El mito de las elecciones robadas: la ponzoña de los próximos 4 años

En esta pieza de opinión en el Washington Post, el columnista, profesor y activista Paul Waldman describe el futuro próximo de las relaciones políticas en Estados Unidos de manera clara, concisa y consciente. Vale la pena, en este espacio, replicar esas ideas para que quede claro qué nos espera en los próximos cuatro años, una vez que Joe Biden preste  juramento como presidente de Estados Unidos .

El mito de las elecciones presidenciales robadas, la gran mentira que ha alimentado Trump por su incapacidad de reconocer una derrota, estará con nosotros y será la ponzoña que dominará al partido Republicano por años. Hará imposible toda disidencia interna y más aún, toda cooperación significativa con la nueva Casa Blanca o los demócratas en ambas cámaras.

La insistencia de Trump en que ganó las elecciones, si bien rayana en lo patético, es peligrosa. Ya ha superado todos los límites del sentido común. Las decenas de derrotas de sus demandas judiciales, incluyendo una hoy en la Suprema Corte, no mermaron la convicción de a sus millones de fieles que las elecciones fueron fraudulentas.

Pero además, llevaron a una explicación conspirativa en la que en la mente de muchos republicanos están implicados los demócratas, las cortes, el departamento de Justicia, la FBI, los medios de comunicación y cualquier republicano que disienta.

Si pasa la entrega del poder, Trump se propone mantener un férreo liderazgo del GOP y postularse en las elecciones de 2024 para tratar de ganarlas precisamente con base en el mito de las elecciones robadas. Este método es similar al que usó ya antes de 2015, cuando hostigó por años al presidente Obama con su mentira de que había nacido en Kenia y que por lo tanto era un presidente ilegítimo. También recordemos que previo a los comicios que ganó, enunció que la única manera que podría perder es por fraude. Ganó, lo que no le impidió decir que su desventaja en el voto popular se debía a que votaron ilegalmente los indocumentados.

De la misma manera tratará a Biden.

De nada vale que la victoria del demócrata fue de 306 a 232 en el colegio electoral, y de siete millones de votos. No se ha hallado ninguna evidencia real de fraude, y mucho menos de uno orquestado por las fuerzas oscuras imaginadas ahora por la mayoría de los políticos del partido.

El Washington Post preguntó a cada uno de los 249 congresistas republicanos quién ganó las elecciones. Solo 27 admitieron que fue Biden. Solo 32 dijeron que lo aceptarán como presidente legítimo.

Y lo que vendrá es claro: el espíritu de victimización es lo que unifica e impulsa a la oposición. Es el tema central de la ideología conservadora: sentirse víctimas.

De allí, ¿qué les impide utilizar el fraude y otros métodos ilegales para ganar elecciones, si para ellos ya lo hizo el supuestamente falso presidente?

El mismo Mitch McConnell, líder republicano del Senado, quien hace ocho años declaró la obstrucción de todo lo que haga Barack Obama como su principal meta, lo hará de nuevo.

Para ellos, Biden no será realmente el presidente. Todo valdrá contra él.

Se opondrán a todo lo que requiere aprobación del Congreso: alto personal de la administración. Candidatos a jueces federales.

Quien, dentro del partido Republicano, no lo hiciese, será catalogado de traidor, amenazado de muerte anonimamente como muchos en estos días, y perderá su reelección.

Mucho peor están las cosas en el nivel estatal.

Allí donde los republicanos tienen la gobernación y la mayoría en sus legislaturas, limitarán o suprimirán el derecho al voto de las minorías: afroamericanos, latinos, jóvenes, estudiantes, los pobres.

Rediseñarán los distritos electorales de manera tal que perpetue su mayoría. Los plazos de votación previa se acortarán. El voto por correo será incesantemente desafiado en corte. La cantidad de puestos de votación y urnas en áreas pobres seguirá disminuyendo. Pedirán documentos adicionales a afroamericanos, exactamente como se hizo durante el período de la Reconstrucción posterior a la Guerra Civil.

No es una pesadilla: ya está sucediendo.

¿La justificación? Por si fuere necesaria, dice Waldman, “no podemos permitir que roben otra vez las elecciones”.

Como si esto fuera poco, el mayor logro de Trump – algo que le tocó por pura casualidad histórica – fue haber podido nombrar tres nuevos miembros de la Suprema Corte de Justicia, que ahora tiene una mayoría conservadora decisiva de 6 contra 3.

En suma, los republicanos de Trump (porque habrá otros) considerarán cualquier victoria demócrata en los llamados estados clave, o de campo de batalla, inherentemente fraudulenta e ilegítima.

¿Cómo evitarlo? Difícil, pero no hay otro camino que cada uno cumpla con su deber: el nuevo gobierno, que solucione la crisis del COVID-19 y la depresión económica. Los medios, que divulgan la verdad. Y la ciudadanía, que participe activamente en forjar su destino.

Para evitar así este libreto de pesadilla.

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