pero quién dejaría de ocupar el poder?
Por eso el poder no desaparece, aún si alguien renuncia a él; al contrario, continúa su proceso de influencia en otras estructuras. Así pasa en las alternancias. El poder es el mismo juego continuado de dominación de unos sobre los otros. En especial, de las otras, aún si cambia el terreno ideológico o religioso.
Ni dios ni la teoría inspiran el poder.
El poder es una fuerza intrínseca. Una bestia que se alimenta de las ínfulas de dominación, destierro e imposición. Aún la más noble causa puede contaminarse de sus preceptos. Cualquier tipo de sobrevivencia depende del ejercicio del poder. Incluso el poder sobre uno mismo. Nada puede preservarse, ni la justicia ni la tiranía, sino es mediante un continuo tejido de relaciones de poder.
Los animales lo hacen. La manada sigue al poderoso. Deprendan, humillan, sangran, vencen. Se colocan por la fuerza al principio de la cadena de mando. El camino del Alfa se traza con el sometimiento del otro. El león utiliza las garras y los colmillos. El “hombre” la política. El poder es la apropiación de la voluntad de los demás. Por tanto, no basta resistir y contraatacar pues en ello nos va la vida, quizá, en vano, si es que no hemos medido nuestras fuerzas lo suficiente.
Es preciso desobedecer.
La desobediencia sigue siendo el arma más efectiva contra la tiranía natural del poder. Desobedece y vencerás al tirano. Porque al desobedecer rompes los hilos que sostienen el poder. Dejarás de depender de su influencia, su protección condicionada. Su particular oferta de esperanza. Dejarás de jugar un juego que fue hecho para que tú perdieras. Desobedece y verás que todas las puertas comienzan a abrirse. ¿Y qué te quedará? La libertad de elegir tu propio camino.