Un país desagradecido: el racismo nuestro de cada día
Para los japoneses americanos o inmigrantes latinos, el servicio militar e incluso el sacrificio máximo, la muerte en combate, no alcanzaron para cambiar los prejuicios, el racismo y la discriminación
Por diseño, los estados modernos confieren al servicio militar un estatus de heroísmo, entrega y patriotismo que muchas veces superan las realidades. De esa manera sus gobiernos esperan convencer a los soldados a servir en condiciones difíciles y en caso necesario, a ofrecer sus vidas. El reconocimiento público; pasar a formar parte de una élite, los desfiles, uniformes, condecoraciones. Las medallas al valor y las ceremonias de su entrega, todas soluciones de bajo costo cuyo máximo premio a veces es el máximo sacrificio.
Prestigio del soldado
El servicio militar es entonces el último peldaño del patriotismo, de manera tal que, más allá de una sincera preocupación por el bienestar de los jóvenes soldados, rodea a los militares – especialmente a los altos oficiales – un aura de infabilidad, casi santidad, todo lo cual alimenta el ethos fundamental de cada país, incluyendo o en especial el nuestro.
Esto sucede a menos que el soldado sea parte de una minoría étnica. En Estados Unidos, esto significa: a menos que el soldado no sea blanco. Durante los 247 años de independencia la definición de este concepto fue más o menos dinámica, e incorporó con el tiempo a quienes antes estaban excluidos: los católicos, los italianos, irlandeses, polacos, los judíos.
El concepto de estratos sociales a partir del color de la piel, utilizado para diferenciar a los esclavos del resto, siguió en pie hasta el día de hoy. La patriaña de la superioridad de un color sobre otro sirvió de justificación. A los esclavos prófugos, la pigmentación, la melanina, los delataba.
Un concepto que continuó después de la Emancipación y hasta cuando servían en las Fuerzas Armadas, en unidades separadas que lucharon en ambas guerras mundiales (su segregación militar solo terminó en 1948).
Unidades afroamericanas
En 1919, 50,000 soldados afroamericanos que contribuyeron al esfuerzo bélico aliado regresaron al país para reencontrarse con racismo, discriminación y segregación, contra las cuales recién habían luchado exitosamente. Ese mismo año, 10 de ellos fueron linchados en uniforme, de un total de 70, todos en los estados del Sur.
Algo similar sucede con otras etnias.
Miles de jóvenes nisei – hijos de inmigrantes japoneses, ellos mismos nacidos en Estados Unidos, se ofrecieron a luchar en la Segunda Guerra Mundial desde los campos de concentración a los que habían sido confinados con sus familias desde 1942 por ser supuestamente sospechosos de espionaje, sabotaje y traición. En muchos casos, allí volvieron al terminar la guerra.
Y en nuestros días, muchos miles de soldados latinos, indocumentados hasta 2005 o residentes legales después, fueron deportados después de haber servido a lo que consideraban su patria. O lo fueron sus familias. Frecuentemente, su testimonio es que se ofrecieron voluntariamente bajo la promesa de que su sacrificio les iba a conceder la ciudadanía de manera automática. Era mentira.
En la primera parte de esta serie, que se puede leer aquí, presenté los paralelos entre el confinamiento de los primeros durante la Segunda Guerra Mundial y los campos de detención para inmigrantes en nuestros días. En la segunda, comparé las condiciones de confinamiento entre ambos grupos.
En esta última entrega de la serie, me refiero al trato que el estado norteamericano ha deparado a estos patriotas antes, durante y después de las batallas.
Soldados japoneses americanos
Escribe Brenda Moore en “Serving Our Country: Japanese American Women in the Military during World War II”: “Como era el caso de muchos grupos minoritarios, los estadounidenses de origen japonés veían el servicio militar como una vía hacia la movilidad ascendente”. Era un rayo de esperanza: la de quebrar el umbral del rechazo.
Como parte de los preparativos ante su probable incorporación a la guerra, y pensando en el conflicto con el Imperio del Sol Naciente, Estados Unidos reclutó a partir de 1939 a 5,000 nisei, nacidos aquí hijos de inmigrantes japoneses. Su dominio del japonés era su gran ventaja.
El ejército sometió a un par de miles a seis meses entrenamiento en Utah para crear el Batallón 100 de Infantería. En Hawaii, reclutaron a otros tantos para patrullar las islas, con fusiles anticuados de la Primera Guerra Mundial.
En noviembre de 1941, un mes antes del ataque nipón contra Pearl Harbor, “la Escuela de Idiomas del Servicio de Inteligencia Militar abrió sus puertas en San Francisco con una clase de 60 estudiantes. De ellos 58 eran japoneses estadounidenses, al igual que sus cuatro instructores nisei.
En un primer momento, la participación de este grupo étnico en el esfuerzo bélico fue aceptado por la enorme mayoría de esta población. Hasta que llegó Pearl Harbor, en diciembre de 1941, y la declaración de guerra.
Solo un mes después, el 19 de enero de 1942, Washington ordenó dar de alta a los soldados nisei y suspender la unidad.
Dos posturas convivían en el gobierno federal: la de aquellos que se oponían a que sirvan en las fuerzas armadas por desconfiar de su fidelidad y la de quienes también desconfiaban de ellos, pero, irónicamente, querían contrarrestar la propaganda japonesa de que el «gobierno americano era racista» y que discriminaba a la comunidad japonesa.
Finalmente, el 1 de febrero de 1943, el presidente Franklin Roosevelt anunció la formación del 442º Equipo de Combate del Regimiento 442. Estaba compuesto únicamente por japoneses americanos. Pero todos sus oficiales eran blancos.
Orden Ejecutiva 9006
La creación del regimiento, aunque segregado, parecía un acto de aceptación. Así lo pretendió Roosevelt en un discurso. Pero dos semanas después, el 19 de febrero de 1942, la Casa Blanca publicó su Orden Ejecutiva 9006 y el gobierno detuvo a 120,000 japoneses americanos del oeste del país y los envió a diez campos de concentración. De ellos, 80,000 eran ciudadanos estadounidenses (nisei) y el resto, sus padres y abuelos, residentes legales (issei).
Muchos protestaron. La nueva realidad llevó a que en lugar de los 3,000 soldados de los estados continentales (kotonks, en contraposición con los que vivían en Hawaii, los buddaheads) que el gobierno esperaba reclutar, solo 1,000 se ofrecieron como voluntarios.
Con el tiempo, un número adicional incluso se negó a recibir entrenamiento de combate, terminando en el 1800 Batallón de Ingenieros de Servicios Generales o en prisión. Shirley Castelnuovo, en Soldiers of Conscience: Japanese American Military Resisters in World War II (Westport, Conn.: Praeger, 2008), lo documenta.
En cambio, en Hawaii, donde no hubo confinamiento de los ciudadanos japoneses americanos, para los 1,500 puestos se ofrecieron más de diez mil. De ellos, 2,686 fueron aceptados.
Esto sucedía solamente en el Army, el ejército de tierra. La Armada, los Marines, la Fuerza Aérea y la Guardia Costera se negaron a aceptar japoneses americanos, con pocas excepciones.
Hazañas del Regimiento 442
Por su parte, el Batallón 100 partió en agosto de 1943 a la guerra, participando en la liberación de Italia y de Francia. En junio de 1944 llegó allí el Regimiento 442 y el 100 se incorporó a este.
En octubre de 1944, se le asignó al 442 rescatar al “Batallón Perdido” formado por soldados de Texas, que estaba atrapado detrás de las líneas alemanas y después de que otras dos unidades habían fracasado en la tarea. El 442 logró liberar a 211 de los 275 soldados atrapados. Sufrió 800 bajas. Esta y otras proezas llevaron a que el 442 fue la unidad estadounidense más condecorada en la historia del país.
El 442 marchó por la Avenida Constitución hasta la Elipse al sur de la Casa Blanca el 15 de julio de 1946, y el presidente Truman honró al regimiento con una Mención Presidencial de Unidad que decía: «No sólo han luchado contra el enemigo, sino también contra los prejuicios, y ganado.»
Hasta aquí, un relato de heroísmo y entrega. Los soldados nipones americanos marcharon bajo intenso fuego de artillería. Cumplieron las órdenes. Pero fueron, precisamente, carne de cañón.
En total 33.000 estadounidenses de origen japonés sirvieron en el ejército en esos años. De ellos, unos 10.000 en el Regimiento 442 y 4.000 en tareas de inteligencia y la ocupación de Japón.
Una actitud contradictoria
A la distancia de 75 años, la actitud oficial en aquellos años fue cambiante, aprovechadora y de carácter esquizofrénico, como vimos: los ciudadanos japoneses americanos fueron enviados a campos de concentración por tres años, pero el Presidente los exhortaba a servir en el ejército durante la conflagración mundial.
Reconocieron su valor con condecoraciones (aunque tuvieron que pasar 40 años hasta que 20 héroes del regimiento 422 recibieron las Medallas al Valor, el máximo galardón existente, de manos del Presidente y con autorización del Congreso), pero no pudieron servir en la Marina, Armada, Fuerza Aérea o Guardia Costera.
Cuando hubo necesidad de una unidad valerosa, que luchó hasta las últimas consecuencias, pidieron el auxilio del Batallón 422 para rescatar al “Batallón Perdido”, pero los oficiales que comandan sus unidades eran blancos, porque desconfiaban.
Esta actitud continuó después de la guerra. Por años, varias organizaciones de veteranos de guerra, como la Legión Americana, se negaron a permitir la membresía de los ex soldados japoneses americanos . En consecuencia, estos formaron organizaciones propias, segregadas.
Tuvieron que pasar 43 años para que tenga lugar un cambio en la actitud oficial. El 10 de agosto de 1988, el presidente Ronald Reagan anunció que “estamos aquí para convertir un error en una verdad” y firma la ley que devuelve el honor e indemniza a los 60,000 sobrevivientes de los campos. Aquí está el video de la ocasión.
Los soldados latinos
El servicio militar sigue siendo para muchos latinos un lugar de verticalidad social, de oportunidades: la de representar a la patria, de gozar de cierto prestigio en sus familias, y de recibir algunos beneficios para el estudio o el trabajo ulterior.
El país ya no está en guerra. Desde 1973, no hay servicio militar obligatorio; es voluntario. Centenares de miles de latinos vistieron el uniforme. Uno de cada cuatro infantes de marina (Marines) en activo hoy es hispano.
Un documento del Departamento de Defensa afirma que cada año se enlistan más de 5,000 inmigrantes. Y según la organización pro inmigrante FWD.us hay alrededor de 45.000 inmigrantes en las Fuerzas Armadas en la actualidad.
Desde el 11 de septiembre de 2001, 109,250 miembros de las Fuerzas Armadas han obtenido su ciudadanía sirviendo a esta nación.
Según la ACLU, algunos soldados creen erróneamente que el hecho de servir en el ejército los convierte automáticamente en ciudadanos. Al descubrir la verdad, es demasiado tarde.
Pero no alcanza con haber servido al país honorablemente. La ley dispone que mala conducta – específicamente ciertas infracciones y delitos – conlleva automáticamente el rechazo a las solicitudes de ciudadanía y los abre a la deportación. El porcentaje de los soldados rechazados por esta regla es casi el doble que el de civiles en el mismo caso.
Cambios en leyes y regulaciones
Hasta 2006, las Fuerzas Armadas recibían a inmigrantes indocumentados. Aquel año, sus cinco ramas – Ejército, Fuerza Aérea, Armada, Infantes de Marina y Guardia Costera unificaron sus criterios para la admisión de soldados y decidieron requerir para ello la ciudadanía o residencia permanente (tarjeta verde).
En 2008 inició otro programa, promovido por el presidente George W. Bush, con similares objetivos: atraer a residentes legales no ciudadanos para tareas que requieren una especialización, como dominio del idioma Pashto o Farsi.
Bajo este programa, MAVNI, acrónimo de Military Accessions Vital to the National Interest, pasaron miles de inmigrantes enlistados. Los así reclutados podían solicitar la ciudadanía al terminar su Entrenamiento Básico de Combate (BCT).
En 2012 la burocracia federal detuvo el flujo de solicitudes de naturalización al prevenir indefinidamente el entrenamiento o despliegue de los soldados aspirantes. Esas eran las condiciones necesarias para calificar por el programa.
En 2014, se incorporaron al programa los indocumentados cuya solicitud de DACA había sido aprobada y que eran especialistas en ciertos idiomas (no el español).
El programa funcionó hasta 2016 con un máximo de 5,000 reclutamientos por año. Trump le puso fin, dejando en el limbo a unos 4,000 soldados que habían cumplido con los requisitos. De hecho, el entonces presidente canceló al proceso de naturalización para casi todos los residentes legales que servían en las Fuerzas Armadas. Durante su presidencia el número de veteranos naturalizados se desplomó cayendo en más del 70%. Solo 2.588 miembros del servicio se naturalizaron en 2019, en comparación con 8.885 en 2016.
En el tercer trimestre del año fiscal 2019, una de cada cinco solicitudes militares fue denegada, el doble de la tasa de denegaciones civiles.
Para aquellos que sí fueron admitidos en las unidades de combate pero en cuyas familias había inmigrantes indocumentados se creó en 2007 un programa conocido como Parole in Place (PIP), que en algunos casos puede posibilitar la legalización, y que sigue funcionando. PIP permite que ciertos familiares de personal militar permanezcan temporalmente en el país mientras solicitan la legalización.
Esperanzas truncadas
Como vemos, los requerimientos y oportunidades para los jóvenes latinos que quieren así servir al país han cambiado de manera constante. Esas oportunidades y los beneficios esperados fueron severamente cercenados a partir de la puesta en marcha de la Ley de Reforma de la Inmigración Ilegal y Responsabilidad de los Inmigrantes, conocida como IIRIRA y promulgada en 1996 por el entonces presidente Bill Clinton.
Entre otras cosas, determinó que los residentes legales permanentes podían ser sujetos a deportación. Al mismo tiempo, amplió dramáticamente aquellos delitos considerados crímenes agravados, los que podrían conducir a la deportación.
Desde entonces, Estados Unidos ha deportado a alrededor de 94,000 veteranos militares utilizando estos incisos. En su mayoría, latinos. Y sí, tenían un prontuario. La ley los castiga con severidad, más allá de la pena carcelaria que pueden algunos de ellos haber cumplido.
La mayoría de los deportados lo fueron por caer en el abuso y tráfico de drogas después de que se les dio de baja. También la mayoría son nacidos en México y vinieron a Estados Unidos de niños.
Trastorno de estrés postraumático
En muchos casos, se trata de veteranos altamente condecorados, que regresaron marcados con el trastorno de estrés postraumático y parcial o totalmente discapacitados, pero la ley no le permite al gobierno considerar su comportamiento ejemplar o acción bajo fuego al tomar la decisión,
Fueron deportados por delitos graves, pero también por cargos como alteración del orden público, conducir en estado de ebriedad, robo y varios otros delitos menores rebautizados como “delitos graves agravados”.
Varios centenares de soldados deportados viven aún en Tijuana, sobre la frontera con Estados Unidos, con la esperanza de algún día ser aceptados al país que todavía consideran propio. Por de pronto, esto no sucede, a menos que algún gobernador les conceda un perdón por el delito que cometieron.
Esto es lo que consiguió el soldado condecorado Héctor Barajas después de seis años de espera en la frontera, como narra Araceli Martínez en La Opinión.
Barajas, residente permanente por muchos años, fue deportado después de pasar un año en la cárcel por estar en un automóvil del cual se sucedieron disparos. En Tijuana creó la Casa de los Veteranos Deportados en Tijuana conocida como “El Búnker”. Aquí se puede leer su historia.
En abril de 2017, el entonces gobernador de California Jerry Brown lo perdonó, lo cual posibilitó su regreso y que se le devuelva su ciudadanía. Al año siguiente, Barajas se hizo ciudadano.
En 2021, el congresista Mike Takano presentó una propuesta de ley, la H.R.7946 o Ley de Reconocimiento del Servicio de Veteranos de 2022, que hubiera autorizado al Departamento de Seguridad Nacional (DHS) a otorgar el estatus de residente permanente legal a veteranos sujetos a deportación a menos que el individuo sea inadmisible por un delito grave (aggravated felony). y concedería estatus legal a quienes fueron deportados erróneamente. Desde diciembre pasado la propuesta está atascada en el Comité de Asuntos Judiciales.
¿Un país cauteloso o desagradecido?
Estados Unidos, sí, fue construido por inmigrantes. Demasiado a menudo, quienes llegaron en una ola migratoria una o dos generaciones antes que ellos rechazan las nuevas olas. Racismo, prejuicios, el temor a perder el empleo, el miedo a la gente que es distinta en sus costumbres, en el tono de su piel y el color de su cabello, en su vestimenta, en su lenguaje. Lo nuevo asusta y la reacción es muchas veces violenta.
Como vemos, tanto en el caso de los japoneses americanos como el de los inmigrantes latinos, el servicio militar e incluso el sacrificio máximo, la muerte en combate, no alcanzaron para cambiar esos prejuicios. Tanto en el nivel personal, de la mayoría blanca, como en las acciones de los gobiernos. Es hora de que esto cambie. Quizás el conocimiento de la historia, que esta serie pretendió proporcionar, ayude a cambiar esa actitud.
Este artículo fue apoyado en su totalidad, o en parte, por fondos proporcionados por el Estado de California y administrados por la Biblioteca del Estado de California.