Apuntes sobre una guerra, por Róger Lindo
Como bien saben México, Cuba y ahora Ucrania, la cercanía geográfica a un imperio suele traer consecuencias incómodas, desastrosas o fatales para la soberanía e integridad de una nación.
Cuando la Unión Soviética implosionó en 1991, Estados Unidos vio realizado su viejo anhelo: la destrucción de su más odioso enemigo, un país del tercer mundo, decían desdeñosamente… pero con armas nucleares.
Tras la caída del muro de Berlín y la disolución del pacto de Varsovia, Rusia se hundió por dos décadas en un estado calamitoso, económico, político, militar y moral. Además de desintegrarse como entidad multirrepública, poco o nada pudo hacer para frenar el avance de la OTAN (léase Estados Unidos) hacia sus fronteras.
Le ha costado rehacerse.
A la Federación Rusa no le faltan razones de peso para estar siempre en guardia frente a asechanzas y arremetidas. En 1812, Napoleón se lanzó contra Rusia con el más poderoso ejército de la época. «Nunca se había visto una expedición más gigantesca, ni se volverá a ver», anota el escritor Francois de Chateaubriand en sus Memorias de ultratumba.
En esto último se equivocó.
En 1942, la Alemania de Hitler, que veía a la URSS como un botín rico en pozos de petróleo para sus tanques y una raza de millones de esclavos, dirigió el ejército más poderoso de la época a la conquista del mundo eslavo.
Al igual que con la invasión napoleónica, la enormidad del país y el terrible invierno fueron claves para derrotar al Tercer Reich. Alemania fue tronchada en el frente oriental y luego vino su debacle.
El territorio siempre ha sido un recurso existencial de Rusia para defenderse de una agresión. De igual manera, las inmensidades del Atlántico y el Pacífico le han dado a EEUU un abrigo estratégico formidable a lo largo de su recorrido. Las guerras ocurren en cualquier otra parte, menos allí.
Si Ucrania se convertía en base de la OTAN, como pedía el presidente Volodímir Zelensky, la ventaja estratégica de Rusia dejaba de existir.
EEUU es el más hipócrita e interesado de todos los actores relacionados con la actual ocupación de Ucrania.
Es por antonomasia el país agresor de la historia moderna. Sus aventuras militares empezaron en México, Cuba y Filipinas en el siglo XIX, y esta es hora en que no paran. Tan solo en el siglo XXI, EEUU intervino militarmente bajo distintos alegatos en Irak, Siria y Afganistán. Cuenta con más de 600 bases militares en el planeta e invocar su derecho a la seguridad nacional le ofrece una excusa de utilería para atacar a quien le venga en gana.
En cambio, según su filosofía, Rusia debería de aceptar que es una nación perdedora, que es absolutamente legitimo que la OTAN la arrincone.
Putin no se traga eso.
EEUU azuzó a Ucrania contra Rusia, llevándose de encuentro a la Comunidad Europea, y ahora que Putin invade Ucrania, la deja prácticamente en la estacada. «Nos han dejado solos», dice Zelensky al borde del colapso.
En este conflicto, Ucrania y Zelensky pierden. Rusia y Putin pierden. Estados Unidos gana.
Gana el complejo militar industrial estadounidense, que redoblará sus ventas. Pero la pobre Ucrania, ¿de dónde sacara los millones para cancelar los equipos militares que EEUU le entrega?
No pagará Ucrania, pagarán los generosos contribuyentes estadounidenses, que no tienen idea de lo que está pasando.
Roger Lindo es un periodista y escritor salvadoreño