Una prohibición arbitraria en el campeonato de tenis de Wimbledon: prohibido ser ruso
La prohibición a atletas rusos y bielorrusos de participar en el campeonato de tenis de Wimbledon se nos antoja arbitraria y merecedora de sanciones. La guerra de Ucrania con Rusia es la peor excusa que se haya oído jamás. Cuando las competiciones deportivas se tornan en políticas hay los que confunden a Putin con un tenista de la guerra.
Las implicaciones son inesperadas y muy perturbadoras. Recordarán que Reagan pidió en 1988 perdón a los japoneses-americanos por su encierro tras Pearl Harbor en campos de concentración. Se reconocía que el Decreto 9066 de Roosevelt de 1942 había inculpado indiscriminadamente a todo un pueblo. Pues lo de los tenistas se aproxima bastante. Si un estadounidense aprobara la segregación de los rusos por solo serlo, entraría en contradicción con su propia historia.
Efímera memoria.
La decisión de Wimbledon convierte “ser ruso” en delito y penaliza a todos los rusos por su nacionalidad. Coincide, salvando tiempo y distancia, con la persecución de los judíos por el simple hecho de serlo. Recuerda también aquellos tiempos en que los estadounidenses viajaban por el mundo con la bandera de Canadá para protegerse de los que aspiraban a la independencia de Palestina. Y todo, por el hecho de que nuestro país apoyaba a Israel.Comprendemos también el enfado de los rusos que salieron de Rusia por estar en desacuerdo con Putin, que, ahora, no solo son ya perseguidos por Putin; sino, además, por los anti-Putin.
La falta de empatía para con los demás tiende a inducir a la intolerancia hacia delimitados grupos de humanos. Aquí se podría incluir a la prensa también.
Me pregunto si en Wimbledon van a prohibir la entrada de público ruso, porque si todo lo ruso contamina el mundo, sería lo coherente. No sería la primera vez, por cierto, que se prohíbe jugar a tenistas por razón de origen; ya tras la Segunda Guerra Mundial se rechazó a tenistas alemanes y japoneses. Se vuelve a tropezar con la misma piedra.
La persecución por nacionalidad, religión, o por hablar una determinada lengua nos retrotrae al origen del problema. Dice Nigel Huddleston, de la organización de Wimbledon, que se sentiría muy incómodo si un ruso gana y enarbola la bandera de Rusia. En el pasado, los había que se sentían muy incómodos cuando veían a un afroamericano sentado en un autobús. ¿Se quiere competir con el gobierno ruso en ver quién es el más bárbaro?
El público londinense se perderá a Daniil Medvedev, número 2 del mundo, a Andrey Rublev, número 8, a Aryna Sabalenka, número 4, y así hasta una veintena de tenistas. Parece una caza de tenistas brujos. El remedio, nunca mejor dicho, resulta peor que la enfermedad.