Cuadernos de la pandemia: La literatura y el arte (siempre) contraatacan
Las artes han sido no solo una manera de registrar esos períodos de la historia sino también de recrearlos, de reimaginar las dinámicas de la sociedad, las maneras de seguir existiendo y de percibir y plantearnos el futuro
¿Se hará viral la poesía?
¿Nos infectará su enfermedad?
¿Ayudará a crear anticuerpos contra la indiferencia?
¿Serán los poemas los únicos espacios seguros donde nos podamos reunir?
—Julia Álvarez en How Will the Pandemic Affect Poetry
No. No es una apología del desastre. Pero lo cierto es que cuando ocurren las catástrofes naturales, las guerras, las pandemias, el arte florece, se expande, encuentra nuevos recovecos por donde infiltrarse en los tejidos de la vida y la respiración. Es la urgencia de explicarnos, de protestar, de seguir el tropel hacia adelante. Desde libros y obras de arte apocalípticos que anuncian el fin a la vuelta de la esquina y toda suerte de especulaciones alarmistas, hasta aquellos que alaban las bondades de un nuevo y positivo realineamiento global, las artes, sobre todo aquellas que requieren o pueden agenciarse con un mínimo de interacción cara a cara, están experimentando un momento de producción excepcional. Ha sido así desde los orígenes de la memoria. Las tragedias, naturales o humanas, son escenarios traumáticos que nos fuerzan a buscar respuestas o a entretenernos mientras entramos a una nueva y desconocida normalidad. Para todos se trata de un asunto de supervivencia individual y colectiva.
Las artes han sido no solo una manera de registrar esos períodos de la historia sino también de recrearlos, de reimaginar las dinámicas de la sociedad, las maneras de seguir existiendo y de percibir y plantearnos el futuro. Así los textos bíblicos de catástrofes como el diluvio, las plagas de Egipto o del caballo de la muerte que arrastra consigo la espada del hambre y de la peste son parte de la construcción del imaginario ante una existencia siempre frágil. La Historia de la Guerra del Peloponeso, de Tucídides, de principios del siglo quinto antes de Cristo, donde narra la llamada “Peste de Atenas”, vendría a ser el texto que modela las narrativas de las epidemias de los siglos siguientes. En la Edad Media europea los relatos y el arte que surgen de la peste bubónica como El Decamerón, de Boccaccio publicado en el siglo catorce, y la pintura El triunfo de la muerte, de Brueghel “el Viejo”, de comienzos del siglo dieciséis, ingresan a ese hemisferio que redime la tragedia y la transforma en una experiencia estética. La tercera relación, uno de los anales escritos a comienzos del siglo diecisiete por el historiador indígena mexicano Domingo Chimalpahin que relata una epidemia, posiblemente de difteria, ocurrida pocas décadas antes de la llegada de los españoles. La Brevísima relación de la destrucción de las Indias, de Bartolomé de las Casas y otros textos de su tiempo por los que sabemos que después de todo fueron los conquistadores quienes trajeron las pestes que asolaron al continente como la viruela, el sarampión, el tifus. En el siglo dieciocho el Diario del año de la peste, de Daniel Defoe, que narra la plaga de Londres de 1665. Ya en el siglo veinte, La peste, de Camus, novela que en estos días está siendo revisitada por críticos y lectores curiosos, algunos de los cuales encuentran que el texto ha perdido mucho de la fuerza que tuvo en su momento. O en esta corta mención de textos, el trágicamente hermoso Ensayo de la ceguera, de Saramago.
En nuestros días, en medio de una de las peores pandemias de los tiempos modernos, las expresiones creativas están presentes sobre todo en los medios impresos (libros, periódicos, revistas) o audiovisuales (televisión, cine, internet) y su presencia es, en muchos casos, clarividente y señaladora de lo que puede ser el mundo en nuestro futuro inmediato. Por supuesto, toda esta portentosa producción no tiene que exclusivamente ver, afortunamente para el arte, con el drama del coronavirus, sino también con pandemias aún más devastadoras y dañinas a mediato y largo plazo, como el resurgimiento de los nacionalismos y los fascismos que amenazan a las democracias, siempre vulnerables y nunca enteramente establecidas. O un arte que se preocupa por otras crisis urgentes como la del medio ambiente, la inmigración o la (in)justicia social, todas ellas íntimamente interconectadas. También hay, como siempre, un arte escapista, o un arte por el arte, o a un arte que se substrae felizmente al presente. Y este es también un arte necesario, porque el arte no tiene que ser necesariamente un instrumento para otros fines. El objetivo primario del arte es su existencia misma como punto de encuentro con nuestra humanidad.
De la extensa lista de producciones que nos acercan a la actualidad, quisiera mencionar el ensayo Llega el monstruo, del sociólogo y activista Mike Davis, una reactualización de un texto suyo escrito en el 2005, que enlaza la emergencia de plagas como el coronavirus con los problemas ambientales y el manejo de la crisis por los gobiernos corruptos. En inglés les recomiendo el libro No Human is Illegal, del abogado de inmigración J.J. Mulligan Sepúlveda, quien explora el drama que viven los inmigrantes en los centros de detención de la frontera México-Estados Unidos. Y el libro de poemas, también en inglés, Together In a Sudden Strangeness (Juntos en una inquietud instantánea) con múltiples voces de poetas de los Estados Unidos enfrentados a la experiencia común de la pandemia. Entre los numerosos museos de arte, quisiera sugerirles una mirada al Museum of Latin American Art (molaa.org) de Long Beach, Calif., y navegar en sus exhibiciones virtuales, en especial “OaxaCalifornia: Through the Experience of the Duo Tlacolulokos”. Y el museo La Plaza de Cultura y Artes (lapca.org), que ofrece exhibiciones virtuales y un continuo programa de actividades de transmisión en directo. El mundo se hace recursivo ante las crisis. Y el arte, como lo ha sido a través de los tiempos, es una de sus expresiones más dinámicas y duraderas, uno de los espacios de donde sigue emergiendo la vida.