Los números y las historias del cierre
La vida está llena de números: los años, los kilos, los amigos, el dinero, los pasos que debemos dar, las calificaciones y los salarios. Crecemos celebrando los logros que asociamos con las matemáticas: la suma de cumpleaños, el aumento de salario o los grados académicos.
Desde niños nos enseñaron a creer que los números pesan más que las historias. De grandes seguimos dándole eco a la vieja escuela: cuántas vistas y por cuánto tiempo, cuántos «Me gusta» y «compartidas», cuántos ingresos y cuánta ganancia, etc. Medimos todo en blanco y negro, sin entender que vivimos en una eterna escala de grises. Le hemos puesto una cifra a los acontecimientos más importantes y a las memorias, pero hay momentos que no se pueden encasillar en fechas o dígitos.
Aquí una historia explicada con números: El 21 de marzo de 2020, a las 12:01 de la noche, cerró la frontera de México y Estados Unidos como una medida de prevención de contagios de coronavirus. Se supondría que solo duraría 30 días. Las restricciones se extendieron hasta el 8 de noviembre de 2022, es decir, poco más de 19 meses.
De acuerdo con las autoridades federales estadounidenses, por esos 3,175 kilómetros de frontera con México cruzaban cada día 1,000 millones de dólares en mercancía, 452,000 vehículos y 30,000 camiones de carga. Esto generaba una derrama económica de 900 millones de dólares por semana y con el cierre, los ingresos se fueron en picada. El impacto en la economía fronteriza fue devastador, tanto, que aún no se recupera de la falta de ese millón de personas que pasaba a Estados Unidos a diario a hacer compras, trabajar o estudiar. Una de las personas que cruzaba la frontera con frecuencia era mi mamá.
Te contaré la misma historia sin números
Mi mamá cruza la frontera de México a Estados Unidos al menos una vez a la semana. Viaja de un país a otro para ir al supermercado, comprar ropa, comer una hamburguesa o echar gasolina. Gasta mucho y muy seguido. Mi hermano y yo bromeamos diciendo que mantiene a Walmart y gracias a ella el JCP no termina de irse a la bancarrota. Es fronteriza y está acostumbrada a ir y venir; además tiene Sentri, ese programa del gobierno estadounidense que permite que los viajeros confiables utilicen la vía rápida para cruzar.
Sin embargo, cuando se declaró la pandemia mundial del coronavirus, los gobiernos impusieron restricciones que le prohibían el paso a los turistas a la Unión Americana. Mi mamá se encerró en casa. Ella se quedó en México y nosotros, su familia, en Estados Unidos. Vivió la pandemia en una cruda soledad por no poder cruzar.
Duró casi dos años aislada de un país al que ella también considera su casa; sin los galones de leche “gringa” ni los pastelitos azucarados empaquetados. Lo peor es que estuvo lejos de los suyos, sin abrazos ni consuelo.
Nogales, Arizona, sufrió su ausencia y la de millones de turistas mexicanos más que no pudieron cruzar. Cerraron negocios que no sobrevivieron a la crisis y cuando ella por fin pudo volver nada era igual, incluso su restaurante favorito estaba lleno de telarañas y tenía un anuncio de clausura permanente. Al volver a cruzar se dio cuenta de la devastación.
A dos años del cierre fronterizo, el impacto no se puede medir solo en números: en las pérdidas y los negocios cerrados o en la disminución de cruces. Se cuenta en las historias de los turistas y los empresarios, de los trabajadores esenciales, de las familias separadas… de las tantas palabras y memorias que se quedaron atrapadas por el muro. Que no se nos olvide. Tenemos tanto aún que contar.