Otro día más sin mexicanos, sin inmigrantes, otro día con las calles desiertas: cuándo aprenderán a respetarnos
Cuando las calles estaban desiertas, ellos salían. Cuando el mundo se paró, ellos seguían girando. Cuando otros cobraban beneficios de desempleo, ellos se echaban al hombro el doble de trabajo por el mismo sueldo. Cuando otros huían del virus, a ellos les obligaban a hacerle frente. Desde marzo de 2020, cuando la pandemia de coronavirus sacudió a la sociedad, ellos nos salvan. Son los trabajadores esenciales, muchos de ellos migrantes que se mueven en las sombras en Estados Unidos, a los que nadie aplaude ni agradece… a los que hacemos como que no vemos.
Este 14 de febrero quieren visibilizarse. Obligarle a los demás a verlos a los ojos. De frente. A ver quién agacha la mirada. Son los mexicanos, centroamericanos y otros migrantes que planean hacer que su ausencia se note: no compren, no trabajen, no salgan, les piden.
Hace una década este clamor resonaba con más fuerza. La lucha por los derechos del migrante estaba fortalecida por la unidad. Hoy se nota como un esfuerzo deslavado que ha perdido eco, a pesar de que la necesidad de regularizar a millones de personas sigue siendo apremiante. Falta liderazgo en las calles y en el Congreso; ningún político quiere gastarse sus cartuchos en una reforma migratoria que tan útil resulta en cada elección como estandarte de campaña.
En mi pueblo reza un refrán: “¿Para qué compras una vaca si la ordeñas gratis?”; en otro contexto más perverso y real, se aplicaría a la perspectiva de los funcionarios electos de ambos partidos políticos que se aprovechan de la mano de obra barata, de las lagunas legales que les dan más poder, de la necesidad de trabajar y soñar, de ventaja electoral que da la eterna promesa de cambiar un sistema tan obsoleto como ellos. No. Son astutos. Disfrutan de la leche y la sangre de un pueblo que sostiene y mueve a un país desde las sombras. Sí, una fuerza laboral que carga el peso de la indiferencia social.
Arizona duró más de un año y medio sin el turismo mexicano y fue devastador. A tres meses de la reapertura fronteriza, no logran recuperarse las economías locales. Siguen respirando a bocanadas y nadando para no hundirse. Fue mucho tiempo. Se perdieron muchos dólares.
Pero debemos admitir que en realidad Arizona nunca estuvo un día sin migrantes. Somos muchos los que vivimos en el lado norte del muro que sacamos la casta en plena crisis de salud mundial. Somos de todos lados y también de aquí. Con papeles y sin ellos. Arizona no ha sentido nuestra ausencia; solo una probada de la precariedad que se vive sin nosotros. Si el turista mexicano es el oxígeno; nosotros, los que ya estamos acá, somos el respirador artificial. Suena pretencioso, pero sin nosotros nada. Sin esos 11 millones de indocumentados, tampoco.
¿Será que ahora sí se logra que se note nuestra ausencia? Sería bueno celebrar un 14 de febrero sin romantizar el sueño americano.