Venice, ocupada por la miseria
Más de 66,000 personas viven en la calle en el Condado de Los Ángeles. Están en todos lados. En parques, aceras, playas, debajo de puentes, en entradas al ´freeway´
Camino por la playa de Venice, en las márgenes oceánicas de Los Ángeles, y es un Venice diferente. Hay una sensación de territorio ocupado. Son los pobres de Los Ángeles que han erigido carpas de todos los colores y arquitecturas en donde se refugian no solo de la intemperie sino de las miradas curiosas de los que pasean en este viernes soleado de la primavera californiana.
Un hombre barbudo y sucio está sentado en un banco con la mirada perdida; tal vez enfrascado en un mundo en el que alguna vez habitó y que perdió para siempre. Detrás, como una barrera protectora, se erige su carpa azul, tan azul como el azul del mar, y a la derecha y a la izquierda, docenas que parecen miles y miles de otras carpas. Una pareja de muchachas semidesnudas pasan en bicicletas y un grupo de jóvenes sonríen y cuchichean. Un artista callejero prepara su equipo de música y con desconfianza mira de reojo al hombre barbudo.
Lentamente, tan o más despacio que los peatones, pasa un patrullero del LAPD entre la gente y detrás de los vidrios polarizados se alcanza a divisar a dos policías que indiferentes monitorean el panorama.
No hay nada evidente que sugiera problemas. Pero hay una sensación extraña. Una sensación de tensión reprimida. Una sensación de miedo.
Más de 66,000 personas viven en la calle en el Condado de Los Ángeles. Están en todos lados. En parques, aceras, playas, debajo de puentes, en entradas al ´freeway´.
Los sociólogos, los economistas, los políticos, explican que las causas son complejas. Algunos hablan de la desprotección y la falta de programas efectivos para quienes padecen problemas de salud mental y ex carcelarios que abandonados a su suerte terminan vagabundeando, sobreviviendo, en las calles de una ciudad de infinito cemento y monstruosa indiferencia. Todos concuerdan en que la disponibilidad de drogas complica la situación.
Aparte, los costos del sector de bienes raíces están por las nubes. De acuerdo a la California Association of Realtors, menos de un cuarto de los residentes de la región califican para un préstamo bancario que les permitiría adquirir una casa cuyo costo medio ha trepado a $682,360 e implica un ingreso de $124,400 para pagar la hipoteca de $3,110 mensuales.
El mismo obstáculo se manifiesta con las rentas. Para rentar una casa o departamento promedio de $2,182 se necesita un ingreso que debe ser 2.8 veces más alto que el salario mínimo.
La ciudad, el condado, el gobierno estatal, el federal, todos han tratado y siguen tratando todo tipo de programas, iniciativas, sugerencias. Pero es como querer vaciar el océano con una cucharita de té. El progreso es tan minúsculo que desanima.
El juez federal David Carter caminó por el centro de Los Ángeles y, en un acto que parece desesperado, ordenó plazos límites para resolver el problema. Dictaminó un plazo que se cumple en octubre y que es tan irrealizable como decir que la pobreza y la miseria del sistema capitalista estadounidense debe terminar antes de fin de año.
En Echo Park, semanas atrás, tuvimos un ejemplo unificado en el que se usó mano dura y se removió, por la fuerza, a las carpas de los desamparados.
Ahora el ´showdown´es en Venice, en donde la invasión de las playas ha generado neurosis en las señoras de clase media que ven horrorizadas el caos de la pobreza tan cerca de su mundo.
Como era de esperar, en Venice aparecieron los oportunistas políticos que quieren sus 5 minutos de cámara para promover sus ambiciones personales. Allí estuvo el controvertido sheriff Alex Villanueva condenando la inoperancia del establishment político local y proponiéndose como el salvador que solucionaría los males de Venice.
Antes del 4 de julio, amenaza el sheriff, todas las carpas deben desaparecer de Venice o arriesgar ser arrestados.
Un joven mal vestido y gesticulando pasa hablando con fantasmas. Lo sigue un perro fiel y protector. Una mujer conversa con dos amigas, mientras una silla vacía espera a un cliente para que se le lea el futuro en las líneas de la mano.
El futuro de los otros, el de los miserables de Venice, el de los abandonados, ya ha sido establecido hace tiempo.
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