Una década de todo y nada
ARIZONA – Hay un silencio que asusta en el Capitolio Estatal de Arizona. El pasto se ve más verde y el estacionamiento está vacío. Resulta difícil imaginarlo lleno de pancartas y parlantes, de familias llorando y de jóvenes despotricando su impotencia en rabia. Pero basta con escarbar en la memoria. Estuve ahí. Estuvimos. Fue hace 10 años. Entonces no había paz ni mesura, era un pueblo unido contra la “madre de las leyes antiinmigrantes”: La SB1070.
El coronavirus forzó la cancelación de las conmemoraciones del aniversario; pero nadie lo olvida. Ha costado mucho pasar página. Y luego esto: una pandemia, un aislamiento, una crisis, una frontera cerrada y una orden ejecutiva complicada. No se puede bajar la guardia. Tanto y tan poco ha cambiado. Los derechos humanos son una lucha sin fin.
Ahora los únicos que recorren las oficinas gubernamentales son los más extremistas. Piden el sacrificio de una pequeña parte de la población con tal de que Estados Unidos vuelva a la normalidad. Les importa poco el virus si lo que tienen en cuarentena es el bolsillo. Vociferan, condenan, exigen. Alegan que la pandemia es una conspiración del gobierno; que la libertad es más valiosa que el futuro. Odian el confinamiento. Repudian la pobreza. Defienden sus armas. Y repiten letanías que parecen más bien amenazas.
Son cientos los anglosajones enfadados y se han apoderado de las mismas calles que hace 10 años los migrantes tomaron. Son pocos comparados con los miles que lo hicieron hace una década. Dos causas distintas… el mismo epicentro.
Dos realidades y una ironía: los que hoy protestan lo hacen desde el balcón del privilegio; los que hoy callan, lo hacen desde los campos en donde siguen demostrando que son indispensables. Los primeros salen porque quieren; los segundos, porque deben. A los extremistas les duele el bolsillo; a los migrantes, las manos. A los manifestantes les pesan las semanas de un cómodo encierro; a los trabajadores, las culpas con la mera posibilidad de llevar un virus a casa. Contrastes, siempre contrastes.
La SB1070 fue un parteaguas, pero -insisto- la pandemia ha cambiado la narrativa. Hace 10 años se escupía con descaro la palabra “ilegales” y hoy son -discretamente- todos “esenciales”. Y como a nadie le conviene morder la mano que da de comer, en la crisis se arremete en contra de los “legales”. Una orden ejecutiva, en una pandemia, en un periodo electoral. Estados Unidos es, 10 años después, como un Arizona con esteroides.
Pero pocos olvidarán la incertidumbre, el hambre, el coraje, la crisis, la muerte de los suyos, la mezquindad del gobierno, la corrupción en los subsidios, el silencio, la indiferencia de los privilegiados, la conveniencia del político y la fuerza del migrante. Así pasó en el 2010; así será en el 2020. La pandemia es como la oscuridad: los buenos brillan como estrellas y los tibios se pierden en las sombras. Solo hace falta refrescar la memoria y es muy conveniente hacerlo justo cuando el amanecer trae consigo la luz del voto.