A un año del asalto a la democracia
Hace un año fracasó el intento del ex presidente Donald Trump de permanecer en el poder a pesar de su derrota electoral. El ataque violento al Congreso del 6 de enero pasado marcó un recuerdo imborrable sobre la fragilidad de nuestra democracia. La flagrante agresión al proceso democrático, lejos de corregir el rumbo a través de la indignación general, reforzó los resortes electorales para garantizar que en el futuro una acción similar republicana tenga éxito.
La violencia con que los simpatizantes de Trump interrumpieron por dos horas la confirmación legislativa de la victoria de Joe Biden hizo pensar, incluso a muchos republicanos, que este sería el final del líder republicano. Sin embargo, a doce meses del hecho el ex mandatario está en pleno control del Partido Republicano.
El ego monumental de Trump lo llevó a desconocer la victoria de su rival y junto con una ambición ilimitada de poder, hizo hasta lo ilegal para quedarse en la Casa Blanca. Al final del día, el ex vicepresidente Mike Pence desilusionó a su jefe Trump al elegir el respeto a la Constitución por sobre las presiones de la Casa Blanca.
La invasión al Congreso sobresale por su espectacularidad e impacto político, pero es solo una de las puntas de un ovillo de numerosos trucos de Trump para seguir en el poder. Junto a los argumentos inverosímiles de fraude electoral y demandas legales risibles, circularon en la Oficina Oval planes concretos en el caso que Pence interrumpa la confirmación de la victoria de Biden.
El asesor económico de Trump, Peter Navarro, calculó tener un debate de 24 horas, cruzando los dedos de que pase algo en ese periodo como para que Pence ayude a Trump. Se explicó a los congresistas más cercanos a Trump cómo llamaría a estado de sitio en caso de protestas o cómo los alguaciles se iban eventualmente a hacer cargo de las cajas electorales.
La fecha clave para el golpe fue el 6 de enero. En ese momento el Congreso cumplía su misión para el traspaso de mando. Trump hizo la convocatoria, la extrema derecha nacionalista que lo rodea planeó el ataque.
Trump merecidamente fue el foco de las críticas por no hacer nada durante horas mientras miraba por televisión ignorando las peticiones realizadas ya sea por su hija o legisladores para llamar a la paz. El incendiario discurso del ex presidente a bloquear la acción del Congreso también llevó su parte.
La indignación duró muy poco. Con el cuento del fraude electoral Trump terminó de adueñarse de los republicanos que ya los tenía con teorías conspirativas, como supuesto mensajero divino y con un espectáculo-discurso nacionalista repleto de quejas, amenazas y burlas al enemigo de turno.
A la «Gran Mentira» del fraude electoral, ahora la acompaña una realidad alternativa de lo ocurrido el 6 de enero. Las encuestas indican que el 60% de los republicanos dijeron que el hecho que dejó 150 policías heridos fue entre no violento y un poco. Casi un cuarto aprueba lo ocurrido, 48% lo desaprueba sin entusiasmo y 21% cree que fueron grupos de ultra izquierda.
El trabajo que realiza la Comisión Legislativa Especial es fundamental para evitar otra amenaza a la democracia de tamaña magnitud. Los republicanos trivializan la gravedad institucional que significó el querer impedir el cumplimiento de la Constitución de transmisión de poder al comparlo con la destrucción causada por las protestas antirracistas de 2020. Piensan que la democracia tiene un precio como un comercio incendiado.
Creen que el problema no es la acción de sus simpatizantes sino la falta de seguridad. Aseguran que la culpa no es de los ladrones sino del dueño de casa que no se pudo defender ante la gran cantidad de ellos. Cuesta pensar que los republicanos hubieran visto con buenos ojos una represión violenta contra su gente.
La «Gran Mentira» del fraude tiene convencida a casi el 75% de los republicanos que duda que la victoria haya sido legítima. Las preguntas fueron respondidas, los rumores nunca se confirmaron, los conteos no fueron significativos y hasta las máquinas del venezolano Hugo Chavez fueron parte de una de las tantas barbaridades que se dijeron dentro de la Casa Blanca para ayudar a Trump.
El colmo de la revisión histórica de lo ocurrido la representa la expresión del vicepresidente Pence al restar importancia como “un día de enero” cuando tuvo que ser retirado del Senado junto a su familia para protegerlos de quienes irrumpieron en el Congreso pidiendo su cabeza por traicionar Trump.
Muchos de los manifestantes que entraron al Congreso actuaron como turistas ilegales que aprovecharon la rabia de unos y los deseos de otros de anular fríamente el resultado de la elección. Decenas de ellos son candidatos al Congreso para entrar por la puerta grande gracias a la mal ganada reputación de haber entrado por la ventana rompiendo vidrios.
Un golpe de estado no necesita un derrocamiento para ser exitoso. Basta con cambiar a la fuerza el proceso democrático para obtener el beneficio de estar en el poder más de lo debido. Una insurgencia es una rebelión con fines políticos para subvertir el orden establecido.
La repetición del intento de golpe está latente en la medida que los políticos republicanos ceden a la presión autoritaria de Trump por el temor de que el ex-presidente respalde a un rival en la elección primaria. Mientras no haya una ley clara post-electoral que impida el abuso de un candidato presidencial derrotado como lo hizo Trump hasta llegar al 6 de enero.
El discurso incendiario de los republicanos que se alimenta con verdades a medias y mentiras colosales que define a los demócratas como enemigos de Estados Unidos mantiene vivo la tensión que llevó a la toma del congreso. Es bueno recordar que cuatro de cada diez republicanos apoyan tomar las armas contra un gobierno que no les guste.
Las perspectivas son preocupantes. El impacto del defecto estructural democrático que es el Colegio Electoral, inevitablemente se repetirá en un futuro cercano. La esperanza es que en medio de la locura que tiene atrapado al Partido Republicano surjan acciones inesperadas como la de Pence en ese momento. Aunque mientras gobierne el mundo alternativo creado por Trump en las filas republicanas, las protecciones a la democracia son por hoy cada vez más vulnerables.