Lula presidente: condicionantes y retos en Brasil
Octubre de 2022 no se ha ido sin dejar como herencia un tercer mandato para Luis Ignacio Lula Da Silva. Se trata de un personaje sobre el cual los diferentes bandos -bastante polarizados- en Brasil, tienen algo que expresar. Desde el legado de los dos períodos presidenciales anteriores, de 2002 a 2010, hasta la estancia en la cárcel durante más de un año; condenas emitidas y luego anuladas. Y como mínimo, contraste significativo con Jair Bolsonaro, el actual presidente que buscaba la reelección.
Divisiones irreparables
Este es el primer rasgo que deberá enfrentar el nuevo gobernante: una polarización militante entre dos bandos que en ocasiones han sido capaces de pasar de la euforia a la confrontación violenta. Son las pasiones desbordadas que emergen fruto de la “vibración de masas” estudiada por la psicología social. En esa turbulencia de sentimientos, como ha sido evidente, se multiplican los sentires, se llega a apasionamientos, a la vez que se disminuyen las capacidades de sensatez mínima para establecer diálogos entre las partes.
Las euforias del Partido de los Trabajadores han contrastado con la amargura en la derrota de los más conservadores. Algunos de estos últimos haciendo un llamado a golpe de Estado, donde los protagonistas serían las fuerzas armadas. En este contexto es de tener presente que el mismo Bolsonaro deslizó la idea de rompimientos constitucionales; él mismo es un excapitán.
Los retos por venir
Como parte de esa misma polarización se ubica el silencio que al menos durante 48 largas horas impuso la actitud estruendosa por parte del actual ocupante del Palacio de Planalto en Brasilia. Los seguidores del oficialismo hasta cierto punto pudieron sentirse envalentonados por el no pronunciamiento sobre los resultados por parte del actual mandatario. Luego, puntualizó escuetamente que respetaría la Constitución.
Además de la polarización, Lula debe enfrentar en la dinámica de su tercer mandato, aunque no consecutivo, lo que en ciencia política se identifica como la “inercia” de los sistemas de gobierno. Se refiere esto en particular, aunque no exclusivamente, a los procesos, mecanismos y recursos humanos que deja el gobierno anterior.
En esto, muchas de las actitudes generales de los altos cuadros técnicos, se podrían concretar en que “para mis amigos todo, para mis enemigos la ley”. Una referencia directa de este principio maquiavélico se traduciría en la cobertura “legal” de acciones del gobierno anterior. Algo que buscan los dirigentes políticos que se retiran del poder.
Desde otro lado, desde la posición de quienes llegan, la perspectiva puede concretarse en el cobro de facturas, en la búsqueda de legalidades que se encaminen por los senderos de una legitimidad que proporcione cobertura a las venganzas. Tanto la inercia del régimen anterior, como las reacciones de los que llegan, como segundo factor, puede exacerbar las polarizaciones que constituían el primer aspecto señalado en esta nota.
Dos rasgos adicionales
Por una parte, la gobernabilidad, la fluidez y factibilidad de que se articulen acciones entre el poder Ejecutivo y el Legislativo. Una mayoría favorable a Bolsonaro podría fácilmente ser en el Parlamento como un verdadero candado a las iniciativas de un Lula comprometido con la población en sus planteamientos de campaña. La oposición puede bloquear iniciativas y luego señalar que el Ejecutivo no cumple con los enunciados que le posibilitaron la confianza del electorado.
Por otra parte, la gobernanza. Es decir, la relación entre el poder y la ciudadanía. Al momento de comprometer la gobernabilidad, una de las repercusiones más notables sería el frágil vínculo que se tendría con muchos de los electores. A esto último tampoco ayuda que el margen de victoria fue relativamente poco, de casi 1.8% de los votos, que se tradujo en una diferencia de cerca de 2 millones de sufragios. Algo normalmente notable, pero que no tiene tanto dramatismo en un país que, como Brasil, comprende cerca de 214 millones de habitantes.
Entre lo deseable y lo posible
Como parte de la dinámica de polarización y de las “inercias” en la tecnostructura de gobierno, Lula se ve comprometido por las expectativas de la población. Muchos recuerdan los años de bonanza económica de 2002 a 2010. Un valor estable de la moneda nacional, el real, niveles favorables de las importaciones, alentador ingreso de divisas.
Sin embargo, y a pesar de que Brasil representa un 31% del total de producción de la región latinoamericana y caribeña, ese período favorable para la economía se debió en lo general a un aumento significativo en los precios de las materias primas. Fue una época de marea alta que favoreció a los mandatarios de la época: Uribe en Colombia; Correa en Ecuador; Lagos y Bachelet en Chile, Chávez en Venezuela.
Ahora las condiciones son otras. No hemos superado totalmente la pandemia del Covid-19, debemos enfrentar procesos globales tendientes a escasez e inflación, se tienen problemas en los encadenamientos productivos, en las secuencias logísticas, el conflicto entre Ucrania y Rusia no puede pasar desapercibido. Y para colmo de males, debemos enfrentar los desafíos que impone el cambio climático y el calentamiento global.
El nuevo gobierno de Brasil tiene ante sí un limitado abanico de posibilidades para nuevamente sacar a grandes núcleos de población de las condiciones de pobreza. Pero las condicionantes de sostenibilidad de esta ampliación de la demanda agregada interna pueden rápidamente ser precarias dadas las circunstancias del actual proceso de globalización. Esos serán factores que indudablemente pondrán a prueba la capacidad de maniobra del nuevo poder Ejecutivo desde Brasilia. La gran economía de América del Sur tiene la ventaja del tamaño de su mercado doméstico. No obstante, desde ya, el próximo mandatario insiste en priorizar mecanismos que incluyen la integración regional.