Un homenaje a la poeta Fabiana Heifetz (1958-2011)
En la memoria de la computadora aparece como por magia este enlace, en Ynet, el mayor sitio de noticias de Israel, que anuncia el fallecimiento de Fabiana Heifetz. En hebreo, claro.
Falleció la crítica y editora Fabiana Hefetz
Murió el 25 de enero de 2011 a los 52 años.
Así describe a Fabiana:
Hafetz, nacida en Argentina, emigró a Israel a principios de la década de 1970 y fue acogida en el Centro de Absorción Kiryat Eliezer en Haifa. Poco tiempo después comenzó sus estudios en el departamento de cine de la Universidad de Tel Aviv. Posteriormente, inició su carrera como crítica literaria en el periódico «Hadashot» y luego se desempeñó como editora de literatura traducida en la editorial «Keter», como editora de literatura, incluyendo, entre otros, la edición de los libros de Orli Castel. Blum y Nurit Zarhi. Hafetz también fue apreciada como traductora, entre otras cosas, de escritos de Cervantes para la editorial «Babel».
Y su foto, a sus 52 años.
Diez años después, el 11 de marzode 2021, el sitio literario Salonet organizó en su página de Facebook un evento – lo llamó coctail cultural – dedicado a su memoria.
Participaron Jaim Pesaj, conocido e influyente editor literario, crítico literario y traductor israelí,la escritora Orly Castel Blum y el profesor de literatura Charles Look, amigo cercano de la poeta. Aquí está el enlace del evento, en hebreo.
Escribió numerosas piezas de crítica literaria, entrevistas y cuentos en hebreo en sus últimos años. No alcanzo a terminar los varios libros de cuentos, de poesía, de ensayos que había comenzado y trabajado sin fin.
En 2009 me envió para su publicación en HispanicLA «Traía un templo en su voz«, con motivo de la muerte de Mercedes Sosa.
En lugar de su ficha biográfica, escribí en esa página el siguiente texto:
Una palabra del editor. Esto lo agrego en enero de 2019. Fabiana Leonor Heifetz murió el 25 de enero de 2011, hace casi ocho años. En medio de un gran sufrimiento y con la mayor de las dignidades. Murió creando hasta el último segundo. Poeta sin igual, intelectual de los que no hay. Una mujer hermosísima por fuera y hermosísima por dentro. Traductora del español al hebreo. Crítica literaria del principal matutino de Israel. Fuimos amigos por muchos años, y después la vida y la distancia hicieron lo suyo. Cuando inició HispanicLA retomamos el contacto, con base en nuestro mutuo amor a la letra. Este texto sobre Mercedes Sosa, que releo después de años, nadie más lo podía haber escrito. Cómo lamento, cada día, la muerte de las dos. GL
Yo conocí a Fabiana en su etapa anterior a la señalada por Salonet. Escribía en español y era miembro de la redacción de Alef, la revista de Artes y Letras en español que fundé y produje en Tel Aviv entre 1983 y 1988. Aparecieron ocho números.
En todos ellos se publicaron poemas de Fabiana, así como entrevistas que hizo y un editorial o presentación.
Coincidíamos mucho. Los dos éramos argentinos. Los dos emigramos a Israel de niños. Los dos, con una diferencia de cinco años, vivimos en el mismo barrio en la ciudad de Bat Yam al sur de Tel Aviv. Los dos fuimos a la secundaria Hadasim, una escuela pupilo a 50 kilómetros de allí. Uno de los amigos de mi infancia fue su novio en la adolescencia. Y sin embargo no nos conocimos hasta pasados muchos años después.
Agrego este párrafo cuatro meses después de la primera publicación de esto. Fabiana editó mi primer libro, Soldados de Papel, una «nouvelle» o novelita, con la Guerra del Líbano como trasfondo, sobre la vida y la muerte que está siempre presente en quienes participaron porque estaban haciendo el servicio militar obligatorio. Fueron manuscritos cruzados con sus observaciones, llamadas telefónicas de horas que se adentraban en la noche, charlas en un café donde ella esperaba que el suyo se enfriase para recién tomarlo, y que eran mucho más interesantes que mi texto. Fue una obra de su amor. Y me atreví a dedicárselo cuando se publicó, con una fotografía cedida por nuestro amigo común Daniel Mordzinsky, que sacó y me regaló, con diseño de Ido Ilán (o Ido Amín) y una introducción de Rubén Kanalenstein. Y ahora rememoro y lamento la lejanía de esas reuniones.
Esto es lo que queda. Los poemas y algunas fotas tomadas durante las reuniones literarias. Lamento que no sean de color. Sus ojos eran de un azul profundo. O verde.
1 a
recomienzo la espera nocturna
a veces llegan de visita caras que
yo sé que toqué, que creí entender
en la habitación donde
fueron unas tras otras
como si las hubiera amado
para parar mi andar sordo
entre caras y destinos y
los ojos secos de los otros
1 b
tuve la picardía opaca del que adula
hasta hacerse irreprochable
del que lleva y se lleva
a las calles de atrás
a mostrar que no hay amores prohibidos
y aunque reí
después
el mar ya no fue más otra cosa que
una placa de zinc al sol
2.
viste de azul teme al terciopelo calla
esconde apenas el temor cuando sonríe
parece cada vez más que ella abandona
y no que es abandonada podría gritar o
mendigar con manos cortas y frágiles
si le dieran no lo podría aceptar ella
viste de azul tiesa lisa amonestada va
a repetir vidas sobre su tez sin grito
sin llanto sin voz sabe lo que sabe y
sus manos no lo saben ofrecer o extirpar
sentenciada al cielo gris y a desearlo
a mirar las arenas rayadas de viento
cara metálica de virgen que la duda empuja
al mar que el dolor muele en granos – Calla
viste de azul tiesa lisa impura de dolor no
sale jamás en noches de luna llena cuando
caras de mujer vuelan rosadas y algunas
se le calcan en su yo
3.
huele a lluvia clara nace la menta fresas frescas
nunca más seremos los mismos después
corro por tu piel boquiabierta tras una memoria amarilla
largas noches de verano
hacíamos el tiempo a nuestra usanza
sin noche ya no nos tocamos
sin mañana nada perturba el sueño
huele a lluvia clara
yo no sé si lo sientes o no
podría llorar
o preguntar
muere el desierto damasco y miel
huele a lluvia clara nace la menta fresas frescas
Publicados en el número 0 de Alef, noviembre de 1983.
Jade
A C.E.
Mano en mi mano
cuando con uña caprichosa el helecho
cosquillea el vientre blando de la bruma
hasta el dolor
aún desnudo en el jardín de Ascot.
Musgo dulce que el secreto helaba en jade
cuando con dedos finísimos la luz
acariciaba en los centros del follaje
la perla última
única prueba
de la esencia submarina de la noche.
Del oleaje de otra noche alzas la mano
suplicante y no la tomo.
Crispada en la intemperie de mi culpa.
No te oigo.
Ya no sabes de estas muertes que te impongo
solitarias y pequeñas en mi sed.
Ánima
Un carruaje galopando silencioso sin caballo
y mujer blanca cofia negra que se iba
de muy lejos eran hombres y mil voces
una voz en cada mano, una antorcha en cada voz.
Que empuñaban filos dobles
que entrenaban los caballos que entendían
el uso del caballo y a la guerra
del sudor de cada día por la carne
y mujer blanca frente fría que paría
bajo el peso de la luz.
Traqueteándole el carruaje sin caballo
chirriando en serpentinas del camino
cascabeles en la cofia tintineaban
por la frente arriba arriba
una avalancha ensordecida
el peso de la luz que se caía.
Era un carruaje sin caballo que caía.
Devueltos de la piedra
Fuimos un solo guijarro, hor recuerdo el filo aquel que nos partió
empujándonos dulce un aliento a rodar frente a frente
a saber en pesados instantes de enero. Fuimos dos.
Una mano que nos apartaba después a extrañarnos. Fuimos dos.
Revolcados en cuestas volcánicas junto a chispas brillantes y brasas
no vimos la llama fundimos a lava, a todos, a lerdas corrientes
de espeso placer – que no es vida y no es muerte, es vaivén incesante
de un curso que avanza seguro al poniente
fuimos un río. Inasibles de meandro en meandro
como tiempo fluimos por un cauce tibio
Ruegos costeros de arpas pedían despojos
silvanos, hundidos, y arrojaban de los juncos
pétalos de celo y de naranjo
a navegarnos la deriva estival, fuimos tiempo –
hacia una fauce negra y la caída vertical
más allá de las puestas del sol.
Publicados en Alef número 2, verano de 1984.
Diciembre
De aridez hablabas,
de transcursos y vertientes sin encuentro .
Un sinuoso titileo consumía las estrellas en la frente,
las velas en la mesa, las hojas del geranio
y nuestra carne paralela un día menos cada vez.
Que nacimos enemigos repetías.
Sabías que tú y yo y que la noche
perseguíamos objetos diferentes.
De aridez y de presencias sin volumen:
que envidiabas de mi carne las sonrisas
y ese inquieto tintineo de agua fresca
apresurándose entre piedras.
Jamás volcamos sangre aquellos días
y por un puño de rojo
mi avidez tiñó manzanas.
Desplegando un viento blanco
era la tarde que obraba las uniones.
En el cristal no era ya mía la sonrisa
y tiritábamos enfermos.
Tantas veces asomada en la ventana
vi regueros de ceniza, cigueñas como cuervos
a mi espalda movimientos.
Avidez, decías, y un propósito, una casta.
la amistad inquebrantable
de unos pálidos días de Warwick.
Hablabas con la lluvia
y así cubría un manto lívido de sombras,
objetos pequeños escondidos en la fuga,
tu rugido.
Vi regueros de ceniza
el invierno todo aquel
amabas hombre amor de hombre amabas hombre.
Hablarías de mi boca que supo azufre y sal
o del horror del tiempo.
Publicado en Alef número 3, diciembre de 1985.
Desde el alfar
(Fragmento)
Mujer,
hubo tiempo en que éramos escasas,
la manera animal y después un anhelo
de causar el retroceso de la horda
encerradas en el último recinto.
Tiempo de adorar masa fuerte,
blanda y viscosa, la glandular fisonomía
de la adivinanza y el canto.
Tiempo de vivir la boca, de abrir
labio y paladar a la curva carne matria
de prender carnívoramente al pezón
de muscular y de hociquear hipeantes
ante el botón rojo, enardecidos
aunque el alimento era lácteo
que se vertía derrochado en las mejillas,
orgía verdadera, regular y funcional
atributo de la perpetuación de vida
y no de reproducción maquinal.
El cruel apetito era la recompensa misma.
Eras la dueña un día
de bestias aturdidas
por el estruendo de la cacería.
Publicado en Alef número 4, otoño de 1985
El hijo (de ‘Quien parte de Ur’)
I.
Esta cuesta que asciendo, un padre lejano,
su mano fuerte lleva mi brazo entregado.
Es tanto el anhelo, tanto supongo, tanto
digo, estará pensando, como yo, en él, en mi.
Esa altivez, el fulgor en el ojo
la línea amarga en el mentón. Debo creer
“¿me amas?”
Aprehendo en tu entrecejo cada cambio. Sé callar.
Tú, tú que amas las palomas y los tigres.
Tú que has visto la seda que engalana,
que guardas vino y los aceites en tus odres,
que me apartas de los otros, para tí,
yo miro tus manos y tú auscultas las estrellas
y a cada piedra que despeña nuestro paso
o ante el vuelo suntuoso de la arena
asientes embriagado, entrecerrando el párpado.
Río como niño “¿adónde vamos?”
y desprendes tu mano
y reprendes, de entre todos los deseos, el amor.
II.
Quise huir con los niños de las amas, son muchos
hermanos que desconozco.
Soy menos que el menor de tus sirvientes;
ambiciosos a su modo han esmerado sus oficios,
ellos ostentan tu signo y tu confianza.
Prohibido, heredero, hijo de esposa,
a mí dejaron la tímida impudicia de añorar
conocer como tú la traición, la libertad.
Tú que más mataste a tu padre que matando,
que rompiste las figuras del anciano,
un pobre padre, los utensilios, el altar
para mostrar tu ira y descubrir tu alma.
Tú, que acumulaste prados y bajíos,
que soñaste ensanchada tu heredad,
si espantados rasgaran tus hombres el paño,
jamás sospecharías, si elijo la muerte,
que imploro tu oprobio, tu vergüenza, tu derrota,
pero más, por una vez, tu lástima.
Sólo aumentaría el valor que te atribuyes,
la lealtad que cobras, tu fe sin danza
y las caricias de una virgen bajo el cobertor
y la estremecedora sangre de los sacrificios
acallarán tu temblor. Nunca te he visto llorar.
Es justo, oigo la voz, rectificando tu postura
cuando las nubes no esconden, como dices, un venado.
Confieso haber esforzado mi empeño en estas cosas,
muy poco queda en la hora de emprender mi gesta.
Acepto ser útil, inocente, apenas un cayado, un cuenco.
Extrañamente, aunque temí las olas, deseaba navegar
y sé gozar la promesa de las lluvias cuando el aire
avanza frío restregar mi rostro ciego, esta paz
que las estrellas que atrapabas nos conceden. Esta paz.
III.
Has hecho astutamente un dios que no podré volcar.
Un sirviente has enviado a tomar esposa para mí.
Soy aquel hombre cuya historia es de otro hombre.
Mi recompensa es la memoria intransigente, te llevo
fuerte y amado, estás en mí, más amado, más en mí.
Debo regocijarme en el fruto de mi paciencia oscura.
Publicado en el número 7 de Alef, primavera 1988.
Falta contar la epopeya de Alef, que fue un intento de organizar, preferir, mejorar la literatura en español en Israel, en donde existe una nutrida comunidad de oriundos de América Latina y un contingente numeroso de artistas entre ellos.
Falta agregar los otros escritos de Fabiana Heifetz, sus entrevistas plenas de conocimiento, inteligencia y originalidad y una introducción al porqué de Alef. Quizás en algún futuro.