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El lenguaje de las elecciones: monolitos y odiseas

La votación democrática, vista como un avance en la socialización moderna, no debiera ser tratada como un duelo entre ciudadanos o partidos. La rutina de conseguir más votos y llegar a la Casa Blanca debe apartar todo lenguaje que insinúe una pelea

El lenguaje de las elecciones se nos muestra en ocasiones tan fuera de lugar como el controvertido monolito de Utah.  En los años que vivimos debería pensarse dos veces antes de hablar de “victorias” y “derrotas” electorales. Gana la democracia, no los votantes. El comienzo del filme “2001: Una odisea en el espacio” de Stanley Kubrick se inicia con una secuencia en que simios prehomínidos adquieren consciencia de su superioridad animal al reconvertir artefactos en armas. Aplicado al gran invento de la Democracia, recurrir a una terminología que incluye victorias y derrotas nos retrotrae a ese pasado tan primitivo como violento. 

La votación democrática, vista como un avance en la socialización moderna, no debiera ser tratada como un duelo entre ciudadanos o partidos. La rutina de conseguir más votos y llegar a la Casa Blanca debe apartar todo lenguaje que insinúe una pelea. La mayoría de los votantes son tus vecinos, aquellos a los que saludas a diario. Con más de setenta millones de votos por bando en las últimas elecciones nadie en su sano juicio quiere armarse de un discurso que incite al belicismo cavernario. 

La esencia de lo que nos mueve a votar debe ser una fecunda contribución a un proceso que beneficie a todos. 

Aceptemos que haya propuestas no compartidas, pues así es como nos avenimos; de lo contrario, tendríamos que visitar al sicólogo muy seguido. En este sentido, las elecciones son grandes consultas siquiátricas, y gratuitas, que impiden que nos agarremos a trompazos.

Por ello, las actitudes hegemónicas hacia votantes de distinto signo merecen repudio. El acceso a la Casa Blanca no se dirime en un octógono. La evolución de las especies nos ha llevado a un sereno consenso pacífico muy alejado del profético amanecer que plantea Kubrick.

“Seré presidente para todos” es una entre otras expresiones a evitar porque solo son fiables si lo opuesto es creíble. Y nadie diría, aunque lo pensara, “voy a gobernar solo para mi gente”. Es pura futilidad.

La música de la película de Kubrick: en español “Así hablaba Zoroastro”, de Richard Strauss, se inspira en la obra de mismo título de Nietzsche. El libro, escrito a finales del siglo XIX, parte de las ideas filosóficas de Zoroastro sobre el bien y el mal. Viene a cuento porque los votantes en las elecciones no pueden convertirse en votantes del bien y del mal. O de lo que el presidente Busch hijo redujo a un “o conmigo o contra mí”. 

Se debería poner más empeño en entender cómo se promueve el voto a favor de un determinado candidato, o candidata. Es aviso para navegantes, antes de que nos caiga otro desubicado monolito cuyas manías infecten el valor del voto electoral.

 

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