Sola en la esquina con un cartel, por la reforma migratoria

Sentí vergüenza y las mejillas tibias ante la inseguridad de pararme sola en una esquina con un cartel. Una manifestación se hace en grupo. Es la visualización de una causa que se siente justa y por eso se lleva a la calle, a la comunidad, para hacerla reclamo y darle ese lugar que uno siente que merece.

Me enteré de la convocatoria “Un día sin inmigrantes” a través de la nota escrita por la periodista de Arizona, Maritza Félix, columnista también del diario digital hispanicla.com, donde también colaboro. Su consigna “Este 14 de febrero, no romanticemos el sueño americano” sonó en mis adentros como una montón de campanas, esas que se escuchan en las plazas de los pueblos, llamando a la acción.

Me incorporé al grupo de Facebook “Un día sin inmigrantes” y allí supe de la existencia del Movimiento Nacional de Mujeres y Madres por una Reforma Migratoria Justa, DREAMers’ Mom’s. Intercambiamos mensajes y sentí la necesidad de salir a la calle. Manifestar mi apoyo para reclamar una promesa rota, una defraudación: la reforma migratoria que quedó trunca en los cajones de la burocracia legislativa.

La última vez que se llevó a cabo una reforma migratoria en Estados Unidos fue con el ex-presidente republicano Ronald Reagan, el 6 de noviembre de 1986. Treinta y cinco años atrás y pese a los gobiernos demócratas electos en todos esos años, pese a que supuestamente levantaron la bandera de una reforma migratoria, todo quedó en vana esperanza y hoy es un gran naufragio.

Los que fuimos beneficiados en esa amnistía sabemos y recordamos los años de incertidumbre, miedo y desasosiego de vivir en un país trabajando, pagando impuestos, contribuyendo a la economía, pero desde la sombra de la ilegalidad. Obtener primero la residencia y luego la ciudadanía del país donde uno habita es un derecho de identidad que todo aquel que ha dejado su lugar, recupera. Nadie deja su tierra, a menos que sienta la necesidad impostergable de emigrar por razones de seguridad personal.

Alimentar a los hijos, poder tener un techo, un trabajo, una vida sin privaciones materiales, no debería ser un derecho limitado a los nacidos en los países ricos. Esa riqueza está sustentada en la explotación y el sufrimiento de los países pobres y por eso sus pobladores emigran.

No son usurpadores: la usurpación ya fue perpetuada y es por eso que la legalidad de una migrante que aporta honestamente al país donde se traslada – con su desarraigo a cuestas – es un derecho. Merece ser tratado como un ser legal, con papeles, nombre y apellido y una movilización visible y reconocida.

Haber obtenido los papeles que nos ha dado este status debería hermanarnos a esta causa, porque sabemos con el cuerpo qué significa ser inmigrante.

El pasado 14 de febrero, fui a comprar una cartulina y dos marcadores gruesos para hacer mi cartel. Escribí en inglés “Mostremos apoyo, ¡toque su bocina para reclamar una reforma migratoria ahora! Dibujé unos corazones rosas decorando las letras. En el Día de San Valentín, manifestar por el amor a la comunidad y a nuestra gente, me pareció una propuesta amorosa y la manera cabal de celebrarlo.

Eran las cuatro de la tarde, cuando pasé con mi hijo por el shopping de San Mateo en California. La fila para comprar alhajas en una boutique de joyas, llegaba a once personas. Todos eran hombres de rasgos latinos, con sus vestimentas sobrias de trabajadores. Quizás muchos de ellos eran sin papeles, que en las sombras contribuyen a la economía del país.

Mi convocatoria por las redes, para salir a la calle este 14 de Febrero del 2022, a las cinco de la tarde y reclamar por “Un día sin inmigrantes”, no tuvo eco alguno.

Entonces recordé a Woody Allen, hablando desde uno de sus personajes con un tremendo acento italiano “You gotta do what you gotta do”, “Hay que hacer lo que hay que hacer” y lo repetí a las cinco menos cinco, antes de cerrar con llave la puerta de mi casa y pararme sola con el cartel en la esquina de El Camino Real y la Tercera Avenida.

En realidad no estaba sola. Estaba con mi hijo que amorosamente me sigue a todas partes y con la querida Mariana Hernandez Larguía, mi amiga que desde Barcelona me dijo: “Secre, usted vaya y haga”. Una jerga cómplice que surge espontáneamente entre la gente, cuando se encuentran desde los ideales.

Estuvimos con mi hijo más de media hora sosteniendo el cartel en esa esquina. La emoción del primer bocinazo me hizo levantar los brazos más en alto y sentir menos vergüenza a mi exposición. A los diez bocinazos mi sonrisa detrás del cartel fue inevitable, imaginando que estaba sosteniendo la esperanza de esos once millones de trabajadores y trabajadoras que esa noche mirarían las noticias para sentirse menos invisibles.

Volvimos a casa, felices de haber hecho la tarea. Ya hacía frío pero nos esperaba el privilegio de un hogar y el calor de una cena. Como estábamos solos, sacamos una selfie que salió torcida y que mandamos al grupo de Facebook “Un día sin inmigrantes” para mostrar nuestro apoyo.

Desde entonces, todas las mañanas nos llegan bendiciones y saludos de familias que esperan que sus voces sean oídas y sus vidas respetadas.

Los calendarios, las fechas, están marcadas por este sistema y por las instituciones a las que ciertamente pertenecemos. Pero desde nuestra capacidad transformadora de expresión, podemos establecer otras agendas y otros calendarios. Hay una alternativa al “si yo estoy bien, el resto que se aguante o por algo será… “ Usando estas consignas en nuestros países se han justificado genocidios.

Tenemos siempre la oportunidad de caminar junto a quienes los necesitan. Es un camino que nos permite sentirnos parte de un grupo humano. Es un abrigo para la soledad.

Este Primero de Mayo, el día del trabajador, los migrantes saldrán nuevamente a la calle reclamando el derecho a una reforma migratoria. Ese día del trabajo es conmemorado en todo el mundo menos en Estados Unidos. Hasta hoy, se sigue sosteniendo la bandera negacionista ante los fusilamientos, en 1886, en la ciudad de Chicago, de los trabajadores, asesinados por reclamar las ocho horas de trabajo.

Espero que salgamos con nuestros carteles, todos los migrantes que ya hemos obtenido nuestros papeles, a mostrar el apoyo por los que tanto lo necesitan. Espero realmente que este Primero de Mayo tomemos la decisión de no caminar por la calle de la indiferencia.

Adriana Briff

Adriana es educadora en el Distrito de San Carlos, California.Tiene una licenciatura en Comunicación Social de la Facultad de Ciencias Políticas, de la Universidad Nacional de Rosario. Madre de Dante, un joven autista de 23 años, Adriana disfruta en escribir crónicas diarias, que ella ha titulado "Fotos con palabras". Sus textos pueden verse en Facebook. También ha publicado en las revistas Urbanave y en Brando, del Diario Nación y Página 12 Rosario.

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