TINTA ROJA: El espíritu de las naciones
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En estos días estamos asistiendo a varios espectáculos de asimiento al poder, que nos ponen la piel de gallina. Nadie quiere abandonar su “sillón real”. Desde allí se observa el mundo con otra perspectiva. Desde allí uno alza la mano y obtiene favores, dinero, privilegios… ¿quién quiere vivir sin todos ellos?
En España mismo, desayunamos con las acusaciones que se cruzan gobierno y oposición, atacándose cada uno en el lugar donde se enturbia la imagen del otro: “El PP usa el ‘caso Faisán’ y los ERE de Andalucía contra el Gobierno, que responde con Gürtel y Camps”, dice el diario El País. Hoy no está de moda examinar el caso concreto; lo más “in”, es salvarse culpando al contrario de algo más grave que lo tuyo. Es decir, como hacen los niños; pero sin inocencia y con menos gracia que una exposición de buitres disecados.
En general, a lo que asistimos es a la película que proyecta nuestras vidas en un cinemascope rancio, gastado, podrido ya, que necesita la renovación de las actitudes para que vuelva a brillar la lámpara. En las parejas, en las familias, entre padres e hijos, hermanos… en todos estos ámbitos igualmente las peleas se concluyen entre un cruzarse los cuchillos hirientes del rencor y las ofensas.
“¡Tú nunca te has ocupado de mamá! ¡Y tú nunca te has ocupado de tus hijos!”…
Al final, la pobre madre termina en una Residencia, porque ha sido objeto de disputas, pero no ha sido objeto de ocupación. Así se siente el ciudadano: olvidado de las preocupaciones de sus políticos, más interesados en encontrarle la falla al contrario, que en trabajar por resolver la situación. Y de esta forma nos introducimos en una rueda interminable, de la que es muy difícil salir, contemplar las cosas como son, y dejar de asumir ser la abuela en la residencia, o el ciudadano que silencia ante la ignominia de sus políticos.
Y en cada nación, una pequeña porción de sus habitantes se alza con el poder. Los italianos han elegido al líder que querían: un tipo poderoso, rico, coqueto y mujeriego. ¿Es ese el ideal del pueblo?
Los alemanes han votado en mayoría a una mujer eficiente, dura, inteligente y tranquila. ¿Será aquel el ideal de su pueblo?
Los españoles, sin embargo…. Bueno, tenemos lo que hemos elegido.
¿Es posible que los políticos reflejen el carácter de los pueblos? Deberíamos pensar cuánto de Zapatero, Obama, Berlusconi, Merkel…hay dentro de nosotros. Quizás en ese examen interior encontremos muchas sorpresas.
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No creo que los pueblos tengan un carácter determinado porque por mucha globalización que exista, siempre el individuo es único. Lo que ocurre es que el ambiente produce unas determinadas excrecencias que son las que más se ven y al fin triunfan porque solemos tener mucha vagancia intelectual para entrar al fondo de las cosas. Los gobernantes son por tanto productos naturales: son nuestros espejos. Aunque no nos guste mirarnos en ellos por no ver cómo somos en realidad, excrecencias de la vanalidad vital en la que nos gusta estar. Por eso, en las elecciones en vez de debate sobre proyectos de convivencia y gobernanza, lo que más se percibe es «quítate tú para ponerme yo».