Memorial Day: recordar a los vivos
En el principio, Memorial Day no existía.
En 1866, de manera espontánea, después de la horrenda carnicería de la Guerra Civil estadounidense, unos esclavos libertos del Sur que lucharon con la Unión exhumaron a sus compañeros de la fosa común en Charleston, Carolina del Sur, para darles sepultura y honor.
Crearon un día de conmemoración. Igualmente, lo instauraron mujeres del Sur que decoraban tumbas de sus queridos, en 1864, antes de su derrota.
Era para los muertos del Norte, no de la Confederación. De hecho, los estados del Sur lo ignoraron hasta 1918, cuando se convirtió en un evento que englobaba a los caídos en la Primera Guerra Mundial y en todas las guerras del país.
Aunque fue declarado por un general en 1868, tuvieron que pasar 100 años hasta que el Congreso lo estableciera oficialmente como feriado federal.
Recién en 1971 se estableció su fecha en el último lunes de mayo en lugar del 30.
Esto fue lo que le dio su carácter mixto, confuso de hoy, cuando sirve de fin de semana larga, señala el inicio de la época veraniega y es identificado con las carnes asadas en los patios de las casas.
Pero Memorial Day es una oportunidad para detenernos y pensar en lo que nos rodea.
Personalmente, quiero pensar que se extiende a todos los soldados que murieron en conflictos armados y cuya memoria es compartida por quienes hoy vivimos en Estados Unidos. Por eso me permito recordar a mis propios compañeros muertos en Israel.
De los 64 que finalizamos estudios de enfermeros de combate, 11 cayeron solamente entre octubre y diciembre de 1973, en sus distintas unidades.
Más adelante, de ocho enfermeros en mi compañía, dos quedaron en las arenas de Sinai. Otros dos arruinaron sus vidas, uno cojo, otro ciego, para siempre.
Desde entonces pasaron años y más guerras. En mi mente sus nombres se han entremezclado y luego perdido en la bruma de los tiempos.
Yo los recuerdo ahora con un estremecimiento, el recuerdo de nuestra fraternidad y el horror en la faz de sus familiares.
Con los muertos en combate de todo el mundo comparten un común denominador: su muerte jamás pudo ser justificada en última instancia.
Muchos son olvidados en el mismo suelo donde vertieron su sangre.
Se ha inventado para su muerte un sentido; y ese sentido a menudo tergiversa su sacrificio y su vida concreta y diaria.
Opino que demasiado a menudo, los soldados son malentendidos por la sociedad. Se los considera parte de las políticas de sus gobiernos de la cual muchas veces son, en realidad, sus víctimas. De allí el recibimiento hostil que sufrieron los que volvían de Vietnam. Ellos y los que parten o vuelven a Afganistán e Irak están, literalmente, entre la espada y la pared.
Por eso, hoy cuando recordamos a los miles que ya no están con nosotros, pensemos también en aquellos que desde los lejanísimos campos de batalla nos envían sus mensajes electrónicos y sus voces optimistas y sus cartas de añoranzas y sus fotografías de tristeza y fatiga.
Honremos a los caídos pensando en los vivos y saludándolos, deseándoles un pronto, pronto, feliz, regreso a casa.