Nos duele Colombia, por Jorge Muzam
Colombia, de río quemante, de hierba encendida, de cuerpos acribillados, sin vida, que tirados en el asfalto parecen amarse, ¡son los tatuajes de la codicia!
Marcos Tabera
Contemplamos con profundo dolor y consternación la sucesivas jornadas de represión al pueblo colombiano. Desde Chile lo sentimos tan propio, porque no acabamos de superar una situación muy parecida.
Desde el 28 de abril, el pueblo de Colombia se volcó a las calles para protestar en contra del gobierno de Iván Duque, principalmente por el proyecto de ley de reforma tributaria que envió al Congreso.
Sin embargo, se encontraron con una respuesta tajante del Ejecutivo: represión y más represión, que hasta el momento ha dejado miles de heridos y al menos 25 fallecidos. Respuesta a todas luces criminal, pues no hay pueblo que salga a las calles por gusto. Siempre lo antecede la desesperación, el hambre, la ausencia de un futuro para sus hijos, la conciencia de la profunda injusticia de un sistema.
Predomina un silencio internacional ante la masacre. Organismos como la ONU y la OEA, habitualmente tan proclives y presurosos en condenar los excesos del madurismo venezolano, de La Habana, Moscú o Pekín, han tomado un micrófono tan tibio como tardío para hablar sobre esta matanza.
Vivimos un quiebre de época donde la extrema violencia que emana de gobiernos en teoría democráticos se ha ido naturalizando.
La comunidad internacional parece haber aceptado como normal estas formas desproporcionadas de represión, en que la sola voluntad de un Estado de perseguir y matar a quienes disientan no encuentre firme oposición mundial, y hasta sea justificada por panelistas y politólogos que sobrepueblan los medios de comunicación.
Es una violencia inhumana que está siendo practicada en su mayoría por gobiernos y grupos de extrema derecha y afines a los intereses de Estados Unidos.
Las imágenes siguen llegando a través de medios alternativos. La policía sigue disparando al cuerpo, dispuesta a herir, a inhabilitar, a matar. Es la serpiente furiosa de la extrema derecha que se revuelca amenazada. Mi abuela siempre lo repetía: cuando la derecha se siente amenazada reacciona con violencia de muerte contra todo lo que signifique o parezca una amenaza a sus intereses presentes o futuros.
Entonces uno se pregunta, adónde hemos llegado.
Cómo es posible que un ser humano apalee, torture y hasta mate a otro ser humano que ni conoce ni le debiera incumbir personalmente. Por qué un policía no se conforma con retener simplemente a una persona, para que sea la justicia la que establezca si tiene alguna culpa o no, sino que lo detiene y más encima se ensaña en el mismo lugar con el detenido, como el peor de los verdugos.
Cuánta porquería ideológica le han metido en la cabeza a ese policía o militar para que actúe así contra una persona desarmada, habitualmente joven, hombre o mujer, que no puede ni probablemente nunca ha querido responderle de la misma forma.
La versión de la prensa colombiana, la prensa masiva, que llega a todos los hogares por televisión, internet, radio o periódico, es que se trata de violentistas que quieren desestabilizar el país, de gente ligada a la guerrilla de las Farc y el narcotráfico. La versión de la prensa chilena era muy similar cuando empezó el estallido social en el país austral, al establecer velozmente versiones ridículas, post verdades ramplonas, creando cortinas de humo con poderosos enemigos ficticios del Estado y la democracia, tales como los mapuches, los infiltrados de Nicolás Maduro, el pop coreano y un suma y sigue de imbecilidades con las que llenaron noticiarios durante meses. La versión de la prensa independiente, en ambos casos, es que son, en abrumadora mayoría, simples ciudadanos que ejercen su derecho legítimo a protestar.
Pasan los días y opinar sobre Colombia se torna un lugar común. Hasta Sebastián Piñera se lava culpas propias con discursillos de buena crianza sobre derechos humanos. Habla Shakira, que mantuvo silencio hasta que la empezaron a mirar desde todos lados. Maluma, fachito incierto y perdido. Y el ex presidente Uribe trayendo nuevos bidones de bencina a la fogata de la historia colombiana.
Se acrecienta, al mismo tiempo, un panóptico digital que bloquea la información específica de la revuelta colombiana en las redes sociales. El Estado colombiano y sus compinches internacionales teledirigiendo un encarcelamiento de la mirada. Al terror se le puso cortina gruesa, para que no se sepa, para que no se discuta, para que no se cuestione.
En el camino igual se van sabiendo cosas, como que el nazi chileno Alexis López adoctrinaba a los uniformados colombianos con sendas conferencias sobre «Revolución molecular disipada» en la Universidad Militar de Nueva Granada.
Ambos gobiernos, el de Duque y el de Piñera, erraron profundamente el camino. Los cegó el odio, la prepotencia, el clasismo. A veces se necesitan solo señales apropiadas para alivianar la tensión social, aperturas a diálogos abiertos y horizontales. Ese camino probablemente más largo evitaría tanto dolor e injusticia. Ese camino de verse las caras, de confrontarse dialógicamente, evitaría o habría evitado la pérdida de vidas de tantos jóvenes de nuestra amada y sufrida América.
Por ahora no se perciben señales de apaciguamiento de ninguna de las partes. Pero es el Estado el que tiene la fuerza de las armas, policías y militares preparados y dispuestos a matar. Y un pueblo que salió a las calles para intentar, a través de la protesta, mejorar sus condiciones de vida, y que no quiere regresar a casa sin haber conseguido nada y más encima dejando en el camino a tantos heridos y muertos.
Que tan lejos están las mentes humanas de un «amaras a tu prójimo como a ti mismo», pero eso solo se revertirá cuando «conozcan la verdad, y la verdad los haga libres», de lo contrario seguirán el camino del odio.
El clamor de la gente subirá, y colmara la copa de la irá.
Entonces la justicia llegará, pero no por manos de hombre.
Hasta entonces habrán voces que retumbaran, y empuñadura de lápices que apuntarán.
El día del juicio pronto llegará.