A quienes le dicen no a la vacuna
Quienes se niegan a darse la vacuna son como quienes se niegan a portar mascarilla. Peligran las vidas, no solo de ellos, sino de quienes están a su lado. Y no les importa.
Con cautela, de a poco, llegan buenas noticias sobre la pandemia del COVID-19. Por fin. Hay luz al final del túnel. Aunque sea largo.
Logros del momento
Tres vacunas se desarrollaron en tiempo récord. Cada día, unos dos millones de estadounidenses se vacunan. En California y otros estados el avance de la vacunación se mide en la cantidad de residentes de barrios marginales, quienes antes habían sido hecho a un lado a la hora de vacunarse, que ya fueron vacunados.
Hasta se han publicado las primeras directivas para los ya vacunados.
Cada día, estados, condados y ciudades permiten reabrir negocios y locales de espectáculos y deportes. En algunos casos prematuramente e ignorando el peligro. Pero en otros, enhorabuena, como reflejo de que la vida es más segura. Mucha gente vuelve a trabajar. Y en muchos puntos del país vemos que llevar mascarilla y mantener distancia social ya son un hábito saludable.
En el estado de Nueva York, las hospitalizaciones cayeron en un 50% y los nuevos casos en más de 70% desde su pico. Las muertes diarias son menos de un centenar, contra casi un millar hace pocos meses.
En California, en tan solo dos semanas, los nuevos casos bajaron 40%, al igual que las hospitalizaciones. Las muertes cayeron en un 30%.
En el umbral de la inmunidad
Todo esto significa que nos estamos acercando al umbral de la inmunidad colectiva.
Al momento en que podríamos respirar con alivio después de más de un año de angustia.
Se trata de que un porcentaje suficiente de la población esté vacunada. Fluctúa alrededor del 85%. Este umbral es indispensable si no queremos que el terrible mal, que ha matado a 534,000 estadounidenses y enfermado a casi tres millones, regrese.
Pero ahora, para llegar a ese umbral, para vacunar a suficientes estadounidenses, nos topamos con un obstáculo formidable.
Los que le dicen no a la vacuna por convicciones políticas.
No incluimos a los indecisos, los “hesitant”, a quienes se podría convencer con razonamientos.
La negativa como credo
Pero hay millones de personas que hacen de la negativa un credo. Arman a su alrededor una campaña política. Ven en los intentos de convencerlos otra confirmación de su lunática conspiración. Le infieren a su resistencia un falso tinte de ideología cuando es más que nada hostilidad hacia el otro. Consideran que un argumento es válido por el mero hecho de que lo formulan (ellos, no necesariamente otros) y su libertad de expresión (la de ellos, no necesariamente la de otros) está por encima de todo menos Dios. Le dicen no a la vacuna y resisten toda razón.
Unos 100 miembros del Congreso no se han vacunado todavía, casi todos republicanos, casi todos por ese motivo. Eso causa que las regulaciones en que se vota en pequeños grupos continúen. Que la labor legislativa se siga retrasando.
Hay que decir la verdad. Así como quien se rehusa a usar mascarilla en un entorno público pone en peligro a otros, los “antivacunas” serán cómplices si la nación no logra, a la brevedad posible, la inmunidad colectiva para vencer al COVID-19.
Repito: quienes se niegan a darse la vacuna son como quienes se niegan a portar mascarilla. Peligran las vidas, no solo de ellos, sino de quienes están a su lado. Y no les importa.
Si le dices no a la vacuna, ayudas a la permanencia del COVID-19 y a que cause más muertes.
Y eso sin contar, ¡sin contar! que eres vulnerable al contagio y podrías enfermar y/o contagiar a tus seres queridos.
Donald Trump, piedra libre
Es hora de que el expresidente Donald Trump salga de su guarida y comparezca en público para exhortar a su “base” a que se vacunen. Tal como él lo hizo, en secreto, antes de perder el poder. Temeroso de que sus admiradores se den cuenta de que su imagen es falsa, de que los pone en peligro mientras él se salva.
Igual que cuando envió a los manifestantes a asaltar el Congreso, el 6 de enero, diciéndoles «yo voy a estar con ustedes pronto».
Acoto aquí que la idea no es loca ni es mía. Hoy mismo el almirante Brett Giroir, quien fue encargado por parte del expresidente del desarrollo de los análisis de la enfermedad, le hizo públicamente el mismo pedido.
Trump, si tuviese dignidad, debería unirse a todos los expresidentes, que participan activamente en campañas para alentar la vacunación.
Aunque la probabilidad que lo haga sea baja, no es nula. Entonces, debemos insistir: Trump podría inclinar el fiel de la balanza de inmediato. No necesita invitación.