Ron DeSantis, un Don Quijote al revés
El gobernador de Florida pavimenta su camino a la Casa Blanca con acciones malévolas contra inmigrantes
Unos dicen que es un actorazo. Que su imagen pública no tiene nada que ver con su auténtico interior. Quieren decir, que es mejor de lo que se ve. Quienes lo conocieron antes de que fuera congresista y después gobernador, afirman desconocerlo ahora. Insisten en que es una verdadera sorpresa que sea tan implacablemente extremista y tan pero tan elocuente.
La metamorfosis de DeSantis
La mitad del país atribuye su metamorfosis a que Ron DeSantis quiere ser presidente de Estados Unidos en 2024. Si es así –y no ha habido ninguna declaración oficial que lo corrobore, so pena de enfurecer al expresidente Donald Trump– tiene para eso que ganarse la simpatía de los republicanos que votan en las primarias –no son todos– y que en este momento, son prisioneros mentales de Trump. Le pertenecen en cuerpo y alma, en el sentido de que no hay nada en el mundo que los haga titubear de su adoración, de su convicción de que Trump es el lider perfecto y por eso, precisamente por eso lo odian los otros, los demócratas, los negros, los judíos, las mujeres, los liberales, los ilegales, los extranjeros, los republicanos ‘impuros’…
Por eso, dicen, Ron DeSantis, el gobernador de Florida que se alzó en su reelección de noviembre pasado con el apoyo del 60% de los votos, está en una frenética cruzada de odio y resentimiento, de mano dura y un extremismo que, por su diseño, rivaliza el de Trump. Quizás tenga suerte y piensen que él es la reencarnación del líder. Quizás.
Después de todo, en el papel tiene sus virtudes: egresado de Harvard y de Yale. Miembro de la unidad de Operaciones Especiales SEAL. De 44 años. En el Congreso, fundador del Freedom Caucus, el grupo parlamentario extremista y aliado de Trump. Y como gobernador, descolló por su prohibición de medidas contra el COVID-19, como mascarillas y vacunas.
No tendrían que sorprender sus últimas acciones contra los inmigrantes.
DeSantis, en cuanto a legislación, puede hacer lo que quiera, gracias a que los republicanos poseen una “súper mayoría” en la legislatura floridiana.
Ya no es un estado morado
No hace mucho, Florida era un estado morado: ni el rojo de los republicanos, ni el azul de los demócratas. Purple, en el medio. Desde la mansión de gobernador, DeSantis lo convirtió en uno de los más recalcitrantemente extremistas del país.
En la misma semana en que Florida aprueba la prohibición del aborto después de seis semanas de embarazo –cuando la mayoría de las embarazadas no saben que lo están– su legislatura está debatiendo una serie de disposiciones draconianas, adicionales a las durísimas del pasado, contra los inmigrantes.
DeSantis es fiel al dogma del neofascismo republicano, según el cual sus acciones, a cual más agresivas, son solo una defensa de víctimas. Aquí, reaccionan a la supuesta política de “fronteras abiertas” del presidente Biden.
El nuevo paquete de regulaciones, limitaciones y castigos contra los migrantes y quienes les asistan, es un dibujo donde la crueldad se encuentra con lo absurdo y juntos nos dan un cuadro fehaciente del Partido Republicano estadounidense de hoy.
De ser aprobado el proyecto de ley, y entre otras disposiciones, expondrá a las personas a cargos por delitos graves de tercer grado por albergar, contratar, transportar u ocultar a inmigrantes indocumentados;
Por la gravedad del delito, la persona sería arrestada allí donde sea interceptada por la policía.
El colmo del absurdo
Esto es absurdo: DeSantis no tiene la autoridad de castigar directamente a los indocumentados. Esto le toca al gobierno federal. Pero sí puede encarcelar a quienes los ayuden, independientemente de si sean o no ciudadanos estadounidenses.
El Orlando Sentinel especula burlonamente que este inciso castigaría a las populares monjitas de Apopka que hace 45 años luchan por los niños, sin cuestionar su situación migratoria.
La ley obraría contra el hijo adulto y ciudadano estadounidense que lleva a su padre indocumentado en el automóvil, o el abogado que lleva a su cliente a la corte. O el dueño de una unidad de alquiler que se la renta a una familia de indocumentados.
No hay excepciones
Y cuando hablan de los “ilegales”, los autores de la ley no se refieren sólo a quienes cruzaron las fronteras recientemente. Incluyen a alrededor de un millón de personas que viven en Florida, muchos desde hace décadas y que tienen hijos nacidos aquí.
La moción también exige a los hospitales que pregunten a los pacientes sobre su estatus migratorio y que informen de ello al estado, lo que resultará en que menos inmigrantes irán a recibir atención médica.
Dice también el proyecto de ley que “ciertas licencias de conducir y permisos emitidos por otros estados exclusivamente a inmigrantes no autorizados no son válidos en este estado”. Y ordenar al Departamento de Cumplimiento de la Ley de Florida que brinde asistencia a las autoridades federales para hacer cumplir las leyes de inmigración de la nación.
El colmo de maldad
La legislación también interfiere en el funcionamiento independiente de los gobiernos locales y condales, al prohibirles que destinen fondos que puedan beneficiar a quienes carezcan de un estatus migratorio legal.
Este es el último eslabón en una racha de acciones agresivas contra familias de inmigrantes por parte de DeSantis. Es la culminación de su cruzada de odio.
Recordemos que el año pasado, el gobernador floridiano alquiló dos aviones privados para transportar a inmigrantes solicitantes (legales) de asilo provenientes de Venezuela a una localidad residencial en Massachusetts, para “humillar” a los demócratas que allí residen. Los aviones, extrañamente, partieron de Texas, no de Florida.
En enero declaró el estado de emergencia y envió tropas de la Guardia Nacional a su mando para interceptar buques que transportaban migrantes de Cuba y de Haití.
Otra propuesta del DeSantis consiste en obligar a los estudiantes indocumentados residentes de Florida a pagar matrícula de fuera del estado. Esto significa en la práctica un aumento del 300% en el costo de los estudios universitarios para inmigrantes, una medida que abarcaría a 40,000 alumnos universitarios que desde 2014 pagaban tarifas de residentes.
En general, los estudiantes indocumentados no tienen derecho a ayuda financiera federal, ni la directa en formas de becas Pell, ni préstamos federales, y a nivel estatal, a otros programas de becas.
La propuesta es un retrato de maldad, porque acaece mientras que en otros estados la tendencia es inversa: ampliar la disponibilidad de tarifas estatales para indocumentados.
Esto incluye a Arizona, que fue por décadas el foco de la legislación antiinmigrante del país. Sus votantes anularon el año pasado las restricciones educativas que existían contra los indocumentados y ampliaron las matrículas de residentes estatales para todos.
Florida y Texas son los únicos estados que van a contramano.
Es más y más popular
Todo porque DeSantis quiere parecer en sus presentaciones en FoxNews más malo que Trump.
No es tonto. Su acción corresponde a las opiniones de la enorme mayoría de los republicanos, tanto en Florida como en el resto del país. Ocho de cada 10 de ellos, según una encuesta de Pew, opinan que hay que acelerar las deportaciones de “ilegales”.
DeSantis, reconozcámoslo, se ganó su lugar en el panteón republicano, especialmente en virtud de la mano dura que muestra contra los inmigrantes.
No sabemos si la moción migratoria pasará en su forma actual, aunque las otras opciones son poco probables. Pero provisiones como la que permite al FDLE –la policía estatal de Florida– entrar a un negocio y revisar los documentos de los trabajadores, podrían despertar oposición en la clase empresarial.
Es que en Florida la desocupación es muy baja y hay una necesidad constante de la mano de obra barata que proporcionan los inmigrantes indocumentados.
DeSantis es un Don Quijote al revés, un dudoso candidato presidencial que lucha grotescamente en representación de las fuerzas del mal, del odio y el resentimiento, del racismo y el nacionalismo disparatado del Partido Republicano.
Este artículo fue apoyado en su totalidad, o en parte, por fondos proporcionados por el Estado de California, administrados por la Biblioteca del Estado de California y el Latino Media Collaborative.