Inequidades estructurales y permanentes: es necesario abrir oportunidades a los segregados de la globalización

Las inequidades sociales y económicas forman parte de un contenido estructural permanente que -como sabe y como resultado de la pandemia del Covid-19- se han exacerbado.  Los mecanismos de mercado, de intercambios, de prestación de servicios y dotación de bienes han propiciado, hasta este segundo año de la peste, lo que se ha documentado ampliamente: muchos perdieron empleos y fuentes de ingreso, mientras en otros sectores se hicieron con notables dividendos.  Resultado de ello, como parte también de otras repercusiones, fue el aumento de desigualdades luego de este choque simultáneo de oferta y demanda en el ámbito mundial.

Respecto a esto de las inequidades, ya el Foro Mundial en Davos, al menos desde enero de 2019, analizaba datos al respecto, puntualizando efectos desalentadores en el acceso a oportunidades que se va teniendo en la población, en especial en los sectores más vulnerables.

Una ilustración: la organización OXFAM estima que 26 multimillonarios poseen una riqueza equivalente a la que tiene la mitad de la población mundial, unos 3,500 millones de personas.  Además, se considera que 3,400 millones de personas sobreviven con ingresos que son menores a los 5.5 dólares diarios.  Y véase que estos son datos pre-pandemia.

Los números que se ofrecen muestran perspectivas crecientes en la concentración de la riqueza.  Se ha llegado a sostener que existen personas con altísima capacidad adquisitiva, cuya riqueza se habría incrementado en 2,500 millones de dólares diarios.  Esto incluye las alzas de los mercados bursátiles que esencialmente son especulativos y conforman la economía financiarista, la que contrasta con la economía real.  Esta última, como se sabe, asociada a la producción de bienes, servicios y empleo.

Al final, el problema no es la acumulación de la riqueza en ciertos sectores. El problema fundamental se concreta en que amplios sectores pueden verse limitados en sus oportunidades -vía laboral o de emprendimiento- y por otra parte, esos sectores, estarían careciendo de las capacidades que les permita efectivamente integrarse a los circuitos económicos y sociales.

Se confirma el cuadro agridulce de las inequidades en el desempeño de los circuitos económicos.  Por una parte, los mercados pueden llegar a realizar tres grandes actividades beneficiosas: promueven la competitividad; tienden a asignar con mayor flexibilidad y rapidez recursos productivos y promueven la estandarización de la tecnología.

Sin embargo, los sistemas que exclusivamente descansan en los mecanismos de mercado tienen sus rasgos problemáticos: promueven y fortalecen condiciones de inequidad en la distribución de riqueza y de oportunidades; los crecimientos económicos pueden excluir de beneficios y producir sectores viviendo en marginalidad; y daño a los ecosistemas locales, regionales y globales.

Conforme lo anterior, se hace evidente que debemos aprovechar las ventajas de los mercados, de los sistemas sociales y políticos abiertos, pero debemos controlar los riesgos que acarrean daños y perjuicios, es decir, lo que se reconoce como externalidades negativas.  Y eso se lograría promoviendo y fortaleciendo instituciones incluyentes.  

Estas instituciones pueden garantizar el funcionamiento de sociedades más integradas, donde las muertes totalmente evitables dejen de ser una pesadilla cotidiana para amplios sectores. El reto es que los grandes empresarios y políticos puedan orientarse en función de una agenda que propicie la sostenibilidad del progreso mundial, en un mundo que tiende a dañar sus recursos y sistemas naturales y a fortalecer polarizaciones constantes.  Las posiciones de poder real de estos actores son determinantes.   

Los empresarios asistentes a las reuniones del Foro Económico Mundial, por ejemplo, son quienes dirigen corporaciones con gran poder estratégico, dominante.  Esta iniciativa del Foro de Davos, es en sí una institución permanente que involucra a unos mil socios.  Para estar en este más que selecto club, se debe tener una media de activos, de unos 5,000 millones de dólares de actividad comercial anual.

Existe tiene también la categoría de asociado industrial estratégico. En este caso, este segmento implica contar con un mayor poder de decisión y la cotización asciende a 250,000 dólares o bien –en el grupo élite- 500,000 a un millón de dólares como contribución anual.  Son dirigentes con poder hegemónico no sólo en los países sino en el ámbito global.  

 Estas características subrayan, además, que los Estado-nación han perdido relativamente importancia como unidades de relaciones internacionales y han sido substituidos por las grandes corporaciones, con todo el poder e influencia que ellas exhiben.  Esto influye limitando drásticamente el alcance que pueden tener las soberanías nacionales y los sistemas democráticos, en relación con flujos comerciales, financieros y monetarios.

Es cierto que la estabilidad política y los sistemas democráticos –con toda la cauda de desprestigio que pueden tener en algunos países- son condiciones deseables en una sociedad abierta y participativa, pero es necesario abrir oportunidades a quienes se van quedando segregados en la actual globalización. Sin ello, los niveles de marginalidad y pobreza amenazan la base misma de un sistema que se supone debe implicar la inclusión y el “apalancamiento social”.

Giovanni Efrain Reyes Ortiz, Ph.D. en Economía para el Desarrollo y Relaciones Internacionales, de la Universidad de Pittsburgh, con post-grados de la Escuela de Altos Estudios Comerciales -HEC- en París, Francia, y de la Universidad de Harvard. Ha sido Director de Integración Latinoamericana y del Caribe en el Sistema Económico Latinoamericano y Director de Informe en Naciones Unidas.

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