¿Qué decimos cuando decimos voto latino?
Hay quienes escupen sin pensar el término “voto latino”. Lo hacen como si supieran todos los que estamos detrás de esas dos palabras, como si nos conocieran de algo. No, carajo. Es como el “sueño americano”, esa frase trillada y prostituida, que más que un anhelo se ha convertido en el recorrido de la miseria ajena. Dos conceptos complejos, profundos e intensos, malbaratados por la lengua y los políticos, y ¡vaya!, sí, lo confieso, también por nosotros mismos.
En periodos electorales los escucho y los escribo, una y otra vez. Se me entumen los dedos de darles la vuelta y reescribirlos por la mera gana de no abonar a la cultura popular de la indiferencia que viene con la costumbre. Los escuchamos casi en las mismas frases de campañas electorales. Nos bombardean. Los hacemos nuestros. A veces se me escapan, pero otros días los dejo salir, como hoy.
¿Qué es el voto latino?
Con esa pregunta terminé 14 entrevistas en la cobertura previa a las elecciones del 8 de noviembre en Estados Unidos. Todos me dieron una respuesta diferente, desde sus posturas políticas, sus privilegios, los estados migratorios o la misma ignorancia. Solo encontré un común denominador: No somos lo mismo.
Hay latinos que votan; otros que no pueden y muchos más a los que no les interesa. Hay familias hispanas que hablan español y otras que no; a las que les importa la religión, o no; que van llegando, o no; que tienen generaciones enraizadas en un estado, o no; que tienen estados migratorios mixtos, o no; que son conservadoras, o no; que se echan a la izquierda, o no; que votan por los partidos, o no; que son racistas, o no; que son migrantes, o ya no.
Tantos matices. Nos encasillan. Nos saltamos los muros de las cajas en donde nos encerraron. Somos porque podemos ser, así de distintos y complicados. Somos el voto latino, cierto; pero no somos iguales y a veces ni nos parecemos. Cuando se trata de definir nuestra postura política, nos burlamos de los parentescos.
El dilema de las elecciones
Por ejemplo, en las elecciones de 2020, los latinos ayudaron al demócrata Joe Biden a ganar los once votos electorales de Arizona en la contienda presidencial. No votaron a favor de él, sino en contra del otro. Tampoco hicieron que el estado cambiara de color. En los comicios de hace dos años, muchos republicanos consiguieron o recuperaron cargos públicos. No hubo una tendencia marcada por una ideología más progresista; hubo una declaración política en contra del extremismo. No se fue del rojo al azul; solo empezamos a ver trazos de morado.
Este año, de acuerdo con las encuestas, los demócratas se enfrentan al mismo dilema. En algunas de las contiendas más importantes de Arizona les hacen falta candidatos con fuerza y presencia. Los sondeos dicen que si Katie Hobbs avanza en su campaña para la gubernatura de Arizona no es por sus propuestas ni experiencia, es, así de simple, porque no es Kari Lake. Mientras Hobbs navega en la tibieza, la republicana sabe cómo manejar las cámaras.
Pero ambos partidos políticos piensan que tienen el voto latino asegurado. Para los republicanos son los valores y la religión; para los demócratas, el progreso y las nuevas generaciones. Ambos tan ciertos y desatinados a la vez. Somos hoy distintos y mañana quizá más. Somos latinos y también nos polarizamos y nadie nos puede dar por sentado.