Mónica Velásquez Guzmán y la poesía boliviana
Con esta entrega sobre la boliviana Mónica Velásquez Guzmán, abrimos nuestro nuevo ciclo de poesía latinoamericana. , en donde recorreremos los países de nuestra América Latina para reproducir y detallar la obra de los poetas que los definen
Mónica Velásquez Guzmán nació en La Paz, Bolivia, el 9 octubre de 1972. Es una de las primeras voces de las letras bolivianas. Con un doctorado en literatura hispánica por El Colegio de México, se desempeña actualmente como docente de la Carrera de Literatura en la Universidad Mayor San Andrés UMSA.
Gran crítica y estudiosa de la tradición literaria, editó la antología de poesía boliviana del siglo XX, La crítica y el poeta (UMSA 2010-2020), que consta ya de 13 volúmenes. Recibió el Premio Nacional de Poesía Yolanda Bedregal (2007) por su libro Hija de Medea (Plural, 2008) y la distinción Caballero de la orden de las artes y las letras del gobierno de Francia en 2017. Su último libro de poesía es Abdicar de lucidez (Plural, 2016).
Obra poética
Tres nombres para un lugar (1995)
Fronteras de doble filo (1998)
El viento de los náufragos (2005)
Hija de Medea (2008)
La sed donde bebes (2011)
Hechicera
Apenas abrí los ojos, ahí estaban ellos, los muertos
Ignorantes todavía de su propio morir,
o los otros, los viejos amantes de la muerte,
en cuyo mirar la vida era siempre más aguda;
unos adelantan la despedida de sus cuerpos
y andan sus palabras buscando mensajeros del después,
otros ya agotados equivocan las sendas del no retorno
y se refugian refunfuñando en muecas que da miedo ver
suelen venir a recostarse a mi sombra
con olor a pena reciente y madera encerada.
Mi mano, que ya les conoce el modo,
toma con prisa el dictado de lo pendiente.
Hay heridas hondas – me dicen- necesitadas de decirse.
Es el frío que inaugura mis ojos,
el frío de los muertos que me visitan.
Siete conjuros contra la tristeza
Podría ahora vender tu cuerpo al peor postor
vigilar personalmente que se empapen tus sábanas
y que gires y grites y gimas toda la noche
entre piernas inclementes abrirte ante mil extraños
encargarme de que te guste hasta que lo implores
pasarte por la piel los que demoran el latido,
los que llegan pronto,
los que tienen miedo
los que se van
podría llenarte de lentejuelas y escotes de esquina
darte un disfraz, una lengua insaciable, unas manos que aprieten
una paciencia terca de los dedos en tus nervios
un líquido inundando cada tanto tu vientre hambriento
podría mandarte quien te sacie
entonces, tal vez, se te iría el horror a lo vulnerable.
Ahora mismo podría meterte en los banquetes,
a gotas, diluido caramelo rozando tus labios
entibiando dulce tu garganta feroz
despacio, un picante apenas dirigido a los lacrimales del ardor
equilibrar cilantros y canela
mientras toman su tiempo las cerezas que endulzan la carne
cubren tu escalofrío las sopas invernales
mientras la frescura de lechugas y toronjas abiertas…
un litro de naranjas para la contorsión de la lengua
medallones de pavo y dátiles de lejanías
soya a granel, tibia manzana en su crocante envoltura
el hambre cubierta por capas
-más – pedirías – golosa
todas las cantidades multiplicaría por tu solo pedir
más de todo hasta cubrir el cuerpo, el cuarto, el mundo
más relojes y más anillos y más a todas horas,
entonces, tal vez, se te iría el vacío.
13.
La mano que escribía
que a veces repartía papelitos
quería un hijo porque no le quedaba tiempo,
arañó la nada entre las preguntas
empujó el hombro amado diciendo corre,
fue desconocida por los amigos
en los corredores del horror,
la que esposada cura a la otra, le da cariсo
la que deshojaba sus dedos para contar los meses
estб alambrada.
Rota de mн
esperando su cuerpo
en el fondo del mar.
[De El viento de los náufragos]