La frontera, cuando no era VIP

Quisiera contar una historia de la frontera pero mejor te voy a contar otra. Así que sácate los ojos para leer bien entre lineas. Ayer o hace algunos días o muchos años atrás iba yo manejando en las calles de Tijuana con un disco pirata de Julieta Venegas que dice cantando: “Debajo de mi lengua se esconden las palabras que revelan todo de mi” al mismo tiempo mi mente iba tarareando “Aquí en la esquina de un mundo tierra, penúltima calle de Latinoamérica” de Tijuana No. El stereo, a todo lo que da, me daba un show bien curado y yo baile y baile.

Seguía conduciendo por las ocupadas calles de una ciudad malentendida por todos. Me agarró el alto del semáforo y de inmediato un vende-periódicos se acercó a mi ventana y yo por gentil la bajé para decirle que no traía cambio.

-Estimado y exitoso joven tijuanense, me alegra informarle que aquí tengo las mejores noticias para usted y si no son las mejores son las que usted necesita conocer-. Me dijo con una sonrisa amena como si no hubiera estado trabajando el día entero bajo el cielo nublado.

Me dieron ganas de explicarle que desafortunadamente yo no era tijuanense pero -de verdad no traigo dinero- fue lo único que le dije y que bueno, pensé, porque si lo trajera y él me estuviera vendiendo un carro se lo compraba. -Le deseo la mejor de las suertes- y seguí manejando detrás del carro que a unos carros de distancia me guiaba hasta la linea.

Mi guía, la doctora, por el espejo retrovisor me miraba como si fuera la última vez mientras yo me llenaba de palabras tristes para decirle adiós con los ojos. Le saqué la lengua y le hice una cara fea para que se riera… y se rió.

Después me dijo adiós con la mano, dio la vuelta y me dejó en la penúltima calle de Latinoamérica. De ahí en adelante me tocó manejar solo mientras en el espejo su carro se hacia más pequeño rumbo al pasado.

Y Julietita cante y cante en las bocinas: “El presente es lo único que tengo, el presente es lo único que hay”.

Y el presente, al igual que la cola de carros, en ese momento me indicaba que en mi futuro inmediato tendría que esperar por lo menos 2 horas para cruzar las puertas de Babilonia. Si me preguntan aún no sé la razón por la cual uno se queda en los iunaiteres taintes.

A veces supongo que los niños sólo se pueden caer de un lado de la barda o será, tal vez, como podría haber dicho Eduardo Galeano que las monedas tienen un lado rico y un lado pobre y los pobres se cambian de lado para ser menos oprimidos. Será, talvez, pero la verdad aún no la sé.

Esperé haciendo dibujitos en el techo sin sospechar que antes de cruzar la linea el migra iba a desmantelar mi carro con un desarmador en busca de algo de lo que, al juzgar por la forma en que me trató, soy sospechoso.

La frontera delinea bruscamente los estereotipos y a los del Norte les da frecuentemente por pensar que todos los de Sur escondemos a un primo en la cajuela o una tonelada de coca en las llantas. Me dieron ganas de enseñarle mi carta de no antecedentes penales pero no la traía más que en la boca y en la boca siempre cargo mi acento.

Timbró el celular y del otro lado mi hermano hablaba para decirme -hey cabrón que esta vez no se no se te olvide que mañana es el cumple de mi mamá. Le llamas-. Y gracias a él le llamé a mi madre y gracias a ella me enteré que gracias a mi prima, la de Utah, soy tío otra vez.

Parece que los niños de nuestras familias empiezan a caerse del lado norte de la frontera. Ojalá que, por lo menos, a ellos los traten como lo VIP que son para nosotros y que a su vez encuentren una forma justa de ver a los demás.

Autor

  • Miguel Olmedo Valle

    Miguel Olmedo Valle (La Huerta, Jalisco; 1982) escritor nocturno mexicano. Trabaja de día, escribe de noche y los fines de semana se entretiene quemando sus propias palabras. Ha visto lo visible y ha soñado lo invisible. Y sin embargo, todavía cree en la verdad. Le molesta la condición humana y la inhumana. Ojalá que al empezar la noche se convierta en un buen fantasma.

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