Los cenicientos, un cuento de Liza Rosas Bustos
Todas las noches, Pedro Zurita, vigilante peruano de Crate and Barrel invita a la hondureña Ana Cienfuegos, a tomarse un café en la mesa de caoba que han instalado en la vitrina de la calle 57 y Madison. Zurita planifica. No es tonto. Se trae un termo desde la casa y unas galletas que su hermana le deja al volver de su trabajo de banquetera en Cipriani, coloca el mantel de lino de Crate and Barrel, unas servilletas y se instala con la hondureña Cienfuegos a tomarse un buen aperitivo.
Todas las noches, Pedro Zurita, vigilante peruano de Crate and Barrel invita a la hondureña Ana Cienfuegos, a tomarse un café en la mesa de caoba que han instalado en la vitrina de la calle 57 y Madison.
Zurita planifica. No es tonto. Se trae un termo desde la casa y unas galletas que su hermana le deja al volver de su trabajo de banquetera en Cipriani, coloca el mantel de lino de Crate and Barrel, unas servilletas y se instala con la hondureña Cienfuegos a tomarse un buen aperitivo.
A veces tiene suerte. Le traen restos de vino o bajativos, tiramisu o unas bandejitas con Hors d‘œuvre.
Cuando llega Ana, saca las copas de cristal y unos platillos de cerámica importada que colocan de muestra en el pasillo de la entrada y allí se sienta con ella sobre la mesa de caoba antes de coger sobre la cama que está de muestra del piso principal. Tras el agazajo de madrugada, cogen calladitos, casi casi mudos para que nadie los descubra.
Ana Cienfuegos, que también planifica, se saca la ropa de la limpieza que todos los días utiliza como encargada de mantenimiento del stock de ropa de noche y se coloca un vestido que pide prestado del rack de Bloomingdales. Suerte tiene la hondureña porque trabaja a unas pocas cuadras. Más suerte tiene porque tiene acceso a los trajes de hombre. Es así como a diario selecciona el más costoso traje de hombre del recinto que limpia a diario de madrugada. Acto seguido se va rapidito a unas pocas cuadras a la puerta de servicio de Crate and Barrel donde la recibe, obvio, el peruano Pedro Zurita. Tras abrir la mampara y mirar unas cuantas veces a todos lados Zurita la hace pasar. Acto seguido se saca el traje de vigilante nocturno. Ambos se ven muy bellos y muy elegantes para, a eso de las dos de la mañana, agasajarse como se merecen.
Sobre la mesa de caoba meriendan juntos. Se ríen juntos. Comparten los recordados episodios de El Chavo del Ocho que ambos miraron de niños en sus respectivos países. Tararean boleros de Armando Manzanero juntos hasta coger como ambos se merecen, en silencio claro está.
A veces cogen sobre la cama de mimbre.
A veces, cuando hay mucha luz en las calles por alguna película que se les ocurre filmar por el área, no pueden follar en la cama del piso principal. Entonces en medio del arrastre pasional, Zurita la desliza a un sofá de cuero del Manager colocado atrás donde los ojos de las vitrinas no los pueden alcanzar y se la zinga allí mismo tapándole la boca, en caso que alguien pueda escuchar. Cogen a diario y desenfrenadamente, con las luces encendidas y la sospecha de que los estén observando, detalle que incrementa la potencia de Zurita y el jadeo de Cienfuegos. El jadeo es mudo, claro está, pero es jadeo igual.
A eso de las cuatro de la mañana termina el ritual. Limpian toda evidencia, se sacan la ropa que se han colocado. Tanto Zurita como Cienfuegos vuelven a su uniforme original. Ana toma los trajes, les pasa un trapo en caso de que tengan manchas, se va por donde vino y los devuelve a los colgadores y a las perchas de Bloomingdales de donde salieron. Zurita se encarga de limpiar los cubrecamas y colocar los condones usados en su bolso de vigilante.
Ambos se van a sus casas, donde sus familias los esperan, mientras los encargados que llegan a eso de las 8:00 comienzan a preparar la tienda para abrir las puertas al público.
En cada uno de los artefactos en venta hay un letrero que dice «Do not touch the furniture».
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