Así funciona el discurso de Trump y estas son sus principales tácticas, por César Leo Marcus

Un análisis completo del 'Trumpismo' y su estrategia basada en el miedo, la división y la manipulación del imaginario colectivo

El discurso político de Donald Trump ha estado marcado por el uso constante de generalizaciones que han afectado a comunidades específicas, especialmente musulmanes, afroamericanos e inmigrantes latinos. En sociología se denomina a esta perspectiva como Sesgo de Generalización, es decir, la tendencia de extrapolar las características o comportamientos de algunos individuos de un grupo a la totalidad de este, ignorando la diversidad y las diferencias internas.

No hay dudas que se trata de una estrategia política, basada en el miedo, la división y la manipulación del imaginario colectivo, tratándose de mecanismos de complejidad social. Impulsa el establecimiento de estereotipos que pueden convertirse en el caldo de cultivo de discriminaciones más profundas. Moviliza emocionalmente a las masas y etiqueta a determinados grupos como amenazas, enemigos o responsables de crisis económicas y sociales.

Sin embargo, para comprender el cómo y por qué estas generalizaciones han calado tan hondo en el imaginario social, es necesario analizar de manera detallada el contexto histórico y las doctrinas sociopolíticas que sustentan y reproducen dichos discursos.

Trump y el populismo

La utilización de generalizaciones en la vida política no es un fenómeno nuevo. La historia nos muestra a líderes populistas a lo largo del tiempo, que han apelado al miedo y al señalamiento de un enemigo interno o externo para cohesionar a sus bases y consolidar su poder. Ejemplos de esta estrategia pueden encontrarse en regímenes autoritarios del siglo XX, en los que se construyeron discursos contra grupos étnicos, religiosos o políticos enteros, atribuyéndoles los males de la sociedad.

Así, el discurso de Trump encaja en una tradición política en la que se combinan elementos del nacionalismo exacerbado, el proteccionismo económico y la construcción de enemigos fáciles de identificar. Si bien cada contexto histórico y geopolítico es único, las lógicas de exclusión y señalamiento que fundamentan estas retóricas se repiten en distintas escalas y épocas.

Recordemos que, Donald Trump, antes de ser Presidente, era una figura mediática prominente, como empresario, conductor de programas de televisión y celebridad de la cultura pop estadounidense. Al incursionar en la política, supo capitalizar su fama y su influencia en los medios para difundir mensajes simples pero contundentes. En este marco, el sesgo de generalización sirvió como instrumento eficaz para comunicar ideas polarizantes, que resonaran con el electorado descontento con la globalización, la inmigración masiva y el cambio demográfico en Estados Unidos.

A través de redes sociales como X (ex Twitter), Trump emitió mensajes que, con muy pocas palabras, encapsulaban generalizaciones fuertes sobre grandes grupos poblacionales, como musulmanes, inmigrantes latinos y la comunidad afroamericana. Estos grupos fueron blanco recurrente de estas afirmaciones, apoyadas por la velocidad y el alcance de las redes sociales.  Estas ideas fueron potenciadas facilitando la difusión de estereotipos y la movilización de grupos que ya tenían tendencias racistas o xenófobas.

Por otro lado, la prensa tradicional, aun en medio de la crítica, amplificó el discurso de Donald Trump al reportar constantemente sus declaraciones, creando un círculo mediático que, paradójicamente, reforzó la posición de Trump como «defensor de la verdad» ante una supuesta «corrección política» excesiva. La generalización se colocó así en el centro de la atención pública.

El ‘otro’ como construcción social

La noción de «el otro» en sociología se entiende como el individuo o grupo que se percibe y se define en función de su diferencia con respecto a un «nosotros» dominante. Emmanuel Levinas, filósofo francés, desarrolló la idea de que la relación con el otro es fundamental para la ética y la responsabilidad humana. Sin embargo, cuando dicha relación se asume desde la hostilidad o la indiferencia, se corre el riesgo de cosificar al otro y negarle su plena humanidad.

Edward Said, por su parte, en su estudio sobre el «orientalismo» demostró cómo Occidente construyó una imagen distorsionada de Oriente y contribuyó a la generación de estereotipos que, en la época contemporánea, alimentan la islamofobia y la hostilidad hacia pueblos árabes y musulmanes en general.

Estos estereotipos, cuando son recogidos por líderes políticos, adquieren legitimidad y refuerzan la percepción del otro como una amenaza. Asimismo, facilitan la aplicación de políticas basadas en la exclusión y la discriminación. En este sentido el rol de Trump fue reactivar un «orientalismo simplificado» que resonó con un electorado que, por miedo o desconocimiento, aceptó la generalización que equipara al islam con el terrorismo.

Racismo estructural

El racismo estructural implica que las instituciones y las normativas de una sociedad operan de manera que favorecen a determinados grupos raciales y perjudican a otros, más allá de los prejuicios individuales.

Pierre Bourdieu introdujo el concepto de «violencia simbólica», la cual actúa a través de significados y prácticas cotidianas legitimadas socialmente, e imposibilita que quienes la sufren perciban la injusticia de manera clara, pues está incrustada en la cultura y en las instituciones.

En el caso de Estados Unidos, el racismo estructural se ve reflejado en la disparidad de oportunidades laborales, educativas y de acceso a la vivienda, así como en la sobrerepresentación de afroamericanos y latinos en el sistema penal.

Franz Fanón, médico psiquiatra y filósofo, ahondó en las consecuencias psicológicas de la opresión colonial y del racismo, explicando cómo la población subordinada interioriza un sentimiento de inferioridad. En la era Trump, los discursos que descalifican a grupos raciales enteros revitalizan estas dinámicas coloniales y afianzan las desigualdades.

Stanley Cohen acuñó el término «pánico moral» para describir cómo los medios y la opinión pública pueden exacerbar y distorsionar la percepción de un fenómeno social, convirtiéndolo en una amenaza desproporcionada. Este concepto es clave para entender cómo Trump, y otros políticos, han presentado a grupos minoritarios (por ejemplo, los musulmanes) como «folk devils» o villanos públicos que atentan contra la paz y la seguridad de la comunidad.

Etiquetado de desviados o peligrosos

El «Muslim Ban» impulsado por Trump, así como las constantes referencias a la «amenaza» de la inmigración latinoamericana, puede verse como un recurso de pánico moral para legitimar la necesidad de medidas excepcionales y duras. Para ello cuenta con el beneplácito de una parte de la opinión pública que teme la «invasión» de lo extranjero o lo diferente. Este miedo, alimentado por anécdotas negativas e información incompleta, impide el análisis crítico y propicia la generalización.

La teoría del etiquetado (labeling theory) postula que las sociedades crean desviación y marginalización al etiquetar a ciertos individuos o grupos como «desviados» o «peligrosos. Estas etiquetas inciden luego en la autoestima, el comportamiento y las posibilidades de acción de las personas así definidas. Donald Trump, con sus generalizaciones sobre criminalidad y terrorismo, coloca etiquetas que pueden tener efectos duraderos en la población afectada.

En el caso de afroamericanos y latinos, la etiqueta de «delincuente» o «violento» puede reforzar la percepción de que todo individuo que pertenezca a estos grupos raciales es potencialmente peligroso, influyendo en la actuación policial (perfilamiento racial), en las políticas de encarcelamiento masivo y en la disposición de los recursos sociales. Este efecto multiplicador de la etiqueta perpetúa el ciclo de exclusión y refuerza el estigma social.

Criminalización afroamericana

La criminalización de la comunidad afroamericana en Estados Unidos data de la era de la esclavitud y se profundizó tras la Guerra Civil y la Reconstrucción – los diez años que le sucedieron. Leyes como las «Black Codes» y, más tarde, las leyes de segregación conocidas como «Jim Crow», cimentaron la idea de que las personas negras eran propensas al crimen y requerían un control constante. Investigaciones sociológicas han demostrado cómo en diferentes épocas la retórica política ha alimentado este estigma, legitimado la vigilancia policial excesiva y exacerbado la disparidad en las condenas penales.

Donald Trump hereda esta tradición y la actualiza con su propia retórica. Durante su campaña y su primer mandato, hizo referencias constantes a la «violencia en Chicago» y otras ciudades con población mayoritariamente afroamericana, ignorando factores sociales y económicos más profundos. Pintó a la comunidad entera como violenta. Este tipo de generalizaciones desemboca en la justificación de políticas de represión con mano dura, como el «stop and frisk» o las sentencias más largas por delitos menores.

La expresión «ley y orden» se ha convertido en un eufemismo para políticas que refuerzan la idea de que la criminalidad es inherente a ciertos grupos raciales, pasando por alto los determinantes estructurales de la violencia y la pobreza, Trump utiliza este término de manera frecuente, apelando al miedo de la clase media y trabajadora blanca, que percibe la inseguridad como una amenaza creciente.

Al recurrir a esta narrativa, se consolida la percepción de que la policía debe actuar de manera rápida y contundente, prácticamente militarizada, en barrios pobres y racializados. Este principio aumenta el número de detenciones arbitrarias, la brutalidad policial y la tensión entre las comunidades afectadas y las fuerzas de seguridad. Además, socava las iniciativas de reforma policial o de justicia restaurativa, al presentarlas como «debilidad» frente al crimen.

Los afroamericanos, al ser percibidos como peligrosos, sufren discriminación a varios niveles. Entre ellos, el acceso a la vivienda, en el que muchos propietarios prefieren no rentar a familias afroamericanas por prejuicios. Asimismo, en el campo de las oportunidades laborales, donde los miembros de esta comunidad son etiquetados como menos confiables. También, se presenta un riesgo más alto de encarcelamiento por delitos menores, en comparación con los blancos que cometen delitos similares. La «teoría del etiquetado», aplicada aquí, muestra cómo estas etiquetas colectivas perpetúan ciclos de exclusión y refuerzan la misma criminalización que se busca combatir.

La deshumanización de los afroamericanos facilita que la opinión pública sea más tolerante con la violencia policial o con la privación de derechos políticos, como por ejemplo la pérdida del derecho a votar para los exconvictos. Esta práctica choca con la defensa del ciudadano como sujeto de derechos intrínsecos y con la idea del contrato social, pues se supone que toda persona debería ser protegida por las instituciones estatales.

La amenaza migrante

Trump ha utilizado una retórica agresiva contra los inmigrantes latinos, presentándolos como una fuente de delincuencia, narcotráfico y, en general, de amenazas a la estabilidad económica y social de Estados Unidos. Este discurso se plasmó en promesas políticas como la construcción de un muro fronterizo con México y la intensificación de deportaciones, acciones que buscan personificar al inmigrante como un «invasor».

Detrás de esta generalización está la idea de que los inmigrantes latinos «quitan» empleos a los ciudadanos estadounidenses, algo que se basa en una comprensión muy parcializada de la economía y la migración. Numerosos estudios demuestran que la mano de obra inmigrante aporta más de lo que sustrae, tanto en contribuciones fiscales como en consumo interno. Sin embargo, el sesgo de generalización simplifica la situación, atribuyendo todos los males económicos a la presencia de este grupo humano.

Desde la perspectiva del «racismo institucional«, las políticas anti migratorias de Trump, como la separación de familias y la militarización de la frontera, forman parte de una larga tradición de exclusión en Estados Unidos. En el pasado, legislaciones como la Ley de Exclusión China (1882) o los programas de deportación masiva de mexicanos en la década de 1950 sentaron precedentes históricos de cómo el Estado puede perseguir a grupos raciales o étnicos concretos para satisfacer demandas de ciertos sectores sociales.

En la actualidad, las agencias de inmigración, la policía y hasta los sistemas de datos biométricos se utilizan para llevar un control más estricto de los individuos, con un claro enfoque en las personas de origen latino. El perfilamiento racial no solo estigmatiza a los inmigrantes, sino que también afecta a los latinos ciudadanos estadounidenses, quienes sufren el acoso y la sospecha constante por parte de las autoridades.

La retórica del «enemigo interno» conlleva un aumento en los crímenes de odio hacia los latinos, reportándose múltiples casos de agresiones verbales y físicas hacia personas que hablan español en espacios públicos. Se genera un ambiente hostil en el que, además, se ve comprometida la participación cívica y política de la comunidad latina, en parte por miedo a la exposición pública y a las represalias.

En el plano económico, la mano de obra latina sostiene sectores enteros de la economía estadounidense, desde la agricultura y la construcción hasta los servicios. Sin embargo, al presentarlos como una amenaza, se fomenta la segmentación del mercado laboral y la explotación de la fuerza de trabajo inmigrante, que carece de protecciones y derechos laborales equiparables a los de otros trabajadores. Esto repercute en la precarización del empleo, perjudicando no solo a los inmigrantes, sino a la clase trabajadora en general.

Aumento de los crímenes de odio

La generalización negativa hacia musulmanes, afroamericanos e inmigrantes latinos ha legitimado, en cierta medida, expresiones de odio que se mantenían latentes. Muchos grupos de extrema derecha, como neonazis y supremacistas blancos, se ven envalentonados por la retórica presidencial, considerándola una validación de sus ideologías racistas. Esto ha contribuido a que aumentaran los incidentes de violencia, acoso e intimidación, generando un clima general de tensión racial.

Aunque no son nuevos en Estados Unidos, la explicitud con la que el racismo y la xenofobia aparecen en el discurso oficial de Trump marca un punto de inflexión. Para algunos, la «corrección política» se había vuelto sofocante, y Trump representaba la posibilidad de «decir lo que se piensa» sin tapujos, sin embargo, para muchos otros, esto significó un retroceso en los logros conseguidos en materia de derechos civiles.

La normalización del racismo se observa en la adopción cotidiana de lenguaje despectivo y chistes racistas que, en otro momento, habrían sido socialmente inaceptables, también se ve en la forma en que las instituciones pueden implícitamente cambiar su comportamiento para volverse más permisivas con la discriminación, dificultando la denuncia y la sanción de conductas racistas.

Otro efecto de la retórica generalizadora de Trump ha sido la profundización de la desconfianza en las instituciones democráticas. Al presentar a ciertos grupos como enemigos internos, alienta la idea de que las instituciones deben proteger al «verdadero pueblo» de estas supuestas amenazas. Esto deriva en un apoyo mayor a la vigilancia y en la limitación de libertades civiles. Asimismo, la polarización política alcanza niveles épicos, donde los matices desaparecen y todo se reduce a un enfrentamiento binario. Esta falta de espacios de diálogo y comprensión mutua consolida los estereotipos, dificultando acuerdos legislativos y afectando la estabilidad política.

La educación y los medios de comunicación

Para combatir el sesgo de generalización, la educación desempeña un papel fundamental. La enseñanza de la historia del racismo, la discriminación y la construcción del «otro» debe ser parte del currículo escolar, de modo que las nuevas generaciones crezcan con una mayor comprensión de los procesos sociales y políticos que generan desigualdad. Los medios de comunicación y las redes sociales también están llamados a ejercer una labor crítica y responsable, deben priorizar la verificación de datos y el contexto antes de difundir informaciones que puedan reforzar estereotipos.

De igual forma, el periodismo de investigación debe hacerse cargo de exponer los intereses que hay detrás de ciertos discursos políticos que pretenden manipular el miedo y la incertidumbre.

En el ámbito político, sería necesario reorientar las políticas públicas hacia la inclusión y la integración de las minorías y grupos racializados,promover la equidad en el acceso a la educación, la salud y el empleo, estimular programas de acción afirmativa y de formación en diversidad para funcionarios públicos. Todo esto podría contribuir a desmontar los prejuicios institucionales.

De la misma manera, reformar el sistema de justicia penal es prioritario para poner fin a la discriminación y la disparidad en las condenas.

La resistencia civil ha demostrado su eficacia en la historia de Estados Unidos, especialmente en movimientos como el de derechos civiles liderado por Martin Luther King Jr. y otros líderes afroamericanos. En la era Trump, diversas organizaciones de defensa de los derechos de inmigrantes, musulmanes y afroamericanos han llevado a cabo campañas informativas y protestas pacíficas que han contribuido a visibilizar la injusticia y a presionar cambios en políticas.

El activismo digital también ha cobrado un rol protagónico, especialmente a través de hashtags y plataformas de denuncia que exponen actitudes discriminatorias en tiempo real. Si bien las redes sociales son un espacio de propagación de discursos de odio, también son un medio para tejer redes solidarias y promover el intercambio de información veraz.

Conclusión

La figura de Donald Trump ha sido símbolo y exponente de un uso estratégico y efectivo del sesgo de generalización con fines políticos. Explota estereotipos profundamente arraigados en la sociedad estadounidense. Musulmanes, afroamericanos e inmigrantes latinos han sido construidos como amenazas, ya sea bajo la forma del terrorismo, la delincuencia o la «invasión». Este enfoque no sólo refleja prejuicios personales, sino que se inserta en una tradición política de señalamiento y exclusión que ha acompañado a diferentes regímenes populistas y autoritarios a lo largo de la historia.

Hemos analizado cómo las teorías del pánico moral, la violencia simbólica, el etiquetado y la construcción del otro se hacen tangibles en la retórica y las prácticas políticas de Trump. Es muy importante reconocer la alteridad, de evitar que los estereotipos y los miedos impidan el encuentro ético con el otro. Mientras tanto, el racismo estructural, persiste como una realidad que no se limita a la esfera individual, sino que impregna leyes, instituciones y la vida cotidiana.

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Cesar Leo Marcus

Cesar Leo Marcus, nació en Buenos Aires, Argentina. Doctor (PhD) en Logistica Internacional y Comercio Exterior, y Máster (MBA) en Sociología Económica, fue profesor de ambas cátedras en las Universidades de Madrid (España) y Cordoba (Argentina). Periodista, publica en periódicos de California, Miami y New York. Escritor, publico 12 libros, y editor literario, director de Windmills Editions. Actualmente reside en California. More »
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