Las camas vacías
Pero hay muchos que no creen. No han visto la agonía tan cerca; quizá no se les ha muerto alguien o no han escuchado cómo los pulmones se colapsan en un intento por sobrevivir; y viven como si fueran eternos e intocables, como si el virus no fuera para ellos ni los suyos
ARIZONA – Recorrer los pasillos de cuidados intensivos en Arizona es como pasear por la antesala de la muerte. Hay un lugar en donde la tos aturde más que los monitores y los jadeos se convierten en una melodía dolorosa: el área de Covid-19. Los médicos entran con trajes especializados que apenas dejan ver sus ojos, cansados siempre; las enfermeras tampoco pueden ocultar ya las heridas en su rostro por los lentes, los cubrebocas y los escudos faciales.
Pero hay muchos que no creen. No han visto la agonía tan cerca; quizá no se les ha muerto alguien o no han escuchado cómo los pulmones se colapsan en un intento por sobrevivir; y viven como si fueran eternos e intocables, como si el virus no fuera para ellos ni los suyos. Y desafían las reglas con descaro y se burlan del aislamiento, salen sin tapabocas ni guantes, sin distancia ni respeto a los temores ajenos. Saben que al final de cuentas, en ese pasillo aún hay camas vacías, esos lugares que -dijo el gobernador Ducey- los estarán esperando.
Por ellos y por otros tantos más estamos así: más de 2,000 casos diarios confirmados de coronavirus en Arizona. Son las pruebas, dicen las autoridades de salud, sin tener en cuenta los contagios ocultos: los silenciosos, los indocumentados, los asintomáticos, los pobres, los confundidos, los sin seguro, los vulnerables… los otros. Se basan en números alejados de la realidad… y si los reportes ya asustan, lo que no se cuenta es peor. Así son las pandemias, tienen muchas sombras.
¿Será que Arizona reabrió demasiado pronto? ¿O tal vez hizo falta mano dura en el aislamiento? ¿Quizá pudo más la cuarentena de los dólares que la de los contagiados? Tal vez los tres.
De acuerdo con una encuesta realizada por la firma Latino Decisions, los hispanos no confían en la manera en la que el gobierno ha manejado la crisis provocada por el coronavirus. Además, el 76% apoya la medida de quedarse en casa y retrasar la reapertura de los estados y el 81% preferiría que los gobernadores se tomaran el tiempo y decidieran en base a las recomendaciones de salud y no la presión económica.
En Arizona, el 60% reprueba la gestión de Trump en la pandemia. Y cómo no hacerlo si justo esa semana dijo que si Estados Unidos dejara de hacer pruebas del Covid-19, las cifras bajarían dramáticamente. Una bofetada. Como si los contagios dependieran de los exámenes y no viceversa.
Tampoco el gobernador Doug Ducey ha sido aplaudido por su gestión. La mayoría de los latinos consideraban que había hecho un buen trabajo hasta que ordenó la reapertura gradual de Arizona. Piensan que los intereses políticos se impusieron a los públicos. Pero Ducey defiende su reapertura con la misma letanía de que cupo suficiente en los hospitales de Arizona como para hacerle frente a la pandemia.
Y así se la viven los políticos, planeando su estrategia dependiendo de las camas vacías y no de cuántas personas podrían morir en ellas.