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Por un salario mínimo de 15 dólares la hora

En el debate nacional que tiene lugar en estos momentos sobre el aumento del salario mínimo federal a 15 dólares la hora reinan la incertidumbre y la hipocresía. 

Oposición férrea

Ni bien se supo que el presidente Biden incluiría inicialmente esta moción en su paquete original de 1.9 billones de dólares (trillions en inglés) de ayuda económica, inició una campaña en contra, en el sentido de que subir los ingresos no les convenía a los trabajadores. Sí, leyó bien. 

Que el aumento causaría inflación y el cierre de industrias enteras. Que por principio del gobierno no debe intervenir en las relaciones laborales. Que es un ardid de los sindicatos, a los que odian. Que los empleados en realidad ni necesitan ni quieren aumento sino estabilidad, como si ambos fuesen anatema y no coexistentes. 

Sin embargo, el salario mínimo federal en Estados Unidos sigue siendo de $7.25 la hora desde 2009. Es insostenible. Es un salario de hambre, que no alcanza para pagar una renta ni para mantener una familia.

Ni para implementar ninguna estrategia capaz de sacarlo a uno del círculo de la pobreza.

Y no se trata de desempleados o de quienes viven de la caridad ajena, sino de trabajadores. 

Biden mismo dijo que: «Nadie debería trabajar 40 horas a la semana y vivir por debajo del salario de pobreza. Y si ganas menos de 15 dólares la hora, estás viviendo por debajo del salario de pobreza”. 

Trabajadores afroamericanos y latinos

Los más perjudicados por el estancamiento histórico del salario mínimo son las minorías, los afroamericanos y los latinos.

Son, al decir del reverendo William Barber de Poor People’s Campaign en North Carolina: “los primeros en regresar a sus empleos, los primeros en ser infectados, los primeros en enfermar, los primeros en morir” durante la pandemia. 

«No puede ser que sean también los últimos en recibir alivio y los últimos en recibir un tratamiento y un pago adecuado”

Estos trabajadores, los esenciales,  merecen respeto, protección y una paga digna.

Sin embargo, ante la presión, el Presidente opinó que la idea de subir el salario mínimo caerá en las negociaciones. Fue un reconocimiento de que quienes proponen el aumento carecen de la influencia política necesaria. Y con cada hora que pasa su retroceso del compromiso electoral es más evidente.

Y es cierto que la idea carece de apoyo en el Congreso. Todos los legisladores republicanos están en contra y muchos demócratas concuerdan. Biden, aunque estuviese convencido de la importancia del aumento, no quiere luchar contra molinos de viento. 

Cuestión de sentido común

Pero todavía estamos a tiempo para que el sentido común prevalezca y se efectúe un aumento al menos significativo. 

Un considerable aumento del salario mínimo federal subirá el poder adquisitivo de millones, que a su vez usarán el dinero disponible  para incrementar el  consumo. Es una cuestión de sentido común. No de ideología. 

Además, ha quedado claramente rezagado respecto a los salarios mínimos determinados por los gobiernos estatales. Afortunadamente, veinte estados lo aumentaron a partir del 1 de enero de este año. 

Sin embargo, también allí los ingresos distan de satisfacer las necesidades básicas de la canasta familiar. En dos estados es de $5.15, como hace 40 años; en 19 es también $7.25. Solo California, Nueva York y el estado de Washington se acercan al mínimo de 15 dólares la hora.

Estado por estado

El aumento de ingresos de su población es el elemento principal para la prosperidad de cada estado (o país). Representa su situación económica. Con una o dos excepciones, de los 50 estados, aquellos que aprobaron un salario más alto son los más prósperos y viceversa: los que mantienen un ingreso magro son los más atrasados y pobres. 

En el distrito de Columbia (Washington D.C.) es efectivamente de 15 dólares la hora. 

Pero en Alabama, Luisiana, Mississippi y South Carolina carecen de salario mínimo estatal y aplican el federal de $7.25 la hora. En Idaho, Indiana, Iowa, Kansas, Kentucky, New Hampshire, North Carolina, North Dakota, Oklahoma, Pennsylvania, Tennessee,  Texas, Utah, Virginia (que aumentará a $9.59 en mayo) y Wisconsin la ley estatal lo mantiene también en $7.25. 

Georgia y Wyoming son los peores: $5.15 la hora. 

Por otra parte, en el estado de Washington subió de $13.50 a $13.69; California lo aumentó este año de $13 a $14; Nueva York de $11.80 a $12.50 y el resto de los estados fluctúa en el medio. 

Dentro de los estados, los municipios y condados pueden determinar su propio salario mínimo y más de 40 de ellos lo han hecho desde 2012.

Aumento de productividad

Además de las minorías étnicas, los salarios bajos golpean a la juventud: 26% de quienes los perciben tienen de 20 a 25 años, y 17%, de 16 a 19 años. 

En todo el país, sindicatos como Service Employees International Union  son conscientes de que si no es este el momento para rectificar la injusticia de los salarios de hambre, ese momento no llegará, y han lanzado campañas de concientización y presión política. 

Otros organizaron el pasado 18 de enero, Día de Martin Luther King, acciones de protesta fuera de sus lugares de trabajo. 

Es hora de corregir esta distorsión social. Porque un salario digno no es solamente interés de quienes lo perciben – que por otra parte son en última instancia la mayoría de las familias del país. 

Un mejor salario aumentará la productividad de quienes trabajan, beneficiando de esa manera a los empleadores, y estimulará a los demás a reintegrarse al ciclo laboral acelerando así la urgente recuperación de la economía nacional. 

 

Autor

  • Gabriel Lerner

    Fundador y co-editor de HispanicLA. Editor en jefe del diario La Opinión en Los Ángeles hasta enero de 2021 y su actual Editor Emérito. Nació en Buenos Aires, Argentina, vivió en Israel y reside en Los Ángeles, California. Es periodista, bloguero, poeta, novelista y cuentista. Fue director editorial de Huffington Post Voces entre 2011 y 2014 y editor de noticias, también para La Opinión. Anteriormente, corresponsal de radio. -- Founder and co-editor of HispanicLA. Editor-in-chief of the newspaper La Opinión in Los Angeles until January 2021 and Editor Emeritus since then. Born in Buenos Aires, Argentina, lived in Israel and resides in Los Angeles, California. Journalist, blogger, poet, novelist and short story writer. He was editorial director of Huffington Post Voces between 2011 and 2014 and news editor, also for La Opinión. Previously, he was a radio correspondent.

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