¡Oíd, mortales!… Los argentinos eligieron saltar al precipicio

Un acto desesperado ante la opción de seguir con las políticas económicas de Sergio Massa, el ministro de Economía de un país desgastado por la inseguridad y la hiperinflación y, en el espectro ideológico, un peronista centrista que resultó seleccionado en un proceso eliminatorio condicionado por circunstancias de crisis

El rotundo triunfo del ultraderechista Javier “El Loco” Milei en las elecciones presidenciales argentinas del 19 de noviembre, ante el candidato peronista Sergio Massa (55% a 44%), parece haber reafirmado el viejo principio de que la prioridad del elector es el impacto que experimenta su bolsillo. «¿Llego o no llego a fin de mes con lo que gano?»

Una agenda inconcebible

No importó que Milei haya propuesto una agenda disparatada que incluye el cierre del Banco Central, con el consiguiente caos que se generaría en el ordenamiento del sistema financiero, y la dolarización de la economía en un país que apenas tiene suficientes fondos para cumplir sus compromisos internacionales.

Ni fue importante que haya hablado de la alucinante sugerencia de permitir portar armas en público que multiplicaría los problemas de seguridad. O la descabellada idea de liberalizar la venta de órganos.

Argentina en el mundo. Foto: Wikipedia

Tampoco pareció descalificante las muestras payasescas de aparecer en sus mítines políticos con una motosierra eléctrica que levantaba amenazadoramente en el aire para representar el aguillotinamiento del ´establishment´ político argentino.

Y aunque parezca increíble, al electorado ni siquiera le importó que Milei reconociera que se comunicaba telepáticamente con su perro Conan que, si bien está muerto desde 2017, le da consejos.

Tiempos de crisis

Ni las absurdas propuestas políticas, ni un acuerdo con el desprestigiado Mauricio Macri, ni el evidente desequilibrio mental del autoapodado “El Loco” fue suficiente para frenar el apetito de cambio de un pueblo que viene de ocho años de castigos económicos que se traducen en una deuda con el Fondo Monetario Internacional de $43 mil millones de dólares y una inflación imparable de 140% anual.

Al final, un agotado pueblo argentino (que nunca dejó de soñar con esa Era Dorada cuando a comienzos del siglo XX el país era una de las seis potencias económicas del mundo) terminó votando por el precipicio. Un acto desesperado ante la opción de seguir con las políticas económicas de Sergio Massa, el ministro de Economía de un país desgastado por años de pandemia, inseguridad y un horizonte con nubarrones  hiperinflacionarios y, en el espectro ideológico, un peronista centrista que resultó seleccionado en un proceso eliminatorio condicionado por circunstancias de crisis. Un candidato, también, que no motivaba lealtad dentro de su propio partido, que más que un partido político es un movimiento popular multifacético que incluye desde los sectores socialdemócratas del kirchnerismo a la derecha nacionalista.

Por supuesto sugerir que la elección es solo producto de la situación económica, sería pecar de simplismo y caer en un determinismo económico que ya ha sido ampliamente refutado. Hay otros factores superestructurales de la historia y la cultura argentina y algunos intrínsecos de la Era de la Información que han jugado un papel fundamental.

La ´realidad´

Desde hace tiempo, sectores del poder económico, que tienen control de medios de información que construyen opinión pública, han venido desarrollando una estrategia de desprestigio de las ciencias, de los especialistas y de los expertos. Y con internet y las redes sociales como fuentes de información multiplicador, se han construido universos de realidades virtuales que nada tienen que ver con la realidad factual.

De pronto, en el océanico internet, la opinión del médico, el profesor, el político, queda en el mismo plano de validez que la opinión de un pusilánime que tardó quince segundos en ´googlear´ información que puede reproducir pero que, sin pensamiento crítico, no puede analizar.

Y estas disparatadas “verdades” de sentido común, que muchos aceptan, producen una desinformación que genera dudas sobre la integridad de las instituciones y, en el caso específico del poder político, dudas sobre la credibilidad y honestidad de toda la clase política.

Esto, en un contexto de una acumulación obscena de la riqueza y una distribución inequitativa del ingreso. Fenómenos que mantienen salarios muy por debajo de la onda inflacionaria y que explica que alrededor del 40% de la población del país de las vacas y la soja viva en la pobreza.

En este mundo de desigualdad y desinformación, es la falsa conciencia de las clases menos beneficiadas en el reparto de la torta económica lo que explica la racionalización ilógica, contradictoria, de los trabajadores y las clases medias. Lo que explica su identificación con quienes los explotan, y, en última instancia, su voto. Un voto que, en esta Argentina que se desangra, más que un voto programático, más que un voto de esperanza de una sociedad mejor, es un voto de intolerancia, de rabia; un voto histérico. Un voto que, en mi modesta opinión, invita a saltar al precipicio.

Martín Ocampo

Escritor y periodista de Paysandú, Uruguay, quien actualmente reside en Nueva York, EE.UU., en donde ha trabajado en diversos medios. Su corazón es charrúa y su pluma es latina.

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