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Las pinzas de Krukenberg y la miel milagrosa

Texto e imágenes: José Orlando Castro

El Paisnal, El Salvador.– Juan Pastor es veterano lisiado de guerra, y ejemplar emprendedor en el campo de la apicultura. Desde hace 23 años, Maximiliano Navarro Miranda, el nombre legal de Pastor, es un perseverante productor de miel en este municipio del departamento de San Salvador.

La empatía con las abejas lo motivó a recibir cursos de capacitación que le abrieron las puertas de la crianza de abejas y le permitieron conocer los beneficios de la miel para la salud humana.

Juan Pastor fue un combatiente de las Fuerzas Populares de Liberación (FPL), movimiento que por más de una década se enfrentó al régimen autoritario imperante en aquel entonces en El Salvador. En los años 80, perdió ambas manos y el ojo derecho debido a la explosión de una mina. Gracias a un canje de prisioneros entre el Gobierno y la guerrilla, Navarro Miranda y otro grupo de combatientes heridos salieron a curarse al extranjero.

Pastor fue sometido en Alemania a un proceso de reconstrucción para pacientes biamputados conocido como “pinzas de Krukenberg”. El proceso de rehabilitación tuvo lugar en Cuba.

“Al regresar [a El Salvador] intenté hacer trabajos de sobrevivencia, y no fue fácil reintegrarse a la vida productiva. Sin embargo, mis ganas de trabajar eran incansables, y toqué muchas puertas. Pocas se abrieron y, hace como 23 años, iniciamos con mi esposa Hortensia el trabajo con las abejas de diferentes variedades genéticas”, explicó el excombatiente.

La Mielagrosa es la marca publicitaria del proyecto apícola de Navarro Miranda y su esposa Hortensia. Entre los derivados que obtienen se cuentan los propóleos, sustancia cérea utilizada por las abejas para bañar las colmenas, y que se emplea en el caso de alergias asmáticas o respiratorias, así como problemas gastrointestinales.

De ahí deriva el propoljén, que es miel mezclada con jengibre. Otro producto de La Mielagrosa es la caromiel, mezcla de miel con carao y propóleos que sirve como remedio para la anemia, dijo Juan Pastor.

La crianza de los Navarro cuenta con 350 colmenas. Por cada caja colmenera obtienen veinte botellas, lo que da una producción total anual de 6,270 kilogramos (13,823 libras) al año. La producción varia de cuatro a cinco meses. “El promedio no es rígido. Todo depende como se comporte el cambio climático y las cosechas pueden ser, buenas, mediocres o malísimas”, sostuvo Navarro.

Pastor y Hortensia tienen un hijo, Moisés, estudiante de Ingeniería eléctrica y quien también aporta al emprendimiento familiar. Hortensia ha recibido cursos de capacitación que la prepararon para fabricar jabón, champú, cremas y lápiz labial elaborados a base de miel, polen y propóleos.

Cada quince días, los guerrilleros convertidos en apicultores visitan el colmenar. Durante la temporada de lluvias alimentan a las abejas con un jarabe a base de azúcar. Con ello evitan que los insectos migren.
Históricamente, los apicultores no reciben ayuda del Estado en El Salvador. Si quieren obtener créditos, caen en las garras de los usureros.

“Hemos hecho propuestas y todo cae en saco roto. Es lamentable que la apicultura en El Salvador esté considerada, según estándares, como ‘especie menor’. Como quien dice, cuidar un poquito de chanchos o pollos. El Gobierno únicamente coordina y trabaja con las grandes empresas. Aún mas, el costo de la vida se ha triplicado en este país” explicó Pastor.

Maximiliano Navarro Miranda nació y creció dentro de un mundo semifeudal. Sus patrones y amos fueron la hacienda El Matazano y el ingenio La Cabaña, propiedad de la familia H. De Sola, no muy lejos de donde hoy trabaja su colmenar. En esas tierras sobrevivieron como colonos, sus padres y diez hermanos refundidos en una casa de bahareque, con techo de zacate y piso de tierra. No gozaron de educación ni de servicios como agua potable y electricidad.

A los 16 años se incorporó al movimiento revolucionario, a las tomas de tierra, a las marchas para exigir mejor alimentación y otras reivindicaciones para los trabajadores agrícolas.

Juan Pastor un día atravesó los océanos y logró sobreponerse a la perdida de sus manos. Recuperó su capacidad de trabajar gracias a unas pinzas desarrolladas hace 106 años por el médico alemán Hermann Krukenberg para ayudar a paciente lisiados durante la Primera Guerra Mundial.

Pastor es un hombre peleador y motivado. Hoy su vida la impulsa un néctar que endulza la mesa de los pueblos y contribuye a curar enfermedades.

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Perfil del autor

José Orlando Castro es de El Salvador. Realizó sus estudios de periodismo en la Universidad de El Salvador. Antes de ingresar a la academia fue corresponsal de guerra independiente. Con la firma de los Acuerdos de Paz estudió diversos talleres de guion y dirección cinematográfica y artística, y obtuvo diplomados en la Escuela de Comunicación Mónica Herrera. Sus exposiciones fotográficas se han mostrado en el Museo de Antropología MUNA con la temática Rehabilitación de mujeres y hombres en los centros penitenciarios (2016). En el campo audiovisual se han proyectado cortometrajes y documentales entre estos, Nos las vemos a palitos, Solidaridad sin fronteras, El Trifinio, Rechacemos la violencia, entre otros.

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