Cuando se acribilla la inocencia, por Maritza Félix
Cody, este niño de ocho años es uno de los sobrevivientes de la masacre de los Langford en esa zona entre Sonora y Chihuahua, México, que parece ser tierra de nadie... Para Cody, la violenta muerte de su madre y dos hermanos no es una noticia, es el reflejo del mismo infierno. Despierta todos los días buscándola, queriendo recordar cómo sonaba su voz o cómo olía su cabello
ARIZONA- El pequeño Cody Greyson es el único de los Langford que continúa en el hospital y es muy probable que tenga que acostumbrarse a estar entre enfermeras por un buen rato.
Lleva cuando menos una cirugía reconstructiva en el rostro y los médicos encontraron una bala incrustada en su cadera que debía ser extraída lo más pronto posible. Este niño de ocho años es uno de los sobrevivientes de la masacre en esa zona entre Sonora y Chihuahua que parece ser tierra de nadie. Las balas le acribillaron la candidez y le destrozaron la sonrisa, en todos los sentidos; pero pocos se acuerdan de él.
Ya pasaron los funerales. México le dio asilo a Evo Morales, España tuvo elecciones y en la Suprema Corte de Estados Unidos se debate el DACA… otros titulares, diferentes historias, distintos dramas. La emboscada en el norte de México para muchos ya huele a rancio; así son los adultos, olvidan fácil.
Los niños tienen buena memoria, y en este punto no sé si sea bueno o malo.
Recuerdan las promesas de una tarde en el parque o un dulce después del almuerzo; se memorizan los diálogos de las películas y las letras de las canciones; absorben el mundo, sus palabras y sus sonidos; se graban los recuerdos en la mente y en el corazón y nos obligan a cumplir, cantar, hablar y pensar. Son una esponja de conocimiento y emociones… también de dolor y silencios.
Para Cody, la violenta muerte de su madre y dos hermanos no es una noticia, es el reflejo del mismo infierno. Despierta todos los días buscándola, queriendo recordar cómo sonaba su voz o cómo olía su cabello; apenas se acuerda de sus caricias y sus guisos. Las memorias están manchadas por la sangre. Aun así, vuelve a vivir su pérdida cuando despierta de la anestesia tras la cirugía y no la ve a su lado, cuando voltea y descubre a los suyos intentando tragarse el llanto. No está; no se fue, se la llevaron, se la robaron, se la mataron.
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Y él se queda sin ella en ese hospital; no pudo ir a su funeral, no se despidió de sus hermanos asesinados, vio a los otros irse ya curados, no puede consolar a papá y ya no sabe si volverá a casa… Tampoco sabe si quiere hacerlo. Tiene ocho años y tiene que dejarlo todo y volver a empezar; lo obligaron, no sabe quiénes, solo escucha que todos culpan al narco.
Su padre ha dicho que no quiere mirar atrás y repite mucho la palabra justicia.
Cody quizá no entiende cómo eso podría quitarle, aunque sea por instantes, todos los dolores, pero le da un poco de esperanza de que las cosas sean como antes… antes de que los emboscaran, de que los mataran, de que lo balearan, de que su inocencia se esfumara. Sabe que se engaña; no está mamá para decirle que todo estará bien, por eso se teme que -cuando menos por ahora- no lo estará.
Luego sus hermanos; los pequeños lloran mucho y muy seguido, y los grandes también, pero quedito. Quieren ser fuertes para él y se van desmoronando como peones en un juego de ajedrez que continúa a pesar del jaque mate. A todos los acribillaron de alguna manera; todos están heridos, sangran tristeza… y tienen buena memoria…
Aunque a ellos ya los hayan olvidado.
Maritza L. Félix es una periodista, productora y escritora independiente galardonada con múltiples premios por sus trabajos de investigación periodística para prensa y televisión en México, Estados Unidos y Europa.