Una boda interracial en Los Angeles
A cinco minutos de mi casa en el Este de Los Angeles, en un restaurante erigido en una colina, los novios reciben a sus invitados. Es miércoles, único dia aceptado por el padre de la novia porque no puede desatender sus negocios durante el fin de semana. Es temprano, la ola de calor todavía está llegando, y los comensales se dividen en grupos. Los de él, un soldado que sirvió en Irak, son afroamericanos llegados de los estados de los estados del Sur. Los de ella, mexicoamericanos de las ciudades al este de Los Angeles.
Luego de la ceremonia, la hermana de la novia los congratula emocionada. Espera que pronto vengan los niños, dice, para alegría de los padres, explica. El novio agradece.
La nueva cónyuge está bella y radiante, en su vestido blanco, clásico, que pronto se llenará de billetes cuando la pareja ofrezca el “baile del dólar”. Ella tiene una maestría universitaria y es terapeuta, primera de su familia en cursar estudios superiores. Se conocieron a través del internet. Él estudia computación. Su relación permaneció oculta de sus familiares por un tiempo, porque al parecer los casamientos interraciales, entre hispanos y negros, contradicen las costumbres de ambos grupos.
Nueve mariachis resueltos y talentosos recorren las mesas casi ininterrumpidamente durante cuatro horas. Los cantantes se intercambian, dejando los violines o las guitarras para empuñar el micrófono. Cantan en español, claro. Los cónyuges en cambio cantan en inglés, como la gente en nuestra mesa.
Aquí, una pareja –ambos trabajadores sociales– iban a casarse pero las bodas gay ya no son legales ahora en California. Hace años que viven juntos. Les deseamos suerte. Uno de ellos se adhiere al grupo de hombres a quienes el novio arroja una liga de mujer. El que la agarre, se entiende, se casará este mismo año. Para risa de todos, primeramente él mismo, la liga es suya. “Todos se alejaron cuando iba cayendo y yo solamente estiré la mano”, explica a carcajadas a su compañero, cuando vuelve de una ronda de danza con la joven que valerosamente se aferró al ramo de flores arrojado por la novia, superando un corro de una treintena.
Cuando se despide el mariachi bailamos. Banda, cumbia, merengue, salsa, todos en parejas, y recuerdo una boda reciente entre israelíes del Valle de San Fernando, que derivó en círculos concéntricos y brincos de personas agarradas de las manos.
Aquí, los padres de la novia, él con un flamante sombrero, ella con un traje dorado, bailan también y felices. Danzan mujeres jóvenes de escote generoso, vestidos negros o de rojo furioso, o azul brillante, y cinturas amplias. Danzan señores con botas, camisas abiertas y sudor en la frente. Y al lado, muy cerca, de smoking negro, sólo entre una multitud de hispanos, baila un hermano del novio afroamericano.
La boda simboliza la variedad étnica de Los Ángeles. Las razas, las culturas, se aproximan, se tocan. Pero finalmente no se mezclan. Con la excepción de los recién casados, los grupos se miran pero no se hablan, como si fuesen perfectos desconocidos.
Lo que en realidad, son.
Gabriel, esto me gusto, creo que es interesante por lo que a la interracialidad toca. El final me parece estupendo.