El doble discurso de Jorge G. Castañeda

Hace apenas unos días, en México, el Pleno de la Suprema Corte de la Nación ratificó la decisión de una Jueza de no conceder el amparo promovido por un grupo de 15 intelectuales mexicanos contra la Reforma Electoral de 2007, que, entre otras cosas, prohíbe a los particulares la contratación de espacios en radio y televisión con fines electorales.

La decisión de la Suprema Corte es muy importante porque impide (cuando menos de manera legal) que personas o grupos, invocando su derecho a “la libre expresión”, lleven a cabo campañas de linchamiento mediático contra candidatos que ellos consideren que, de llegar al poder, afectarían sus intereses o que simplemente no son de su agrado; como ocurrió en 2006, cuando el Consejo Coordinador Empresarial impulsó una campaña negativa contra el entonces candidato Andrés Manuel López Obrador.

Un aspecto interesante de esta historia es, cimo decía al principio, que quienes se inconformaron con la decisión del Congreso de evitar que se repitiera lo ocurrido en 2006, fue un grupo formado por muchos de los principales “intelectuales” de México: Luis de la Barreda, Luis González de Alba, Héctor Aguilar Camín, Ángeles Mastreta, Ramón Xirau, Isabel Turrent, Federico Reyes Heroles y Jorge G. Castañeda entre otros.

De todos los opositores a la reforma (en específico a la prohibición hecha a particulares para comprar espacios en radio  y TV), el más activo de ellos ha sido el ex Canciller Jorge G. Castañeda, quien años atrás también demandó al estado mexicano ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, por no permitir la existencia de candidaturas ciudadanas (él quería ser candidato ciudadano a la Presidencia de la República).

El caso de Castañeda es muy especial, porque aunque nadie podría dudar del gran talento que posee como académico y escritor, su actuar en el ámbito político, nacional e internacional, le ha generado constantes críticas desde hace mucho tiempo.

Desde un inicio, su calidad de hijo de otro ex Canciller Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa — le permitió ser un joven privilegiado ya que además de tener una vida cómoda, el trabajo de su progenitor le permitió conocer de cerca a importantes personajes políticos latinoamericanos, muchos de ellos identificados con el socialismo internacional, inclusive algunas personas afirman que recibió entrenamiento militar en Cuba durante los años 70.

Años después, coincidiendo con el declive del socialismo real, Castañeda comenzó una especie de intento de “desmarque” o alejamiento de sus posiciones pro-socialistas, palpable en sus colaboraciones en distintos medios nacionales e internacionales (Nexos, Proceso y Newsweek, principalmente), pero especialmente con la publicación de La Utopía Desarmada (Cal y Arena, 1995), donde hace una crítica acerca de los errores cometidos por los movimientos socialistas de la región, aportando para ello datos que, en algunos casos resultaron incómodos para quienes fueron mencionados en dicha publicación, inclusive algunos calificaron las revelaciones de Castañeda como una traición a los movimientos de la región, los mismos que en el pasado habían confiado en él.

Antes de eso, en 1988, Castañeda había participado como asesor en la campaña presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas, cuando no obstante que resultó ganador el candidato del PRI Carlos Salinas de Gortari, para muchos representó el principio del fin de la hegemonía priista, que llegaría en 2000 cuando el PRI fue derrotado por el panista Vicente Fox, quien también tuvo como colaborador de su campaña a Castañeda.

Es decir, en un período de 12 años pasó de ser un promotor del cambio social basado en las ideas de la izquierda, a la promoción del “voto útil” a favor de un candidato, cuya formación doctrinaria (si es que alguna vez tuvo algo parecido a eso el expresidente) y trayectoria profesional lo situaban claramente como un personaje de derecha.

Estos vaivenes ideológicos no deberían extrañar a nadie demasiado, si consideramos los antecedentes del personaje. Por ejemplo en uno de sus libros (“La Casa por la Ventana”, Cal y Arena, 1993) hay un capítulo que se titula “La élite en la lejanía”, en la que hace una crítica mordaz a la costumbre — que se intensificaba entonces — de los políticos mexicanos que envían a estudiar a sus hijos a universidades de Estados Unidos, en contraste con los políticos de décadas atrás que preferían que sus hijos estudiaran en las universidades públicas locales, particularmente en la UNAM o, en todo caso, en universidades europeas (por aquello del espíritu antiyanqui característico entre la clase política mexicana de mediados del siglo pasado) y cómo después regresaban y eran integrados a la administración pública contando con una sólida preparación académica, pero con un desconocimiento casi total de la realidad mexicana.

Si bien es cierto que muchos podríamos suscribir sin problema lo planteado por el ex Canciller, resulta sorprendente y hasta esquizofrénico que sea él quien lo diga, pues su formación académica es idéntica a la que critica, porque de hecho él mismo estudio en la Universidad de Princeton y más tarde (quizás también para “neutralizar” la influencia estadounidense) continuó su preparación en l’École des hautes Études en Sciences Sociales de Francia. Así que pese a que pudiera argumentar que a diferencia de los “otros” él sí conoce México a profundidad, la descripción (y lo que critica) aplica también para él.

Ahora bien, otro rasgo característico de Castañeda (el intelectual) es su crítica constante a las malas costumbres de los políticos y aún de los intelectuales mexicanos, a quienes reprocha todo el tiempo su falta de preparación, su provincianismo y, en el caso de los intelectuales, su facilidad y docilidad para ser cooptados por el poder a través de la cesión de cargos en los organismos culturales o diplomáticos del gobierno.

Esto en sí mismo no está mal, pero una vez más el discurso de Castañeda es contradictorio, pues no recuerda, por ejemplo que en 2001, siendo Canciller, colocó a su ex esposa, Miriam Morales de nacionalidad chilena al frente de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR), un organismo descentralizado de la Secretaría de Gobernación.

Y aunque podría negar que ella llegó ahí por méritos propios, lo cierto es que por aquella época, unos días antes de que se diera a conocer ese nombramiento, en la oficina del ACNUR en México, su titular nos reveló, textualmente, a mí y a otra persona: “quien llegará a la COMAR será la ex mujer de Castañeda”, lo que más tarde me sería confirmado por personal de la Subsecretaría de Población y Asuntos Migratorios, quienes en una entrevista de trabajo me comentaron que aún no había titular en la COMAR, pero que lo más probable sería que llegaría alguien que estaba “proponiendo Cancillería”.

Es decir, Castañeda promovió a su ex esposa (y Santiago Creel accedió), para que llegara al cargo de titular de ese organismo humanitario, en donde permaneció casi todo el sexenio que duró el gobierno de Vicente Fox.

Detalles como los anteriores hacen ver a Castañeda como un personaje contradictorio, impredecible, poco confiable y, por más que se empeñe en gritar a los cuatro vientos que es diferente a los demás políticos e intelectuales, representa a la perfección la amalgama de la esquizofrenia mexicana, lo positivo y lo negativo. Es de una dualidad extrema: en ocasiones al observarlo y escucharlo hablar pareciera que se está en presencia de un gran intelectual o de un gran estadista, pero la mayor parte del tiempo (basta echar una mirada a su cuenta de twitter) lo que se observa es una persona colérica, prepotente y humillante, que pareciera que todo el tiempo estuviera maldiciendo a la vida por haber nacido en México y reprochando a sus compatriotas por no sentirse orgullosos de contar con alguien tan brillante y talentoso como él piensa que es.

Así que sin caer en la tentación de la descalificación fácil, habría que tomarse con mucho cuidado todo lo que él dice, como ahora que afirma [Twitter, 03/28/08] que con la decisión de la corte “lo importante es saber si sólo perdieron 15 intelectuales mamones o todos los ciudadanos que no tiene acceso a la justicia (sic)”, porque si bien es uno de los intelectuales más capaces y preparados que hay en México, su temperamento, o peor aún, sus vaivenes ideológicos y emocionales, hacen que en ocasiones sea difícil saber si el que habla es el intelectual, el político arrogante o el hombre que es capaz de criticar (involuntariamente) lo que es su propia esencia.

Autor

  • Alfonso Hernandez Ortega

    Licenciado en Relaciones Internacionales (1993)y Maestro en Gobierno y Asuntos Públicos (2005) por la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM. Fue Delegado de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados en el estado de Chiapas. Desde 2005 trabaja para el Gobierno del Estado de México, en la Secretaría de Educación, donde es Jefe de la oficina de Preparatoria Abierta del Oriente del Valle de México. Desde 2009 es asesor político de la Asociación Sindical de Sobrecargos de Aviación de México. Fue asesor político de campañas electorales en el proceso federal de 2003. Ha sido profesor de Geopolítica y Mundo Contemporáneo en la Universidad Tecnológica de México, UNITEC S. C. Ha escrito diversos artículos en revistas especializadas, como: la Revista de investigación Social, editada por el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM y la Revista del Instituto de Administración Pública del Estado de México, IAPEM. Sus temas de estudio son: Migración, Políticas de Asilo y Refugio, Instituciones, Nuevo Institucionalismo y Políticas Públicas Aeronáuticas.

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