La dictadura de Bukele (2)
Si el autoritarismo, el irrespeto a la separación de poderes, la improvisación, la confrontación y el discurso agresivo caracterizaron el primer año de gestión de Bukele, es necesario revisar su accionar para intentar comprender el rumbo posible de su gobierno y, sobre todo, la intención última detrás de sus actitudes. En particular, es necesario clarificar el concepto de “dictadura”, puesto que resulta imprescindible definir con claridad a este nuevo enemigo del pueblo, sin subestimarlo pero tampoco sobreestimar su (limitada) capacidad objetiva para infligir daños estratégicos a las fuerzas del pueblo, en tanto éstas logren su recomposición organizativa y política, con el fortalecimiento de su instrumento histórico de lucha.
A un año del inicio de la Administración Bukele
Segunda parte – Gobierno, pandemias, tormentas y otras calamidades
Claves de un gobierno (el populismo binario)
“Esta misión contradictoria del hombre explica las contradicciones de su Gobierno, el confuso tantear aquí y allá, que procura tan pronto atraerse como humillar, unas veces a esta y otras veces a aquella clase, poniéndolas a todas por igual en contra suya, y cuya inseguridad práctica forma un contraste altamente cómico con el estilo imperioso y categórico de sus actos de gobierno… Bonaparte quisiera aparecer como el bienhechor patriarcal de todas las clases. Pero no puede dar nada a una sin quitárselo a la otra.”
K. Marx, El 18 Brumario de Luis Bonaparte, 1852
Si bien a lo largo del año de gobierno se ha criticado al presidente Bukele por conducir los destinos del país sin un plan conocido por la sociedad, de lo cual deriva la acusación a su gestión como improvisada en materia de políticas públicas, lo cierto es que esto parece un rasgo de su estilo de gobierno, de su personalidad y hasta de su postura ideológica. Existe una constante desde la forma en que diseñó su campaña, sus objetivos, su público meta y sus pasos para llegar al Ejecutivo hasta la consecución de aquellos objetivos.
Como mencionamos con anterioridad, se trata de un gobierno que construye un relato de la historia que lo coloca en el inicio de todo. Para poder hacerlo y ser percibido, por lo tanto, al centro de ese relato, el pasado debe ser desterrado de la memoria histórica, al menos de la masa principal que constituye su objetivo, en especial aquel segmento de la población que no vivió la guerra en adultez, y mucho menos los estragos y abusos de gobiernos dictatoriales en las décadas previas al inicio del conflicto bélico. Esa franja etérea representa en la actualidad aproximadamente el 19.07% del total de hombres entre 15 y 39 años, y el 21.21% de mujeres en ese rango[1]. A ese porcentaje por sobre cualquier otro van dirigidos sus mensajes, destinados a establecer la narrativa de “una historia nueva”, reflejada en el “hagamos /hicimos historia” de sus consignas de campaña.
Por ello, desde su discurso inaugural ‘decretó’, “el fin de la postguerra”, como otros antes anunciaron (erróneamente) “el fin de la historia”. El pueblo salvadoreño y su lucha tendrá, en última instancia la palabra final acerca de ese ciclo histórico que se define como postguerra[2].
Aunque es evidente la importancia de ese porcentaje de población meta de Bukele antes mencionado, en la medida que representa el sector que podríamos llamar la generación del próximo relevo, era necesario también captar una parte importante de otro grupo, que efectivamente vivió la experiencia de los 12 años del conflicto en El Salvador. Los porcentajes para personas que cumplirían esa condición corresponden a individuos entre los 40 y los 59 años, los cuales constituyen actualmente el 8.15% de hombres y 10.79 de mujeres[3].
Haber vivido la guerra no implica haber participado activamente en ella, y en muchos casos significa simplemente haber sido testigo o haberla sufrido. A todo ese amplio segmento de prácticamente un 30% de la población salvadoreña, dedicó principalmente Bukele su mensaje del fin de la posguerra aquel 1 de junio de 2019.
Sus acciones a lo largo del año no han hecho más que ratificar su intención de transformar ese mensaje en realidad. Porque significa según su lógica, la desaparición, al menos simbólica, de los protagonistas de aquel proceso que abrió los espacios democráticos que le permiten hoy ser presidente. Por eso es importante el discurso de odio hacia el pasado y hacia los partidos que lo precedieron al frente del ejecutivo desde los días del conflicto. La lógica es: Todo lo anterior es malo y corrupto y debe eliminarse, superarse para producir un “renacer”.
Con esto resuelve dos problemas: fabrica un enemigo público a quien culpar de cada fracaso o tropiezo y, en segundo lugar, coloca los términos de la ecuación en la forma simple y de lenguaje comprensible para la llamada burguesía (y pequeña burguesía) millenial, que ha incorporado la lógica binaria del 1-0, malo-bueno, amigo-enemigo, conmigo o contra mí.
Al simplificar su discurso a dicotomías que no requieren mayor lectura, explota otra de sus bases comunicativas: los escasos caracteres de twitter o las cuatro o cinco palabras de un titular deben servirle para sentar posición. Sus seguidores (troles, bots o personas reales) se encargarán luego de difundirlo hasta el cansancio y la saturación, defender argumentos por más alocados que sean (fueron capaces de defender, por ejemplo, una convocatoria a reunión de órganos de estado en un hospital para tratamiento de coronavirus), y atacar con furia a quien cuestione algún argumento del mandatario. Ese mensaje debe, en todo caso y sin falta, ser provocador; si fuese necesario, insultante o beligerante. Solo un pecado es imperdonable: que pase desapercibido.
A lo largo del año de gobierno, Bukele actuó de esa manera ante cada situación conflictiva que se le presentaba. Mientras escribimos estas líneas, por ejemplo, el presidente responde a una sentencia adversa de la Sala de lo Constitucional, en la que ese cuerpo colegiado advierte que es preocupante para la democracia salvadoreña «la insistencia en desconocer por parte del órgano Ejecutivo las limitaciones que la Constitución le establece y que han sido señaladas por esta sala en diferentes resoluciones», y lo hace con un mensaje en Twitter que resulta preocupante porque apunta a una personalidad con alto nivel de enajenación, absoluta irresponsabilidad y capaz de crear una visión de las cosas totalmente irreal. Dice el presidente, respondiendo a la Sala e incitando a una jauría de troles repetidores de mensajes de odio como este: “La Sala de lo Constitucional nos acaba de ordenar que, dentro de 5 días, asesinemos a decenas de miles de salvadoreños”.
Cualquiera puede pensar que este mensaje en redes solo puede surgir de una mente enferma, profunda y gravemente enferma y, sobre todo, que nadie podría tomarla en cuenta seriamente. Pero recordemos que uno de los mentores del presidente, su colega Donald Trump, hizo cierta mención a las bondades curativas de la lejía, con la dramática consecuencia de seguidores fanatizados intoxicados por no detenerse siquiera a considerar el punto de verdad en la afirmación presidencial.
Si en ese relato se vende que todo es un desastre, todos están “contra el pueblo y contra el gobierno”, todos quieren el mal para el pueblo salvadoreño (los partidos políticos, el periodismo de investigación, las ONG que exigen transparencia, los jueces de la Corte Suprema, el Fiscal General, la academia, los sindicatos no afines, etc., etc.), entonces es natural que se llame a la defensa (del pueblo y del gobierno). En esta lógica, no hay izquierda ni hay derecha, no hay partido político del “viejo régimen” que sea rescatable, y solo el presidente interpreta y defiende a cabalidad a ese pueblo.
Esa lógica, que coloca al mandatario por sobre las clases, es sin lugar a dudas una característica de lo que Karl Marx definió como bonapartismo, el gobierno de un personaje que se coloca por encima de las clases, independiente de ellas, pero sin dejar jamás de favorecer a la clase dominante.
Ese estilo de gobierno que se conoce también como populismo[4], es con frecuencia puerta de entrada a gobiernos fascistas o neofascistas que dicen velar por la felicidad del pueblo, asumiéndose como los únicos capaces de interpretar sus deseos y necesidades.
Hemos dado en llamar a este estilo de Bukele “populismo binario”, porque se basa en mensajes simplistas, y en la lógica ya descrita del 1-0 o del conmigo o contra mí, que resultan tan atractivos a los llamados millenials pequeño burgueses, pero también a sectores con un bajo nivel educativo aunque con acceso masivo a las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.
Ese simplismo, ese reduccionismo que evita el trabajo de pensar, mucho menos de leer o estudiar, logra convencer de que lo importante es lo que el líder dice. Lo que proyecta en spots publicitarios y en campañas en redes sociales se da por evidencia de verdad; desprestigia para eso a los grandes medios de comunicación, siempre y cuando no sirvan directamente a sus intereses, y privilegia sus propios medios digitales, sin valor periodístico, sin rigor ni ética, pero con el valor (a los ojos de sus lectores) de repetir ad nauseam las afirmaciones de su líder, transformadas así en verdades absolutas.
La pandemia como excusa perfecta
En medio de una situación de tensiones crecientes entre órganos de estado provocadas desde el Ejecutivo como una línea de acción política para capitalizar mayores niveles de poder del Estado, llega la pandemia de COVID-19. Una oportunidad perfecta para Bukele y su clan; la excusa ideal para profundizar en la instauración de un régimen cada vez más autocrático, más oscuro, menos transparente en el uso de recursos públicos y más impune en cuanto a las consecuencias de sus arbitrariedades, caprichos y desplantes hacia todo segmento social que se le rebele como no incondicional.
En el mediano plazo, esta actitud se explica en el marco de sus intenciones de control parlamentario, sea esto por medio de la fuerza o bien por el voto. En este último sentido, todo el accionar de Bukele y su equipo, aún en medio de la pandemia y de otras calamidades que sufrió El Salvador, como las tormentas Amanda y Cristóbal, tuvo y sigue teniendo una clara finalidad electoral.
Necesita controlar el parlamento y para eso es imprescindible desacreditar hasta la extenuación a los partidos de oposición. Pero también requiere controlar sin verificación o auditoria externa, es decir a discreción, los fondos del Estado que puedan servir a su campaña político electoral; esto debería marcar una diferencia dramática en recursos respecto de sus adversarios para asegurar su objetivo electoral de mayoría simple parlamentaria o una cifra que lo acerque al mismo.
Pero su objetivo político principal y estratégico es la destrucción del FMLN como fuerza política de la izquierda, la cual pese a estar debilitada a consecuencia de sus propias contradicciones internas, sus derrotas electorales y el desprestigio promovido desde la derecha, muy en especial desde las fuerzas que siguen a Bukele, continúa siendo la real y efectiva amenaza para la implementación del tipo de régimen al que aspira el presidente.
No se trata solo de destruir, de aniquilar “la marca político-electoral”, lo esencial es el símbolo que guardan esas cuatro letras. Representan rebeldía, insumisión, carácter y esencia popular, espíritu revolucionario. Es, al fin y al cabo, un pésimo ejemplo para las clases dominantes, que saben que solo es posible destruir ese instrumento desde las bases del pueblo. Solo si el pueblo lo repudiara el FMLN podría desaparecer; no a través de un proceso electoral sino producto de su incapacidad para reinventarse sobre los principios, ética y práctica revolucionaria y democrática, profundamente humanista, que lo sigue haciendo merecedor de la confianza y el respeto crítico de una parte importante del pueblo, en especial de sus clases populares mas empobrecidas.
Por eso el empeño de Bukele y su clan de insultar la historia del FMLN, de repudiar su nombre, de dañar con infamias a su militancia y dirigencia, incitando a los sectores políticamente más atrasados de la sociedad a acumular enconos y odios hacia todo lo que huela a revolución. Si hay algo que esta derecha extremista desearía borrar como símbolo destacado de la memoria del pueblo, esa es la figura y el nombre de Farabundo Martí.
Es también en este escenario que se utiliza el accionar judicial contra dirigentes políticos del FMLN, contra las empresas ALBA y sus dirigentes e impulsores. Ahí es donde las tácticas del lawfare se implementan desde la persecución política por vía judicial. Este resulta un recurso adecuado para aquel fin, buscar el repudio del pueblo hacia el partido y sus dirigentes. Este no es un recurso novedoso, sino que se trata de la aplicación local de una táctica utilizada en el resto del continente para desplazar o erradicar fuerzas de izquierda del escenario político nacional.
A nivel internacional estas medidas también tienen interés para las fuerzas hegemónicas imperiales en el marco del capitalismo mundial y la crisis tanto sistémica como del modelo neoliberal. Esto en la medida que desde los intereses geopolíticos de Washington y otras potencias centrales resultó necesario debilitar, y eventualmente revertir, donde se pudiera, el esfuerzo solidario y liberador ensayado en América Latina desde 1998 y durante toda la primera década del siglo 21 que, en tanto respetuoso de la soberanía de los pueblos y promotor de justos sistemas de intercambio e integración, ponía en desventaja y peligro los esquemas de dominación hegemónicos tradicionales.
El desmontaje del poder político de la izquierda latinoamericana era esencial para esos objetivos. Trasladado al plano local, la administración Bukele se demuestra sumisa al sector mas retrógrado del poder conservador en EEUU. Sus primeras acciones en el plano internacional así lo demuestran, desde la visita a los más importantes centros de pensamiento derechista en Washington, pasando por la expulsión de diplomáticos venezolanos con el reconocimiento de Juan Guaidó, como supuesto presidente de Venezuela, hasta el total vacío realizado a los gobiernos de la región en materia de coordinación respecto a políticas sanitarias en el marco de la pandemia. La pandemia fue, precisamente, donde la injerencia estadounidense salió a relucir con todo su descaro; cada una de las más trascendentales reuniones del presidente (públicas y privadas) durante la crisis contó ineludiblemente con la presencia del embajador Johnson.
Todos los gestos del gobierno muestran la subordinación de la errática política exterior salvadoreña a los intereses de Donald Trump y al grupo de poder que controla Washington. La actitud de desprecio a las necesidades de los indocumentados y deportados de origen salvadoreño durante la pandemia, así como el desdén respecto de los llamados “Varados” salvadoreños en el exterior son también señales del orden de prioridades de la administración Bukele.
Regresando al tema de la política local, el inicio de la epidemia en el extremo oriente del mundo fue tomado por los países occidentales de muy diferentes modos; en la mayoría de los casos subestimando al principio la gravedad del asunto. En El Salvador no sucedió así, sino que por el contrario la actitud proactiva del gobierno fue bien vista por diversos actores de la oposición. Sin embargo, rápidamente aquella visión positiva fue cambiando hacia una andanada de críticas en la medida que:
- El gobierno demostró niveles de improvisación alarmantes, que sobrepasaban cualquier sentido lógico de prueba y error, que en muchos casos fue adoptado en el mundo;
- La desorbitante deuda generada de una manera completamente oscura, sin rendir cuentas a órganos como la Asamblea Legislativa, encargada de aprobar y supervisar el uso de dichos fondos, o a la Corte de Cuentas de la República.
- Los fondos autorizados superaron los tres mil millones de dólares, llegando el actual endeudamiento del Estado a superar el 90% del PIB;
- La falta de transparencia se profundizó por medio de la eliminación (temporal o definitiva, con la excusa de la pandemia) de organismos dedicados a garantizar el acceso público a la información.
- La agresividad de Bukele y su grupo contra la Asamblea Legislativa, contra la Sala de lo Constitucional, contra liderazgos de la Iglesia Católica, contra sectores académicos como la prestigiosa universidad centroamericana UCA, que comenzaron a cuestionar el accionar gubernamental al margen de la Constitución, se tradujo semana a semana en agresiones verbales del presidente en interminables (e insufribles) cadenas nacionales de radio y TV, o en publicaciones de redes sociales.
- Finalmente, en una escalada de la lucha por el control hegemónico de la economía y del Estado, confrontó con altos dirigentes de ANEP (Asociación Nacional de la Empresa Privada) y con destacados empresarios del sector productivo, del comercio, los servicios, la especulación financiera y bancaria, y las maquilas, entre otros.
A todo lo anterior se agrega la utilización de la fuerza armada (FAES) y la Policía Nacional Civil (PNC) en roles abiertamente represivos en el manejo de las medidas de confinamiento obligatorio para el conjunto de la población salvadoreña por casi tres meses completos.
Lejos de dejar a los servicios médicos decidir acerca de la referencia de potenciales casos de afecciones por coronavirus, el gobierno nacional desplegó retenes policiales y militares para detener y encerrar a quienes “violaran” las reglas de la cuarentena, impuestas a espaldas de la Constitución. La cuarentena pues, adquirió un carácter punitivo y no sanitario, los cercos a ciudades enteras fueron militares y no médicos.
Cada vez que los órganos de justicia o legislativo intentaron impedir estas acciones, Bukele y su equipo recurrieron a fraudes de ley, fraudes a la Constitución y, en general, a la utilización de los medios de comunicación para proyectar terror frente a la pandemia, odio hacia sus adversarios (a quienes presenta como “enemigos del pueblo”), y a la victimización de su figura como un “protector supremo” bajo ataque de fuerzas oscuras que buscan la muerte de la población.
El uso de las FAES y la PNC nos retrotrae a los eventos del 9 de febrero. Porque a la luz de los avances en el uso discrecional de las fuerzas de seguridad al margen de lo que la ley permite, nos hace ver aquel autogolpe con la toma militarizada de la Asamblea Legislativa, como un ensayo general con proyecciones a futuro.
Los ejercicios de control social de la mayoría de la población mediante el encierro obligatorio y regulado nos dejan claro que al 9 de febrero ya existían, al menos de forma embrionaria, los elementos que se desarrollaron con gran vigor al calor y excusa de la pandemia que afecta al mundo.
Esta situación, entonces, conformó el marco adecuado para que un grupo de personajes incapaces, con una falta de educación y formación profesional insultante para dirigir el Estado, con una desvergonzada política basada en mentir y victimizarse ante cada crítica que recibe, se aferraran a crecientes cuotas de poder, pasando (o intentando hacerlo) por encima de las leyes y las instituciones. Mediante la manipulación de mandos de la Fuerza Armada y de la Policía, pretenden asegurar un respaldo represivo a sus avances antidemocráticos.
Escuchar la hierba crecer. Un gigante con pies de barro
Karl Marx afirmaba que “los revolucionarios deben ser capaces de oír la hierba crecer”. Esto hacía referencia a la necesidad de prestar atención a las más mínimas señales de cambio en las coyunturas, en las acciones que van señalando el camino de la lucha de clases.
Hoy, ante este desafío que enfrenta el pueblo salvadoreño, más que nunca es importante tener esa capacidad de percibir los cambios que se asoman al horizonte.
Estamos frente a un grupo de facinerosos sin moral, sin códigos, y por ello con una alta capacidad de manipulación. Así llevan un año gobernando, aparentando tener un total control de la situación, manipulando a fuerza de encuestas amañadas, y controlando sobre la base de centros de robots digitales (trol centers), las comunicaciones en redes sociales; comprando medios y periodistas a golpe de pauta publicitaria, bloqueando opositores o críticos. Son una fábrica de percepciones. Pero eso no es gobernar.
Más allá de que algunas encuestas no controladas por el aparato de propaganda de Bukele ya muestran importantes caídas en su popularidad, lo siguen mostrando con alto grado de aceptación en el electorado. Sin embargo, aunque sus publicistas gritan hasta quedarse afónicos que goza del apoyo del 97% de la población, esa misma gente les dio finalmente la espalda, harta de la hambruna a la que fue sometida, y desde el 8 de junio salió a las calles a intentar trabajar.
Tampoco las encuestas fueron capaces de ocultar el mar de banderas blandas, símbolo infame del hambre, que aparecieron como hongos después de la tormenta a lo largo y ancho del país; fue un grito silencioso y desesperado de los más pobres de los pobres clamando por una ayuda que no llegaba.
A esa masa de personas humildes y también de sectores medios no las detuvo ni las amenazas de muerte por virus, escupidas en cadena nacional por el presidente y su gabinete, ni los 800 retenes militares y policiales anunciados como amenaza para frenar a quien intentara “salirse del guion”.
Lo cierto es que la gente salió (tomando sus propias medidas de bioseguridad) y obligó al gobierno a elaborar contra-reloj una especie de plan de retorno a la actividad que ofreciera la apariencia de control gubernamental de la situación.
Como vemos, esta dictadura incipiente tiene pies de barro y ya ha sufrido varias derrotas políticas de importancia, entre ellas el descrédito internacional, las condenas por violaciones a derechos humanos, las declaraciones de inconstitucionalidad de casi todas las medidas adoptadas desde el inicio de la pandemia, en la medida que no respetaban la separación de poderes ni ofrecieron transparencia en el uso descomunal de fondos, utilizados descaradamente como elementos de asistencialismo electorero en campaña anticipada. A esto es importante sumar el escandaloso abandono de sectores respetados de la sociedad civil, por haber sido manipulados cuando participaban en el comité con mayoría gubernamental creado para simular control social sobre el manejo de fondos públicos.
En un año, el gobierno Bukele y el grupo económico que lo promueve ha dilapidado una buena parte de su crédito. Gobernará los próximos 4 años en una situación de extrema fragilidad, con una crisis mundial del capitalismo que anticipa levantamientos populares encendidos por las más inesperadas chispas (véase, por ejemplo, el caso de los EE.UU. en estos días).
La gran amenaza de la economía post-pandemia
En el terreno local deberá lidiar con una economía quebrada, con una caída del PIB estimada para este año entre 8% y 9%, lo que colocaría la situación del país en un crecimiento negativo en torno al -6% (recordemos que, en 2009, al llegar el FMLN al gobierno, el crecimiento negativo arrastrado de la crisis de 2008 era de -3.5%).
Todo indica que la lucha entre sectores en pugna por el control hegemónico de la economía no cesará. Lejos de ello, se profundizará, y la fragilidad del modelo, la fuga de inversiones, la reducción de remesas, la pérdida de empleos, el aumento de la delincuencia, el incremento de las presiones migratorias, el desabastecimiento, la especulación, el incremento del costo de la vida, la seguirán sintiendo y sufriendo los desposeídos, hoy crecientemente desempleados.
Hasta hoy, ante cada crisis, el gobierno ha optado por culpar a los otros, sobre todo a los gobiernos anteriores y en especial al FMLN, pero también ante esos eventos el presidente ha mostrado altos niveles de improvisación y desesperación, que lo han llevado a una permanente huida hacia delante. Hoy empieza a quedarse sin aliados en el exterior a excepción de sus asesores venezolanos de extrema derecha y un presidente de EE.UU. más preocupado en asegurar su próxima re-elección, aún a costa de afectar aliados débiles, por ejemplo con su política de rechazo a la migración.
Es en esta situación donde resulta de enorme importancia la conformación de una fuerza de oposición amplia, robusta y diversa, defensora de los derechos democráticos, capaz de fortalecer las luchas que aseguren la vigencia de los valores que, siendo aún insuficientes para los estándares que las fuerzas revolucionarias se plantearon desde el inicio de sus luchas, significan, sin embargo, el umbral al que pudo llegar este pueblo, construyendo una democracia aún débil e incipiente, pero que hoy se ve amenazada y debe ser defendida por los más amplios sectores de la sociedad. Esa lucha debe incluir la defensa de la vida, entendida esta como el derecho al trabajo, a la salud, a la educación, a las pensiones dignas, al derecho de los veteranos de guerra, y a la resistencia a las intenciones privatizadoras que sin duda surgirán.
También el periodo exige una organización audaz en el seno del pueblo, capaz de llevar las aspiraciones populares a niveles superiores de lucha y de victorias. El falso discurso de derecha intentando amenazar con la desaparición al FMLN en el 2021, es solo una expresión de deseos que muestra en sí misma su debilidad. Cualquier cosa que sea inferior a lo que propagan a los cuatro vientos deberá ser interpretado como una derrota de ese grupo. Y lo será, porque el FMLN y las fuerzas populares no se rigen por la miopía de un resultado electoral sino por la voluntad incontrastable del pueblo de construir su propio destino.
REFERENCIAS:
1 Estimados propios sobre base CEPAL: https://estadisticas.cepal.org/cepalstat/Perfil_Nacional_Social.html?pais=SLV&idioma=spanish
2 En todo caso llama la atención que poderosos sectores de la derecha empresarial, muy críticos desde inicios de año con las medidas adoptadas por Bukele, en tanto estas benefician a sectores económicos que adversan y disputan su tradicional control hegemónico, destacan, no obstante cada vez que pueden, como elementos positivos de la gestión Bukele, la ruptura de lazos diplomáticos con Venezuela y la declaración del fin de la postguerra. Las clases dominantes pues, se muestran ansiosas de que esa afirmación sea realidad, porque significaría la ruptura del equilibrio estratégico entre revolución y contrarrevolución en favor de esta última. Algo que, como ya dijimos, está por verse.
3 CEPAL. Op. Cit..
4 El concepto de populismo actual encaja con el modelo que se describe en el “18 Brumario de Luis Bonaparte”, un liderazgo carismático, sustentado por el Ejército, que dice representar a todo el pueblo y a la nación en su conjunto. Se equipara erróneamente el concepto pueblo con el de clase pero éstos no son lo mismo; un pueblo contiene varias clases sociales o segmentos de ellas. Unirlas, fundirlas en una sola, implica reducir o negar las tensiones existentes entre ellas.
Fascinante e instructivo el análisis de Llarull, en el que conocimientos académicos se entremezclan con una sólida experiencia política. Bien organizado y con el referente histórico del bonapartismo que ayuda a comprender la metamorfosis de un ambicioso Nayib Bukele quien, lamentablemente para el pueblo salvadoreño, terminó traicionando el disciplinado y riguroso análisis científico que originalmente lo llevó a las filas del FMLN, para embanderarse en la simplicidad de un «populismo binario» con el que aparentemente quiere construir los cimientos de un sistema dictatorial. En gran medida, el éxito de este Donalsito centroamericano, depende del FMLN retomando la ofensiva después de los errores del pasado y redefiniendo el discurso divisivo que Bukele ha venido instalando. El Salvador con Bukele, es un EE.UU. con Trump, un Brasil con Bolsonaro, una Hungría con Orban. En definitiva, un frente de batalla, como un siglo atrás, entre democracia y fascismo.