Seis poemas de Gustavo Silva

Nuestro invitado al Fogón Virtual del 2 de Junio

Gustavo Silva nació en agosto de 1960 en la ciudad de Buenos Aires, Argentina. Es diseñador gráfico y dibujante.

Como poeta publicó: Papelespacio (1978), Reflejos Nocturnos (1981), El riesgo al infarto de miocardio debido a la prolongada contemplación de la lluvia (1995) y las plaquetas: Uh! (1996), Little red rooster Blues (1996), Un viejo, muy viejo colgado de una guirnalda (1997), Un agrio perfume a sirenas (1997), Crónicas del último cielo (1998), Pequeña antología de las peores serenatas (1999), Aquella mañana en que fusilaron a Mata Hari (2001). En 2010 participó en la antología Poesía y Poetizar, donde publicó junto a Luis Alberto Spinetta y otros poetas. En 2012 publicó el poemario Milonga triste o blues de la isla Maciel (79 poemas y un esperpento). En 2020 publica la edición digital de Vestigios, Resquicios y desquicios de una historia (simulacro de poesía). Y en ediciones digitales: Galopar de Unicornio y Una Mujer Roja y un Silbido a lo Lejos.

No le temo a nada

No le temo a nada…
acto seguido,
introduciré mi cabeza
en la jaula de los leones
pero sólo apenitas
hasta sentir un vértigo húmedo abanicándome las orejas por un ratito
A lo bonzo sonso
irrumpiré en danza por el aire en una dramática serie
de cabriolas y convulsiones
amarillas, negras y rojas
hasta chamuscarme los últimos piolines
Y como si esto fuera poco
y al precio de uno
como bala humana
surcaré el espacio
con afán de cometa y de meteorito desafiando el cielo infinito
hasta estrellarme contra el terraplén luminoso de otra galaxia oscura
No le temo a nada…
aunque todavía no me atrevo
me da miedo, me invade el pavor me causa cierta cosa
un escozor maldito
un escalofrío inaudito
a altas horas de la madrugada;
mirarte en aquella fotografía,
no vaya a ser que por un segundo
se me ocurra parpadear
y tus ojos de una vez por todas
se decidan en un descuido
a mirarme.

Ella se salvó de los pétalos de la sombra

Ella se salvó
de los pétalos de la sombra;
del itinerario de los verdugos
se salvó por un pelo
de la exactitud
de cualquier descripción
seña o contraseña
que la guiara
hacia los confines del olvido
ella se salvó por un milímetro
de tropezar y caer
en el abismo de la costumbre
se salvó de milagro
Lo que no pudo eludir
es la imprecisión meticulosa
de mi recuerdo que desvaría;
se va por las ramas
juega un ajedrez con fichas de damas, se enreda entre las líneas telefónicas y en los barriletes ahorcados del barrio
irrumpe a lo forajido enardecido
interrumpe con estruendo
el bostezo del sueño
y trepa que trepa
trepana las membranas
se desliza por cornisas
claraboyas y catacumbas
se tira de cabeza
vuela a ras del empedrado y de las rotas veredas del verano anhela y vuela de fiebre
y le encanta hacerse el náufrago, el único y último sobreviviente a la vagabunda deriva
tras el fulgor de sus pasos.

Poema aéreo

Habrá de doler
más de la cuenta este cielo
parido tan huérfano de horizonte
amarrado al sonido
con el que caen
las palabras derrotadas
y nunca
nunca más exacto
al decir un sin sentido
Solo un cielo
a veces clavado en cruces
varado en una estrella rota
disimulado entre constelaciones
que sin vos no entiendo
Desmembrado de celestes
en hondas líneas de fiebre
un espantado firmamento
seducido y suicidado en tu ventana
Demasiado frío aunque granice fuego
tan temeroso
de que se avecinen fieros vientos
tan incrédulo este cielo
de que a esta espalda
una noche de tantas
le supuren alas.

Sueño extraviado de la otra tarde

La otra tarde me puse a pensar en descalabrar y descelebrar sueños sueños rabiosos de siesta
sueños tullidos extraviados;
sueños con la puntita chorreando una lágrima de querosén
o un putear de agua bendita
que les inflama el ansia
la otra tarde decidí bautizar cada deseo desanimalarlos del rojo pelaje
rociarlos con el alcanfor
de una remota victoria
pero la pelambre que tienen los sueños peca de rebelde
se le pegan las polillas
las luciérnagas y las almas en pena y anda uno todo
y todo en uno erizado de sueños que no se dejan peinar
ni lavar la cara
que se apartan al instante de la caricia se cortan en mis dedos
se restan en un ultimátum
de arder siempre despiertos
y ni en sueños sueñan
aquellos sueños de la otra tarde en este demasiado tarde
que ya no te encuentra.

Ajeno

Soy ajeno
me han dicho a este nombre
tan impropio
desconocido entre esos vientos
que lo escuchan
que lo azotan y no lo nombran
ajeno con culpa de vergüenza propia
a los relojes enhorabuena
a los besos que se desarman
a los abrazos que se demoran
en ardores al vuelo,
y lo vuelvo a pronunciar
en una repetición de sombras
suena a pie que arrasa flores
a barro pegado
a desesperación de huella que no tiene donde ir
soy ajeno al mañana del próximo ayer
si hasta creo ser siempre yo
entre tanto y tanto de este no
hasta la luz se desalienta
en la sombra de mi nombre
se apaga en soledad
ante el eco de un espejo
que lo repite y muerde
y muere al susurrarlo
envenenado en su revés desesperado
y su invisible reflejo.

 

Sucede

Sucede que me acostumbré
a trastocar el sentido de las cosas; en una lata agujereada cabe el cielo cada orificio
es un simulacro de una estrella triste y cada herida al acariciar
ese desparejo horizonte
es un pájaro a punto de ser cadáver de alborotadas plumitas en vuelo
sucede que me acostumbré
a aceptar las verdades
sin hacerme demasiado drama tengo un alambre de púas
enredado en cada ojo
y te encargo
la sangrienta peripecia
de cerrarlos
con un golpe de párpados
en un estruendo de lágrimas
e intentar soñar.

Lee también

Cinco poemas de José Manuel Rodríguez Walteros

 

Edith Vera: casa azul en la tormenta

 

¿Dónde estás prenda querida? y la pérdida del amor

Autor

Mostrar más
Botón volver arriba