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Walter y el niño del árbol

Este texto sobre el asesinato de Walter Trochez el mes pasado en Honduras  lo halle en las inmensidades de Facebook. Tengo que reproducirlo. Expresa como mil gacetillas y entrevistas la monstruosidad de la represión, en cualquier lugar donde esté. A este chico lo mataron mientras distribuía condones a quienes venden su cuerpo. Y por haber denunciado a quienes serían sus asesinos. Su memoria merece al menos esto, y la prosa poética y el dolor de Melissa Cardoza, a quien no conozco ni he logrado ubicar pero a quien desde aquí llamo y le digo: gracias. / GL

SOBRE EL ASESINATO DEL COMPAÑERO WALTER TROCHEZ, DESTACADO ACTIVISTA GAY E INTEGRANTE DE LA RESISTENCIA HONDUREÑA

El martes, 15 de diciembre de 2009 a las 9:43

Seguro a Walter le gustaban los árboles. De cierto no lo sé, pero lo imagino. Amaba la vida, el deseo libre.

Pero al niño sí que le gustan los árboles. Dice que duerme en aquel, que es calientito. Y señala un ficus. Los árboles son para los pajaritos, he pensado siempre, para los mangos, para colgar columpios.

Mientras asesinaban a Walter en el centro de Tegucigalpa, yo conversaba con un niño de nueve años que dormitaba en una grada frente a una casa. Lo vieron los vigilantes, y estaban tratando de buscarle una solución.

Cómo se soluciona esto. Niños solitarios de nueve años durmiendo en las gradas, hombres valientes siendo asesinados en las calles de su ciudad. El golpe una y otra vez. Sus raíces venenosas levantando la tierra que andamos, día con día.

Vivo solo, nos dice el niño. No te creo, le digo. Parece drogado y me acerco, pero sólo tiene sueño, y hambre, claro. Aún el resistol no lo alcanza. ¿Como vas a dormir en ese palo? Ya he dormido ahí. Se ve que tiene práctica en la noche durísima de Tegucigalpa.

Es que los padres irresponsables…- dice el vigilante, yo le voy a dar unos cartones para que se acueste ahí. Cómo lo voy a dejar en el suelo, cómo se va a ir hasta su casa ahorita.

Mi papá está en los estados, vivo con mi abuela, pero vivo solo, tartamudea el niño.

Y se le veía la soledad en los movimientos, en la falta de apellidos, en el color opaco de su piel.

Después de su última detención, Walter contaba los detalles de la violencia de los asesinos, y su habilidad para escapar. Anoche no pudo.

Kevin, se llama el niño del árbol. Walter el defensor de los gays, lesbianas y travestis, el defensor de la comunidad. Qué manía en este país con los nombres sacados de la televisión por cable, como el mío.

Se desangra Walter enfrente de Larach y compañía, el empresario que le dio los cabos de pala a los policías para mejorar sus instrumentos de represión. El de los árboles de plástico pino donde golpistas y resistencia compran luces y regalos para esta tristisima Navidad que nos espera. Árboles que no soportarían el tierno peso de un niño pobre de nueve años.

(Ahí están sus muertos, golpistas; para nosotras, vivos.)

Las lesbianas, y el resto de los que no quieren vivir en la forzada heterosexualidad, sabemos del desprecio, de la burla ignorante, de la herida hecha palabra, gesto superior, mirada retorcida. Y sabemos de la rebeldía, además. Walter luchaba abiertamente por sus decisiones, y sus placeres, era de la resistencia, de la más activa.

Cómo lo habrán odiado sus asesinos. Cómo habrán gozado al ver caer su cuerpo sobre el asfalto cruel de Tegucigalpa, ellos que se erotizan con el mal. Estarán convencidos de que con eso se acaba su vida, pensarán que ejemplar es su muerte, y sí que lo es. Ejemplo de convicciones, Walter.

Qué lejanas las discusiones aquellas de si es que las feministas estamos defendiendo machos o qué. Cuánto tiempo cabe en tan pocos meses. Qué luz tan extraña arroja la muerte sobre los hechos de cada día, sobre los discursos.

Dormí mal en una cama tibia, con el sueño enturbiado de Pável a mi lado. El hombre de esta vida mía decidida sin hombres, que tanta ternura y conflicto me ha traído.

Pensaba en amigas, en amores, en luchas radicales, en lejanías.

Deseaba para todas ellas un poco de tranquilidad. Sueño reparador, sin pesadillas. Deseos de cuerpos complacidos.

La vida va en pistas tan diferentes, tan múltiples. Yo ahí, cubierta del frío. El niño durmiendo como un pájaro absurdo sobre un árbol. Walter muerto. Sus amigas, sus compañeros custodiando el cuerpo de los enemigos. Dónde estaba el resto del mundo, anoche, carajo, dónde. ¿Duermen bien otros niños?

Qué estúpidos son los asesinos, creen que la vida se acaba de verdad, que se muere con unos tiros.

Kevin y Walter son vitales como todos los árboles. Los pinos, los robles, las llamas del bosque y los encinos. Como los guayabos, como los naranjos, como los tamarindos.

Dos rostros que dejan ver la crueldad de otros, limpias caras de la inevitable pujanza de lo que no muere con nada. Nos alientan, nos sacuden, nos perfuman los caminos.

El corazón se me estruja y las lágrimas no llegan. Son como tesoros ahora, hemos llorado tanto en tan poco tiempo.

Y los tiempos que faltan.

Amanece.

Llovizna.

Hace frío.

melissa cardoza

14 de diciembre del 2009

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