El cafecito mexicano

Tengo 20 años viviendo en Los Ángeles. He cocinado desde los nueve, inicialmente con mi madre en el restaurante o mejor dicho la cocina económica de comida corrida que teníamos. 

Mi abuela trabajó por muchos años de cocinera en una casa rica de la Colonia Narvarte. Mi madre aprendió de ella a preparar grandes viandas para las cenas especiales de la familia.  En aquella casa, ellas vivían en los cuartos de servicio. 

Ya adulta, casada, con siete hijos mi madre vendió comida corrida en el Mercado «El Chorrito«, que fue bautizado  Mercado Plutarco Elías Calles como oficialmente lo nombraron con los años, en el mérito Barrio de Tacubaya donde crecí. 

 

Es en honor a mi madre, a mi hermana Esther que abrió junto con su esposo El Apapacho, un restaurancito en la Colonia Las Aguilas, en honor a las amas de casa que se rompen la cabeza todos los días para decidir: “qué voy a hacer de comer hoy”, que escribo esta columna.

Escribo con la humildad, porque no soy chef profesional, pero también con mucha entrega. Me apasiona la cocina y me inspira servir y atender a los comensales ya sean familia, amigos, o invitados a la casa.

Que nunca falten. Y que nunca falte el café, o cafecito como en mi familia y muchos amantes del café lo llamamos en México con cariño. Es parte de la familia.

Esta ligado en mi mente con los míos, como un liquido obligado en la convivencia.

El cafecito estuvo siempre presente en la sobremesa del desayuno, la merienda y la cena en días normales de muchas familias como en la nuestra.

El cafecito era también parte de nuestras en ocasiones especiales, como los velorios de nuestros difuntos. Los adultos tomaban café y también café con «piquete», que significaba que le pondrían un chorrito de alcohol.

En nuestra casa, los grandes tomaban café negro con o sin azúcar y los niños, mezclado con leche.

Un café mexicano ligero, con su canelita, bien calientito: era obligatorio que al servirlo quemara las gargantas. Que lo sintiera recorrer desde la boca hasta las entrañas.

El cafecito nos hacia sudar en días templados y despertar en días fríos.

Mi abuela Pancha, Doña Francisca, era una fanática del cafecito a todas horas del día.

Ella que nació en mil novecientos nueve, en tiempos de la Revolución Mexicana, nos contaba que de niña era un lujo tomar café, que era muy caro, que también le ponían canela y mucha agua para que con poquita cantidad rindiera para más gente.

En esos tiempos, tomar café era un placer que poca gente del pueblo podía disfrutar. Lo que abundaba era el hambre y esa taza de café de olla y un bolillo, era en ocasiones todo lo que comerían durante el día, contaba ella.

Era por eso a «mi Mamá Pancha» le indignaba que se desperdiciara comida. Nos alertaba: «Cómanse todo, ustedes no saben pero ya verán cuando venga la guerra, no habrá qué  comer, habrá hambre otra vez, ni una migaja de pan se debe desperdiciar«.

Hasta hoy, en cualquier reunión de hermanos, ahora que mi madre (en 2010), mi padre (en 2006) y mi abuela (en 2002) se fueron a descansar, nosotros seguimos su tradición.  Tomamos un cafecito en su honor, con bolillo o pan dulce mexicano.

Ah, y eso del pan mexicano ya es parte de otro escrito que también será muy rico. Los esperamos Paul Álvarez (fotografía) y una servidora con historias de la cocina mexicana y más… 

Ingredientes

4 tazas de agua
3 oz. de piloncillo/panela como ⅓ de taza.
Se puede usar también usar azucar mascabado, o azúcar morena (con melaza).
½ varita de canela mexicana
4 cucharadas soperas de café molido.

Instrucciones

En una olla mediana echa el agua, la canela y el piloncillo; pon a fuego medio y hierve hasta que se disuelva el piloncillo (aproximadamente 7 minutos).
Cuando el agua empiece a hervir agrega el café; apaga el fuego y revuelve bien.
Cubre la olla y deja reposar alrededor de 5 minutos. Al servir pasa el café por un colador.
Si deseas agregar algún licor, Kahlúa es una buena opción.

Paul Alvarez is a Los Angeles based photographer with twenty five years of experience in photo journalism and commercial photography. Email: jour72@aol.com

Autor

  • Saraí Ferrer Cervantes

    “Librera”, estudiante, Mexicana orgullosa de sus raíces indígenas en la indómita San Salvador Atenco, de padre "bracero" Firme creyente en la pluralidad, el consenso y la tolerancia, idealista por naturaleza, transplantada a los Estados Unidos con todo y raíces desde la ciudad de México. Tomó la encomienda de usar habilidades aprendidas allí para servir a la comunidad hispana en el Inland Empire como activista de inmigrantes. Desde 2000 relacionó grupos como Estamos Unidos y Hermandad Mexicana con la gente inmigrante en busca de una voz y con los medios de comunicacion en beneficio de las causas de Licencias para todos (2001), Paro Económico Latino (2002), Lucha contra las redadas (2004) y finalmente las históricas Marchas de Los Angeles (2006).

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