El odio digital es contagioso
Esto puede hacer el odio digital: el 4 de julio, durante el desfile tradicional en las calles de Highland Park, Illinois, un sujeto de 21 años mató emboscado y vestido de mujer a al menos siete inocentes. El atentado, lo planificó durante largas semanas e incluso se había interesado en un blanco diferente, una sinagoga local.
Efectos del odio digital
Lo motivó un odio irracional e incontrolable al que encontró apoyo en internet. Esa parte del internet que es, en su aspecto social, como ya se dijo, una herramienta para la promoción de la intolerancia.
Y que se expande sin misericordia.
Es el odio digital que alimentan una cantidad de “influencers” en las redes sociales, donde están protegidos cobardemente por el anonimato. Es el que unifica y motiva fanáticamente a un conjunto de organizaciones que pululan en cada estado y el de sus líderes que se encuentran en los medios que crean en línea, en los circuitos de conferencias, y sí, en algunas iglesias y legislaturas. Es también el odio digital que secretan miles si no millones de amas de casa, trabajadores, oficinistas, profesionales y artistas.
Odian a los demócratas, al gobierno, a los periodistas, a quienes limitan su expansión, a quienes proponen controlar la tenencia de armas, a los negros, latinos, a los judíos, los musulmanes, los orientales, a los RINO (Republicans in Name Only) dentro de su propio partido. A los homosexuales y las lesbianas, a quienes expresan su sexualidad, a los poetas, y la lista sigue y se expande.
La violencia que se ha desatado repercute en todo lo que hacemos a nivel político. Subyacente, en acecho, y en cualquier momento estalla. De hecho, ya está aquí. La amenaza que presenta el culto trumpista es real. Para sus miembros – millones – esta no es una democracia, sino una «república constitucional», y su preferencia es que asuma el poder un hombre fuerte, independientemente del parlamento e instituciones.
Mensajes con amenazas de muerte
Por ejemplo, el congresista Adam Kinzinger, republicano de Illinois, publica cada varios meses una “selección” de los mensajes de odio digital y epistolar que él y su familia reciben a diario, porque votó por juzgar a Donald Trump y participa en el comité de investigación de la insurrección del 6 de enero. Son estremecedores. Intimidan.
Es un error asignar la violencia política digital a todos los sectores por igual. Aquí no hay balance que valga, y quien afirme lo contrario, está en camino de justificar a los responsables. Porque la violencia en las redes, fruto de la incitación de la hostilidad y al odio digital y directo legitimada y amplificada a niveles antes inconcebibles por el expresidente Donald Trump, es patrimonio de un específico segmento de la población que le sigue.
Un segmento que vota republicano y que es protegido por los republicanos en todo el país, incluso los pertenecientes al “establishment” conservador, que inicialmente había rechazado el “trumpismo”.
Sí, porque el ala tradicional del partido republicano, o lo que queda de él, salvo honrosas excepciones se ha mimetizado con el movimiento MAGA que apoya fanáticamente a Trump. ¿Por qué? El senador Lindsey Graham, de Carolina del Sur, lo reconoció recientemente el en un evento: “¿Sabes lo que me gustaba de Trump? Todos le tenían miedo. Incluyéndome a mí”.
Le gustaba porque le temía. Así, lo dijo. Una afirmación mordaz si es que las hay.
La incitación a la violencia y su justificación es cíclica. Pasa de los perpetradores al público que los aplaude a los políticos que los justifican y refuerzan y estimulan y así sucesivamente.
El estilo de la secta
Por ejemplo: al día siguiente del atentado en Highland Park, la congresista Marjorie Taylor Greene, entre las principales aliadas de Trump, afirmó sin fundamento que el tiroteo fue causado por antidepresivos, aunque no existe evidencia de que el presunto tirador sea enfermo mental o que abuse de drogas.
Y claro, lo hizo a su manera, a la manera y en el estilo de esta secta: atacando, sembrando más odio, esperando cosecharlo con el apoyo de su público.
Las amenazas contra funcionarios electos en Estados Unidos no tienen precedentes. La Policía del Capitolio abrió en 2021 9625 casos de amenazas, comparado a 8613 en 2020, 6955 en 2019 y 3939 en 2017, primer año de la presidencia de Trump. Sin contar las legislaturas estatales, los gobiernos en todos los niveles, las clínicas y hospitales donde se practican medidas para la prevención del COVID, y de manera especialmente aterradora, las redacciones de los periódicos. Los que publican información veraz o directamente critican precisamente esos ataques.
Las expresiones de violencia y odio digital son vasos comunicantes. La lógica, la experiencia reciente, la historia, dictan que hay una línea directa entre las amenazas en la red, el aseinato a mansalva de inocentes en Chicago e intentos de golpe de estado como el del 6 de enero con el ataque al Congreso. Decíamos que es cuestión de tiempo. El tiempo es ahora.
Entonces, el odio digital en las redes y la violencia a la que incita se vuelcan a la vida real por todos los conductos. Es tarea de la opinión pública presionar a los gobiernos para que los detengan por todos los medios disponibles; en el Congreso y las legislaturas estatales; en los tribunales y las salas del ejecutivo en Washington.
Antes de que nos envuelva en un torbellino incontrolable.
“Este artículo fue apoyado en su totalidad, o en parte, por fondos proporcionados por el Estado de California y administrados por la Biblioteca del Estado de California.”