Armas de fuego en Hermosa Beach

En agosto de 2008 recorrió el mundo la toma fotográfica de un hombre portando un fusil semiautomático AR-15 en la espalda, entre un gentío de personas desarmados.

La escena hubiese podido ser corriente si se tratara de, por ejemplo, una base militar. O un cuartel de capacitación policial. O quizás, un coto de caza.

Pero era el centro de la ciudad de Phoenix, Arizona, y a pocos metros de distancia estaba el Presidente de Estados Unidos Barack Obama, arengando a los participantes de una convención política.

El hombre, uno de una docena igualmente pertrechados, no pertenecía a ninguna escolta presidencial, servicio Secreto, FBI o policía local.

Era un manifestante contra el Presidente.

La ocasión: los arrebatos de furia derivados del debate por la reforma de salud, cuando se acusaba a sus proponentes de querer montar comités de ejecución de abuelas y demás idioteces.

Se trataba de un claro intento de intimidación, en el que se mostraba gráficamente el deseo de las hordas sujetas a una propaganda de un extremismo sin precedentes de que Obama no esté más.

Así de terrible.

El AR-15, versión acortada del M-16 que usé durante años durante mi servicio militar, es un arma de una estabilidad y precisión inigualables; tiene una recámara que admite cargadores de 30 y hasta 100 balas calibre 5.56 mm. Definitivamente, letal.

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Por ejemplo, fue utilizada en 1997 por dos asaltantes armados hasta los dientes que trataban de robar de un Bank of America en North Hollywood, un incidente famoso porque estas armas de los delincuentes eran superiores a las pistolas y revólveres de la policía.

En nuestro caso, el arma como se ve estaba cargada.

Se podría pensar que inmediatamente se le echaron encima al violento los agentes de seguridad personal del mandatario, junto con la policía local.

En cambio nada se hizo. Se le dejó ir. El hombre y sus secuaces no violaban ninguna ley. En Arizona, es permitido llevar armas de fuego abiertamente, en público, incluso letales como ese fusil. No se necesita permiso, el cual sí es requerido, absurdamente, si el fusil estuviese oculto.

Cuando los reporteros le preguntaron al sujeto, que también se negó a dar su nombre, el porqué de su acción, sólo contestó: «Es una de las libertades que todavía existen en Arizona».

Lo dijo con orgullo.

Y es que en Estados Unidos, el país desarrollado con el mayor índice de presos – cerca de dos millones – del mundo, para muchos portar armas de fuego se convirtió en su equivalente a la democracia.

La segunda enmienda a la Constitución dice:

A well regulated Militia, being necessary to the security of a free State, the right of the people to keep and bear Arms, shall not be infringed.

(Esta es la versión aprobada por el Congreso en 1870. La circulada y aprobada por los estados, necesario para pasar la enmienda constitucional, no tenía la primer coma, algo que como se puede ver cambia el sentido de la frase).

Aunque las circunstancias que dieron lugar a la enmienda ya no existen, se aferran a una interpretación que considera irrestricto e inalterable, cuasi religioso, el derecho de los residentes a portar ametralladoras.

Y a usarlas si el gobierno quisiese arrebatárselas.

El caso de Phoenix no fue único. Poco tiempo antes sucedió algo similar en otro mitín en New Hampshire. Un hombre con un revolver cargado atado a la pierna se presentó portando un cartel que decía: «It is time to water the tree of liberty», haciendo referencia a Thomas Jefferson’s:

«The tree of liberty must be refreshed from time to time with the blood of patriots and tyrants».

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Para mí, hay aquí un problema de sano juicio. O mejor dicho, la carencia del mismo.

Sin embargo, hasta ahora me decía que, por suerte, este exhibicionismo de armas de fuego es una expresión propia de bastiones del privilegio blanco. En lo personal, no tenía de qué preocuparme. Aquí en el sur de California no podría pasar.

Me equivoqué:

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Esta es una foto muy similar a la de Phoenix, sólo que el sujeto, Scott Brownlie, porta una carabina Colt M-4 (no cargada), otro primo del M-16 que aunque semiautomática puede disparar de dos a tres tiros juntos. Es utilizada por el ejército de Estados Unidos en operaciones de combate, como se puede ver aquí:

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El reciente sábado 10 de julio, quince miembros de South Bay Open Carry, un grupo creado un mes antes precisamente para eso, recorrieron las calles de Hermosa Beach portando fusiles y revólveres. Fueron como los boyscouts y juntaron la basura de la playa. ¿Para qué? Se trataba de un intento de tranquilizar a la gente sobre los riesgos de su acción.

Good luck.

¿Qué capacitación para usar armas tiene esta gente? ¿Tienen prontuario criminal? ¿Están de acuerdo en que es el momento de vertir sangre de «patriots and tyrants»? ¿Se llevan bien con sus cónyuges o están inmersos en un amargo conflicto? ¿Beben? ¿Consumen drogas? ¿Tienen antecedentes de enfermedades mentales?

Si usted y sus hijos veranean en las playas de Hermosa Beach y aparecen quince personas con fusiles y revólveres para llamar nuestra atención sobre lo pacífico y apacible de su actitud, ¿se siente más o menos seguro? Si uno de ellos le insulta, ¿se atreverá a confrontarlo?

Somos presa de una ideología comercializada por décadas y absorbida por mentes con valores infantiles, para quienes la proliferación de armas es algo bueno, porque son los buenos quienes usan armas «buenas» contra los malos en las películas de Hollywood. Para ellos, conceptos como ejecución extrajudicial son debilidades propias de mariquitas, comunistas o  liberales.

«El mero hecho de portar un arma no hace a uno un criminal», dijo Scott Brownlie, el de la foto.

«Cuando lleguen los criminales a Hermosa Beach, sabrán que la gente aquí se defenderá», escribe otro en un comentario por internet.

¿Ah, si? ¿Y cómo se defenderían estos hombres de «los criminales»? ¿Disparando contra alguien que esté robando un automóvil? ¿Contra un grupo de jóvenes de ‘apariencia criminal’ que corren en la calle? ¿Contra alguien que los confronta por un espacio de estacionamiento? ¿Cómo saben diferenciar?

Nuevamente, ¿cuál es el entrenamiento de esta gente?

¿Y, con qué derecho?

Aparentemente, con el que otorga la ley. En los  municipios de California que no lo prohiben, lo hecho por esta peligrosa gente es legal. Lo reafirmaron  recientemente varias resoluciones de la Suprema Corte de Justicia.

Finalmente, el Tribunal Supremo determinó que la segunda Enmienda efectivamente concede el derecho de la ciudadanía a comprar, poseer y portar armas de fuego en casi todas las circunstancias. Por el énfasis en «comprar», los fabricantes de armas lanzaron un suspiro de alivio. Estados Unidos es el país más armado del mundo. Saludos, Afganistán, Irak, Israel.

Ah, y la decisión de la Corte hace claro que ese derecho es inependiente de si el portador del arma es o no miembro de una «milicia». O sea, borrando esa línea de la Constitución.

Es finalmente interesante ubicar al movimiento Open Carry en el contexto de California. Residen y actúan, armados, en la zona de Hermosa Beach, una ciudad con un ingreso medio de $104,000 por familia.

El 91% de sus 20,000 habitantes  son blancos. Su población afroamericana es practicamente inexistente y la latina no llega al 5%. Allí es donde esperan encontrar apoyo. Sería interesante que viniesen aquí, al Este de Los Angeles, y viesen la reacción a su bravuconada de alguna familia que haya sido víctima de la violencia.

No por ser legal su acción hay que darles la bienvenida. Como dice otra comentarista, «las armas se usan para intimidar, amedrentar, abusar, matar, dañar a otras criaturas… no se necesita fusiles para levantar basura». Y agrega: «…me veré forzada a mudarme a una comunidad más civilizada y disciplinada».

Autor

  • Fundador y co-editor de HispanicLA. Editor en jefe del diario La Opinión en Los Ángeles hasta enero de 2021 y su actual Editor Emérito. Nació en Buenos Aires, Argentina, vivió en Israel y reside en Los Ángeles, California. Es periodista, bloguero, poeta, novelista y cuentista. Fue director editorial de Huffington Post Voces entre 2011 y 2014 y editor de noticias, también para La Opinión. Anteriormente, corresponsal de radio. -- Founder and co-editor of HispanicLA. Editor-in-chief of the newspaper La Opinión in Los Angeles until January 2021 and Editor Emeritus since then. Born in Buenos Aires, Argentina, lived in Israel and resides in Los Angeles, California. Journalist, blogger, poet, novelist and short story writer. He was editorial director of Huffington Post Voces between 2011 and 2014 and news editor, also for La Opinión. Previously, he was a radio correspondent.

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