El fruto extraño del morro y ‘Strange fruit’ de Billie Holiday

Desde Comala siempre…

Resumen: recurriendo a la misma metáfora vegetal, el jazz y el mito náhuat concluyen en una imagen idéntica. Los árboles crecen a partir de cadáveres negados plantados / enterrados en sus raíces. La figura de su oscura presencia solo la registra la poética, ya que las ciencias sociales consideran el ciclo de la vida y la muerte como un tema objetivo sin experiencia.

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Por el uso de la palabra y del símbolo, lo particular se generaliza.  Separados en el espacio y en el tiempo, dos objetos se unifican al recibir un nombre equivalente.  “Mango que te quiero mango”.  La misma unidad sucede en las acciones y en los hechos.  Se reúnen en el concepto: “violencia, raza, género…”.  Si la ilusión científica imagina que la lógica elimina la metáfora, el traslado de términos asocia el estudio de ámbitos aislados.  Una de esas nociones claves proviene del mundo vegetal.  De las ciencias a la mito-poética, ninguna disciplina se dispensa de la alegoría.

En su complejidad, el árbol trasciende la esfera puramente botánica para ofrecer un sinnúmero de afinidades que se copian sin pausa.  De la genealogía a la estructura de la oración, el árbol pervive como emblema.  Las raíces evocan la identidad en su dignidad, al igual que las causas de un problema.  En inglés, el tallo (stem) designa la ciencia y la tecnología en su ideal de sustento firme de lo social; en castellano, habilita el tronco común, las materias obligatorias para obtener un diploma.  Las ramas señalan la descendencia, los desvíos y la división interna de una disciplina.  Las hojas ofrecen el soporte mismo de la escritura, como la flor (anthos) representa la poesía que hoy la prosiguen los juegos florales.

Bajo esta metáfora ineludible —del árbol sintagmático, en la lingüística formal, al árbol genealógico— la identidad social se renueva en la cosecha.  De las raíces alza una mito-poética en flor hasta concluir en el fruto.  Pero esta imagen arbórea universal deja pendiente indagar la sustancia que abona esa recolecta (Logos) cultural.  La profundidad de las raíces —el mayor arraigo— oculta esa sustancia, de igual manera que la flor y el fruto ya no reflejan el color ni el sabor originales.  Si la amargura del suelo la dulcifica el zumo, los pétalos tiñen el origen oscuro de un color sutil.  El entierro y la siembra ­—unificados en el concepto náhuat “tuka”— se vuelven transparentes al surgir del encierro.

Por esa salida de la raíz hacia el tallo —ramaje en ascenso— la tradición del jazz se entronca con la mito-poética náhuat-pipil.  En su anuncio y denuncia, ambas literaturas recurren a un simbolismo equivalente, pese a desconocerse.  Se nace de la violencia.   Una práctica lincha; la otra descuartiza.  Los cuerpos difuntos abonan la tierra.  Se alzan en testimonio profundo de ese acto fundacional.  Mientras las hojas reflejan el dictado en su tinta colorida, el fruto encierra la semilla de la nueva progenie.

Como las estaciones, oscilan en el vaivén del nacimiento —en la fuga migratoria de la siembra— hasta culminar en la muerte trágica y su rebrote vegetal.  En remedo de la fauna y la flora, el perfume deriva de la geografía.  Del sur de Estados Unidos a Centroamérica, la magnolia se muda en una variedad cambiante de calabaza-ayote, jícara, huacal, morro y tecomate.

Esa variedad de cáscaras resecas exhibe el símil más explícito de la reproducción.

Adrede, la traducción final del poema de Abel Meeropol —interpretado por Billie Holiday— traslada el sur estadounidense hacia el trópico centroamericano.  El álamo lo trasplanta hacia el morro como emblema olvidado de la identidad nacional salvadoreña.  Pero persiste la misma imagen de un fruto cultural que retoña de la violencia.

Si las raíces invisibles expanden su rizoma hacia lo desconocido, la fruta eleva la cabeza del cadáver decapitado, el bulbo a sus pies.  La descomposición ofrece el abono de la flor, antesala de la cosecha.

Quizás la diferencia más obvia la ofrezca el carácter de género que recobra la versión náhuat con respecto a la estadounidense.  El cuerpo mutilado que nutre la siembra remite a una mujer más que a una distinción racial y étnica.  Por esta asociación, el morro simboliza la cabeza — recipiente del deseo y de la voluntad.  También sugiere la matriz de la mujer, vasija del ser humano por venir.  Cóncavas como el surco, hospedan el engendro y la semilla.

Si al sur de Estados Unidos incineran los cuerpos ajusticiados al arbitrio —listos al abono— al centro los fragmentan.  Los brazos/manos (ne i-mej-mey) aligeran el vuelo; las piernas (ne i-mej-metzkuyu), el paso hacia la dispersión migratoria.

Las extremidades se escinden del tórax, ya que cada sección adquiere su autonomía nocional.  Así lo testimonia la mano cuyos dedos despliegan el número cinco, makwil, “lo que se tiene a la mano”. Despedazadas, las partes del cuerpo se dispersan como el grano hundido antes del retoño.  Ahí “el sol” las “pudre” hasta renovar la historia gracias a un nuevo brote.  La placenta y el cordón umbilical tatúan al embrión desde el comienzo, mientras blanda la mollera dibuja la memoria.

Desgajada, la cueva materna de los inicios —huacal-cabeza-matriz— indica el centro hendido del cuerpo.  Por tabú de las ciencias sociales, el origen olvidado de la historia sólo lo recuerda la mito-poética, que sin cese habla de ese tajo palpitante del cadáver femenino.  En una rima inicial en castellano, el ex-silio de esa parte esencial de sí vaticina el ex-sito de su ramaje en flor.  He aquí el texto y enlace del canto en jazz, así como de una serie de frases claves de la mujer náhuat en fragmentos.

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“Strange Fruit” by Abel Meeropol (1903-1986), interpreted by Billie Holiday (1915-1959).

Strange fruit

Southern trees bear a strange fruit
Blood on the leaves and blood at the root
Black bodies swingin’ in the Southern breeze
Strange fruit hangin’ from the poplar trees.
Pastoral scene of the gallant South
The bulgin’ eyes and the twisted mouth
Scent of magnolias sweet and fresh
Then the sudden smell of burnin’ flesh.

Here is a fruit for the crows to pluck
For the rain to gather
For the wind to suck
For the sun to rot
For the tree to drop
Here is a strange and bitter crop.

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Fruto extraño

Árboles tropicales dan fruta extraña
Sangre en las hojas y sangre en las raíces
Cuerpos femeninos meciéndose de la brisa tropical
Fruta extraña colgando de los árboles de morro.

Escena pastoral del trópico gallardo
Los ojos saltados y la boca torcida
Aroma de ayotes dulces y frescos
Luego el olor repentino de la carne destazada.

Aquí está la fruta para que los zopes la arranquen
Para que la lluvia tapisque
Para que el viento chupe
Para que el sol pudra
Para que el árbol caiga
Aquí está una cosecha extraña y amarga.

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Yaj-ki ne i-tzun-tekun…se-maya naka ne i-wey-ka, “(se) fue su cabeza…sólo queda el cuerpo”

nak-tuk isel i-naj-naka-yu… kan-ne kuj-kupew-tuk, —isel naj-naka-yu, “quedó sólo su carnalidad (inerte)…donde (está) lo destazado”

Kwakuni kan wala-k n(e) i-tzun-tekun, mu-salu-k, —(I)n-te weli-k!, “luego cuando vino la cabeza a adherirse (al cuerpo), —(pero) no fue posible

Kwakuni ta-ketzki ne tzun-tekumat: xi-mu-ketza, “luego (le) habló (a) la cabeza/calavera: levántate”

Ka ma-ni-k-tuka, “que la siembre/entierre (la cabeza)”

Wan kan ni-k-ita-k, takat-ki se waxkal-chin, “y cuando lo vi, retoñó un morrito/huacalito”.

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A la lectura de averiguar si esa tradición del desmembramiento y de los múltiples retoños se arraiga en la efigie de Coyolxauhqui —”la que tiene cascabeles en el rostro”.  Madre de los “cuatrocientos surianos (Centzonhuitznahua)” —acaso los Tepehuas náhuat, hermanos enemigos de Huitzilopochtli— prosiguen su peregrinación hacia el sur.

En guerra cósmica constante, estas estrellas meridionales deben ser derrotadas y la Madre decapitada, ya que ella los engendra de la deshonra en Coatepec.  Por su entronque con la tragedia griega, en el destierro objetivo del fratricidio, la mito-poética redobla la historia en su lucha de clases.

 Publicado originalmente en ContraPunto, aquí.

Rafael Lara-Martí­nez es un investigador literario, académico y crítico de arte. Salvadoreño, reside en Francia. Columnista de ContraPunto. Rafael Lara-Martínez, Universidad del Ex-Silio Terrenal: rafael.af.laramartinez@gmail.com

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