Virgilio González, por amor a las letras
De la columna de Eileen Truax 'Si Muero Lejos de Ti', 2013
Nos conocimos cuando viajé a la ciudad de Oxnard, a una hora de Los Ángeles para escribir su historia: Virgilio recibía ese día su certificado de primaria gracias a los cursos de alfabetización impartidos por la organización Hermandad Mexicana en coordinación con el Consulado de México.
Era noviembre de 2009; yo era reportera para el diario La Opinión, y él era un hombre de 46 años que había llegado a Estados Unidos años atrás, sin saber leer. Nos conocimos cuando viajé a la ciudad de Oxnard, a una hora de Los Ángeles para escribir su historia: Virgilio recibía ese día su certificado de primaria gracias a los cursos de alfabetización impartidos por la organización Hermandad Mexicana en coordinación con el Consulado de México.
Conocí a Virgilio González en su casa, una vivienda de tres habitaciones que compartía con otras personas. A pesar de los años que han transcurrido desde entonces, recuerdo claramente algunos detalles de nuestro encuentro. Virgilio, delgado, moreno, pelo negro rizado, largo y cuidado, anteojos y sonrisa amplia, me recibió con un apretón de manos y un saludo de voz bajita y tranquila. Me hizo pasar a su habitación, el único espacio de la casa en donde podíamos tener privacidad para conversar; afuera había un ruido incesante de los broches metálicos de prendas de vestir girando y azotándose en una secadora de ropa.
La atmósfera en la habitación de Virgilio era cálida: una cama individual, algunos objetos personales, un escritorio alumbrado por una lamparita, y sobre él libros, muchos libros, la mayoría con el sello de la biblioteca pública de Oxnard. Nos sentamos a conversar y me contó su historia personal, de la cual recuerdo apenas algunos fragmentos: salió muy joven de México, en donde dejó de estudiar a temprana edad, y vino a vivir a California, a trabajar, a buscar una vida mejor. Sin embargo el hecho de haber abandonado los estudios antes de aprender a leer, terminó por hacerlo sentir limitado.
«No me sentía seguro de mí mismo; me faltaba algo», recuerdo claramente que me dijo.
Virgilio se enteró de que iniciarían unos cursos de alfabetización en las instalaciones de Hermandad Mexicana en Oxnard. Este proyecto surgió cuando las activistas de la organización, encabezada por Alicia Flores, descubrieron que al iniciar trámites migratorios con las personas que solicitaban sus servicios, en ocasiones éstas no podían completar los formularios oficiales. Algunos de estos hombres y mujeres se inscribieron en los cursos sólo para eso: ser capaces de escribir su nombre.
Al finalizar nuestra conversación acompañé a Virgilio a la ceremonia de entrega de su certificado, hice la nota para mi diario, y volví a Los Ángeles. En los años posteriores alguna vez recordé esta historia, una de las cientos que un reportero que trabaja en un diario cubre cada año y que en ocasiones se diluyen y desaparecen. Sólo que algunas, de pronto regresan.
Hace un año y medio dejé de trabajar en La Opinión y empecé a escribir mi primer libro: Dreamers, la lucha de una generación por su sueño americano. Tuve la fortuna de presentarlo el sábado 18 de mayo en la Feria del Libro en Español (LéaLA), y para promocionar este evento, compartí la información en mi página de Facebook. Podrá el lector imaginar mi sorpresa cuando, revisando los mensajes que algunas personas me enviaron a través de ese medio, encontré el siguiente:
«Hola Eileen, espero que se encuentre bien, reciba mis más sinceros saludos… la llevo en mi corazón, nunca olvidare mi primera entrevista… Usted viajo de los Ángeles a Oxnard para entrevistarme, desde entonces han pasado muchas cosas, he estado en radio, en televisión; he publicado dos libros de poemas, usted me dio como vulgarmente se dice mi patadita para entrar en este mundo de la literatura.
Bendito Dios por encontrar personas tan lindas en mi camino
Virgilio González»
Casi lloro de la emoción. Inmediatamente le respondí, ¿cómo no recordarlo? Intercambiamos un mensaje más y lo invité a encontrarnos, justamente, en la feria del los libros en español, esos que Virgilio ama tanto.
Durante la presentación de mi primer libro, el mismo hombre de anteojos y sonrisa amplia al que vi recibir su certificado de primaria hace cuatro años, me dio un abrazo y me entregó una copia de su segundo libro de poemas: Orquídeas Negras. Y yo pensé que pocas veces encontraré en otra historia un amor tan grande como el que siente Virgilio por las letras.
Nota del editor
Trece años atrás, mi amiga Eileen Truax ya había dejado su puesto de reportera de noticias en La Opinión y yo el mío como uno de los editores a su servicio en la sección. Ella trabajaba para medios mexicanos, producía documentales e iba escribiendo sus libros. Y yo era el editor del Huffington Post Voces, la sección latina de aquel sitio noticioso, y afortunadamente Eileen aceptó mi oferta de publicar una columna en el HuffPost.
La llamó «Si muero lejos de tí», un nombre que de una manera desgarradora describe la ansiedad de quienes hemos tenido una vida completa allí de donde vinimos. Y el dolor porque el objeto del amor está, sí, lejos. Al mismo tiempo plantea un condicional: quién dijo que todo está perdido. Y revela una de las alternativas del futuro.
Fue en mayo de 2013. Se publicaron doce o trece. Al año siguiente, yo regresaba a La Opinión como su director editorial.
Eileen, ahora en otro exilio, sigue escribiendo, publicando, enseñando, desarrollándose y desarrollando a otros. Me enorgullece. De casualidad resurgieron esas columnas. Recordemos: gran parte del material que publicamos en internet desaparece porque sí, sin que nos demos cuenta. Las publicaciones fenecen, los sistemas se derrumban, los servidores son caros.
Pero estos textos son demasiado valiosos como para dejarlos ir con el viento del tiempo. Es por eso que HispanicLA vuelve a publicar las columnas de «Si muero lejos de tí», tal como aparecieron hace 11 años. Describen, empotrada en el tiempo, la realidad de esos días no tan lejanos. El lector decidirá si, desde entonces, ha cambiado.
Gabriel Lerner