La palabra y el sueño: el hombre de la eternidad
Palabra viene del castellano antiguo parábola y este del latín parabola que a su vez tiene origen en el griego «parabolé». Según la Real Academia Española (RAE) es una narración de un suceso fingido, del que se deduce, por comparación o semejanza, una verdad importante o una enseñanza moral.
Palabra es, en su acepción básica según la RAE, un segmento del discurso unificado habitualmente por el acento y el significado. Antiguamente era definido como dicho, razón, sentencia, parábola.
En el primer momento en que el sonido indefinido se convirtió en un código con significado y que los miembros de un grupo lo aceptaron como la representación sonora de un objeto, sentimiento o idea, el hombre empezó a adueñarse de su entorno por el poder de la palabra de unificar, recrear, significar y evocar la realidad tangible o no.
Ese paso significó la evolución del lenguaje primigenio e instintivo de los sonidos al discurso organizado por la razón y la necesidad de comunicarse para sobrevivir. Así nacieron las lenguas y con ellas la tradición y con esta la religión.
El otro paso inconmensurable por su trascendencia, fue el de la escritura porque fue en ese momento cuando el sonido pasó a ser un símbolo, gracias al cual se crearon los documentos que sobrepasan las barreras del tiempo y a partir de los cuales podemos recontar la historia y entender el pasado, con las relaciones y los mitos y los hechos históricos que nos asombran.
La palabra organizó al hombre y a su grupo en una comunidad con identidad y cultura propias. El poder ya no era sólo la demostración de la fuerza bruta en el conflicto eterno entre los hombres, ahora también era la capacidad de razonar y organizar y convencer. Así nació la la religión como interpretación del mundo a través de los mitos y mucho más tarde la simbología matemática y el cultivo de la astrología que permitieron desarrollar el pensamiento científico y filosófico en las culturas más avanzadas.
El hombre empezó a pensar, a argumentar, a inventar y en estadios mas evolucionados, a escribir sobre lo que veia, adoraba o soñaba, así nacía la literatura.
Estos pasos primigenios y elementales que nos son remotos en el tiempo, nos demuestran cuánto ha evolucionado el hombre y la capacidad de éste de transformar, crear, de pensar y creer, de discurrir y convencer. La palabra se hizo credo en las religiones y le dio al verbo la dimensión divina detrás de la cual yace la necesidad de una convivencia con ética que permite una sociedad organizada basada en valores establecidos por el grupo.
Las grandes civilizaciones de las cuales podemos dar cuenta hoy día son aquellas que llegaron al documento escrito, que sobrepasaron la realidad física para convertirse en narradores de su propia historia y, entre éstas, las más avanzadas fueron aquellas que legaron a la posteridad su forma de pensar e interpretar el mundo.
A través de la palabra el mundo de los hombres se convirtió en un cosmos polifónico que se dividió en discursos jerarquizados, en los cuales se determinaba un pensamiento dominante por sobre el lenguaje del dominado. Quien detentaba el poder imponía las reglas y marcaba el camino a seguir. Quienes se encontraban exilados de este discurso tenían sólo dos caminos, combatir o someterse. De esta manera se estableció la realidad humana escindida por la interpretación de la verdad, este reflejo del hombre esta definición para encajonar lo que llamamos realidad y hacerla más tangible, más próxima.
A diferencia de este mundo original, en la actualidad, la palabra está por encima del individuo y lo determina. Nos hallamos inmersos en mundos creados donde sólo podemos optar por los caminos y ubicarnos en un discurso paralelo reflejo de los dominantes. La sofisticación y la polifonía de los diferentes lenguajes que se manejan hoy día nos convierten en átomos con núcleos indefinidos: somos miles de voces, miles de ecos, estamos sobresaturados de ideas, de propuestas que no dejan ver con claridad una frontera ni a dónde nos dirigimos.
Nuestra jungla ha dejado de ser física para convertirse en miles y miles de discursos que nos llegan desorganizados y en los cuales la verdad por intangible deja de ser importante. La historia se deconstruye y se recuenta, la ciencia se contradice, las religiones se mimetizan en expresiones pobres sin trascendencia, el verbo que era Dios queda en el umbral del silencio eterno e inconmensurable, el último punto, el sentido de la muerte.
Palabra Abierta es esta ventana polifónica donde queremos interpretar lo que vivimos y nos pasa, lo que creamos y deseamos compartir, donde agotamos la fe en que vale la pena seguir comunicándonos, dándole valor a la palabra creativa por encima del agotado discurso diario, gris, lleno de lugares comunes y trascendentalismo falso.
Palabra Abierta es el umbral al derecho que tenemos de decir lo que creemos pensar y sentir, es el refugio de los que aún sentimos que podemos ser, si no originales, por lo menos sin la farsa académica, ni las componendas políticas ni la fe menesterosa y repetitiva.
Palabra Abierta es un espacio honesto que llega al receptor ávido de lectura estimulante sin fórmulas precisas. Ya no es el simple “pienso, luego existo”; ni siquiera el simple “tomo la palabra”; es escribir para un lector indefinido en un medio eminentemente colectivo, en una dimensión sin fronteras ni barreras.
Manuel Gayol Mecías y Gabriel Lerner han hecho posible este espejo del pensamiento creativo hispano del siglo XXI.
Coniiiiiiiii, Conífera, por fin te apareces y tú que pensabas que podías escapar de mí, como Rogercito nuestro Flaco y El Lobito cachaco de su jefe. Pues no te escapas, aquí estoy, aunque no me hayas contestado sino dos de mis 200 emails, jajaja. Gracias por enseñarme sobre Manuelita Sáenz y de Bolívar, a través de tu antepasado el Dr. Reverend que le atendió. Gracias también porque sin ti no me habría enterado de la existencia de la literatura costeña. Gracias por tanta risa compartida.