Día de la Tierra: ¿qué festejamos y por qué tiene más valor que nunca?

Buenos días, estimados lectores. Desde hace exactamente 52 años, cada 22 de abril se celebra el Día de la Tierra en gran parte del planeta. La fecha busca generar conciencia mundial sobre la relación de interdependencia entre los seres humanos, los demás seres vivos y el medio ambiente natural.

Un día que debería ser motivo de celebración y júbilo, ya que todos viajamos a través del espacio en esta nave.

Sin embargo, al ser la especie dominante, nos encontramos a cargo del timón de la nave.

No fuimos elegidos por nadie. Nos colocamos en la cima de una escala biológica elaborada por nosotros mismos y no solo hemos demostrado nuestra impericia, sino también nuestra falta total de respeto por nuestro hogar, por nuestros congéneres, por nuestros hijos y por todas las especies que habitan el planeta.

Y estamos, en términos de tiempos geológicos, a segundos de estrellar la nave. A segundos de nuestra propia extinción. Lo que no es extraño, ya que el 99 % de las especies que habitaron el planeta se extinguieron.

Pero en nuestra voracidad sin límite, también de llevarnos con nosotros a cientos de miles de otras especies y a la posibilidad de que no siga existiendo la vida tal como la conocemos.

Y donde primero estamos notando las consecuencias de nuestra ineptitud es precisamente en nuestra actividad: la gastronomía; y en los alimentos que necesitamos para alimentarnos y alimentar a nuestros hijos.

La inteligencia humana tiene límites, la estupidez es ilimitada

La ONU alertó del efecto del calentamiento global en el planeta que está siendo devastado a niveles sin precedentes. Lo que significa que pronto no podremos alimentarnos, a menos que cambiemos.


Los recursos de agua y tierra del mundo están siendo explotados a niveles extremos y, en combinación con la crisis climática, eso está generando presiones enormes que afectan la capacidad de los humanos para alimentarse.

Esto no es nuevo. Dicha alerta fue publicada en la sección Medio Ambiente del New York Times, por Christopher Flavelle, el 8 de agosto de 2019.

El reporte, preparado por más de cien expertos de 52 países, concluyó que quedaba poco tiempo para atender la amenaza.

Medio millón de personas ya vivía en lugares que se estaban tornando áridos y se estaba perdiendo la tierra arable entre diez y cien veces más rápido de lo que se estaba formando, de acuerdo con el reporte.

El cambio climático agravaría todavía más esos problemas, conforme las inundaciones, sequías, tormentas y otros eventos climáticos extremos alteran y, con el tiempo, reducen los suministros globales de alimentos.

Más del 10 por ciento de la población mundial ya estaba desnutrida y algunos autores del informe de la ONU advertían, en entrevista, que la escasez alimentaria desataría una emigración más pronunciada.

«Un peligro en particular era que las crisis alimentarias se presentaran al mismo tiempo en varios continentes», dijo Cynthia Rosenzweig, del Instituto Goddard de Estudios Espaciales de la NASA y una de las autoras principales del informe.


“El riesgo potencial de una falla en múltiples canastas está aumentando”, dijo. “Todo esto está sucediendo a la vez”.

El informe publicado fue realizado por el Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), un grupo internacional de científicos reunidos por las Naciones Unidas que hace uso de investigaciones diversas con el fin de ayudar a los gobiernos a entender mejor el cambio climático y a tomar decisiones sobre cómo hacer políticas.

El IPCC ha hecho varios reportes climáticos, como uno que explicaba las consecuencias catastróficas del aumento de la temperatura global en 1,5 grados Celsius con respecto a los niveles preindustriales, así como un informe sobre la situación de los océanos.

Algunos autores del informe también sugirieron que la escasez alimentaria va a afectar más a las zonas empobrecidas del mundo, lo cual desataría flujos migratorios que ya están redefiniendo la política de América del Norte, Europa y otras partes del mundo.

El informe del IPCC advertía que si no se tomaban acciones a gran escala, la crisis climática aceleraría el peligro de que haya una severa escasez de comida.

A medida que el calentamiento de la atmósfera intensifica las inundaciones, sequías, olas de calor, incendios forestales y otros patrones de clima, se acelera también la pérdida de tierras y su degradación.

Actividades como el drenado de humedales, como se ha hecho en Indonesia y Malasia para plantar aceite de palma, son particularmente dañinas. Por cada hectárea destruida se suelta el equivalente, en CO2, a quemar 22,000 litros de combustibles.

El informe exhortaba a que hubiese cambios inmediatos respecto a cómo se producía y distribuía la comida, incluyendo el manejo de las tierras, la diversificación de cosechas y que menores restricciones al comercio. También pedía que hubiera cambios en el comportamiento de los consumidores, pues señalaba que, a nivel mundial, un cuarto de toda la comida se desperdiciaba.

“Si el calentamiento global supera los 2 grados Celsius, podría haber un aumento de cien millones o más personas en la población en riesgo de hambruna”, indicó por correo electrónico Edouard Davin, investigador de la universidad ETH Zurich y otro de los autores del informe.

La situación en nuestra región

El 16 de octubre de 2015 el Inter-American Development Bank, más conocido para nosotros como el Banco Interamericano de Desarrollo, en su Blog Mejorando Vidas, publicó un artículo titulado Tres formas en que el cambio climático afecta nuestros alimentos.

En él realizaba tres advertencias que muy pocos escucharon. Y muchísimo menos aquellos que deben tomar las decisiones políticas para que esta situación no se agrave.


A punto de cumplirse siete años de esta publicación, la situación no ha mejorado. Ha empeorado y se acerca peligrosamente a un punto de no retorno. Estas eran las advertencias.

1. El aumento de la temperatura significa que habrá menos tierra cultivable. Para algunos cultivos, como el café, se espera que el aumento en la temperatura cambie la altitud óptima de la producción.

Tierras aptas para el cultivo de café pasarán del 80-90% en la región de América Central, a 30-40% en el 2050. En la actualidad, el 70% del café en el mundo proviene de los pequeños productores.

De los 10 productores mundiales más grandes, 5 están en América Latina: Brasil, Honduras, Perú, Guatemala y México. ¿Cómo afectará el cambio climático a los ingresos y la seguridad alimentaria de estos agricultores?

2. Los niveles más altos de CO2 producen cultivos menos nutritivos. Un estudio de 2014 publicado en la revista Nature, revela que elevados niveles de CO2 reducen significativamente los nutrientes esenciales en el trigo, el arroz, el maíz y la soja.

Vale la pena señalar que el “alto nivel de CO2” (545-585 ppm) mencionado en el estudio, es el nivel esperado incluso si los gobiernos se ponen en marcha para bajar substancialmente sus emisiones.

Y ya que estamos considerando cómo duplicar la producción mundial de alimentos, para satisfacer la demanda de aumento de la población en el año 2050 también tenemos que considerar si estos mismos cultivos tendrán suficientes nutrientes esenciales como el zinc, hierro y proteínas.

3. El cambio climático afectará las variedades de cultivos que podríamos plantar. Con el fin de impulsar el rendimiento de la cosecha, los cultivos actuales fueron acondicionados en base a las plantas que mejor se adaptan al clima actual, un proceso de tarda alrededor de 7-10 años.

Esta adaptación funcionó tan bien, que dio a lugar a la falta de diversidad actual de los cultivos y que, en vista del cambio climático, ahora amenaza la seguridad alimentaria.

¿Y qué pasa en el mar?

En la otra dirección, el agotamiento de la pesca muestra la amenaza de la cercanía de los límites ecológicos en la explotación de los recursos naturales.

La constatación de que el volumen de los peces situados en los escalones superiores de la cadena trófica marina puede haber descendido un 90%, desde que comenzó su extracción, muestra la gravedad del problema.

El periodista Charles Clover habla de esto en su libro The End of The Line: How Overfishing Is Changing the World And What We Eat.

Clover utiliza esta analogía: «Imaginen lo que diría la gente si una banda de cazadores extendieran una red de un kilómetro y medio de largo entre dos inmensas Cuatro por Cuatro y la arrastraran por las llanuras de África.»

Este artilugio fantástico lo atraparía todo a su paso: predadores como los leones y los guepardos, pesados herbívoros amenazados como los rinocerontes y los elefantes, rebaños de impalas y perros salvajes.

Las hembras preñadas serían barridas y arrastradas, y solo las crías más pequeñas podrían salvarse escabulléndose entre la trama.

El autor continúa describiendo cómo la red iría precedida de un barra de pesadas ruedas de metal que irían aplanando y destrozando todo lo que se le pusiera delante; no quedaría ni un solo árbol de la sabana.

Tras esta devastación, los cazadores revisarían los animales agonizantes capturados, descartando muchos de ellos.

Y sin embargo, lo que nos parecería inaceptable para el Serengueti o el Congo, se practica diariamente en todos los océanos.

¿Y qué tiene que ver esto con el cambio climático? Estamos arrasando los océanos. Uno de los tipos de pesca más dañina es la de arrastre de fondo, un modelo que produce verdaderas cicatrices en el mar, la desaparición de peces y corales, por ejemplo, que tardan años en dejar de ser visibles, y décadas, si lo consiguen, en recuperarse en términos ecológicos.

A manera de cierre y en primera persona

Joan Manuel Serrat cantando el 7 de febrero de 1970 en los bailes de carnaval del Club Rosario Central, de la ciudad de Rosario, Argentina. Colección Tamara Smerling.

Escribo este final como editor, porque el tema lo amerita. Tengo bastantes años, de los cuales pasé más de cuarenta lejos del ecosistema barrial donde nací; hace hoy exactamente 62 años. Por pura coincidencia, como nació Lenin un 22 de abril de 1870 o el Dr. Guiamet Andreu, padre del escritor Ricardo Guiamet, mi amigo, compañero de estudios y hermano de la vida.

No pueden imaginarse los lectores más jóvenes, los cambios que se han producido en el último medio siglo. Las especies que ya no están. Los sonidos que han desaparecido.

Los pájaros que ya no vuelan. Las bandadas de patos siriri y de otras aves salvajes, que ya no surcan el cielo desde las islas.


Las luciérnagas que no iluminan las noches. Los árboles que no están en las calles. Las palmeras de Boulevard 27 de Febrero. Calles enteras, que en verano eran un oasis de sombra, hoy son un infierno de cemento.

Mejor no hablar del río. Dan ganas de llorar cuando uno se asoma y ve las embarcaciones encalladas. O el otrora glorioso Saladillo con sus quebradas, hecho un resumidero de basuras. O el Ludueña donde ni siquiera hay ranas.

Cuando era un niño, cada casa tenía su gallinero, su quinta, su horno, su patio, su fondo; hasta algunos criaban patos o conejos. Algún árbol para tener frutas en invierno o en verano.

Nuestros ancestros sabían lo que había sido el hambre y no querían para nosotros esa experiencia. Así que por si las moscas, por si las cosas no iban bien, siempre iba a haber algo para hacer puchero.

Y sino estaba el río, que generoso nos brindaba todo lo que necesitábamos. Recuerdo alguna vez ver sacar taruchas, sin siquiera poner carnada. O pescar en el puerto algunos pacúes grandes como un medio mundo, repletos de cereales.

Cincuenta años alcanzaron para devastar todo eso en nombre del Progreso. Así que, mis queridos lectores, hoy no es un día para celebrar. Es un día para reflexionar y pensar de qué manera podemos ayudar a parar esta locura desenfrenada a la que nos conducen.

Porque no escuchan las advertencias. No escuchan a nadie. Y no les importa nada. Hace cuarenta años, antes que los científicos, antes que los ecologistas, antes que los periodistas, un juglar, un poeta, un trovador, de nombre Joan Manuel, ya se los había advertido.

 

Y tampoco lo escucharon. Espero, amables lectores, que ustedes sí lo escuchen.

Emilio Moya

Emilio R. Moya es Cocinero, Historiador Culinario y Periodista Gastronómico. Ha sido docente de Filosofía y Estética, Miembro de la Asociación Argentina de Investigaciones Éticas. Es periodista free-lance y Editor de Chefs 4 Estaciones de Argentina. More »

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