Cuadernos de la Pandemia: Estados Unidos, ¿república bananera?
En una declaración de este 6 de enero, refiriéndose al asalto al Capitolio por los vándalos de Trump, el ex-presidente republicano George W. Bush dijo, “Esto es como los resultados de una elección son disputados en una república bananera —no en nuestra república democrática. Estoy asombrado de la conducta perniciosa de algunos líderes políticos desde la elección y por la falta de respeto mostrada hoy hacia nuestras instituciones, nuestras tradiciones, y nuestras fuerzas del orden”. Por su parte, la senadora republicana por Nebraska, Deb Fischer, dijo en Twitter, “Estos amotinados no tienen ningún derecho constitucional de dañar a las fuerzas del orden y asaltar nuestro Capitolio. Somos una nación de leyes, no una república bananera. Esto debe terminar ahora”.
Las expresiones de estos dos políticos (y los millones que están de acuerdo con ellos) ignoran que los países centroamericanos fueron convertidos desde finales del siglo XIX y hasta el presente en “repúblicas bananeras” por medio de la explotación económica de empresas como la United Fruit Company (UFCO) y su actual heredera Chiquita Brands. Para proteger este fabuloso negocio (considerado el modelo moderno del capitalismo salvaje en el mundo), los Estados Unidos patrocinaron el derrocamiento del presidente guatemalteco Jacobo Arbenz Guzmán, elegido democráticamente, e implantaron la dictadura militar del coronel Carlos Castillo Armas en 1954. Impusieron dictadores en Honduras, El Salvador, y Repúblicana Dominicana, a la vez que con otras excusas pero con la misma finalidad imperialista promovieron y apoyaron múltiples golpes de estado y dictaduras en otros países de América Latina como Brasil, Paraguay, Argentina, Bolivia, Perú, Haití, Uruguay y Chile. El expresidente George W. H. Bush, fue presidente de la compañía petrolera Zapata Offshore Co., que en 1969 compró la United Fruit Company, ambas compañías con fuertes vínculos con la CIA y con un infame legado en Centroamérica. De modo que las declaraciones de George W. Bush, hijo de quien fuera presidente de Zapata Offshore, no hacen otra cosa que apuntar a la culpabilidad de su familia en los atropellos cometidos en América Latina para defender a su propia multinacional y convertir a esos países en “repúblicas bananeras”.
Comparado con el asalto terrorista del 6 de enero en el Capitolio de Estados Unidos, lo que este país ha hecho en numerosos países latinoamericanos es prácticamente un juego de niños. Pero la gravedad de lo ocurrido en el Capitolio es de todos modos extrema para la imagen de un país que siempre se ha proyectado como la democracia ideal. La democracia en este país ha funcionado como la fachada del sistema supremacista blanco, pero nunca para las minorías étnicas, raciales y lingüísticas que se han mantenido históricamente en gran desventaja y falta de representación en la política, la economía, la educación, la cultura y los medios de comunicación. Lo que hemos visto en estos cuatro años es simplemente la manifestación tangible, la puesta sobre la mesa de una realidad nacional que recorre la vida de este país por cuatrocientos años. Lo que corresponde hacer para que este país se acerque a una verdadera democracia es destituir, enjuiciar y encarcelar al presidente 45 por sus numerosos delitos, entre ellos el liderar el asalto terrorista contra el Congreso donde murieron cuatro personas, decenas de policías fueron heridos y se puso en jaque la institucionalidad de la nación. Lo que corresponde hacer, si este país quiere ser una democracia de verdad, es denunciar su falso excepcionalismo, la condición mítica inculcada generación tras generación, de que este país es superior a todos los demás y que tiene la autoridad para ser la policía del mundo. Ese mito oculta la realidad histórica de todos los atropellos que este país ha cometido y sigue cometiendo contra países pequeños y vulnerables, a los que explota económicamente y a los que trata como subalternos e inferiores en América Latina, Asia y África.
La primera ocasión en ser usado el término despectivo “banana republic” para referirse a un país donde operaba la United Fruit Company es en la novela Cabbages and Kings, del escritor norteamericano O. Henry, publicada en 1904. Ciento dieciséis años después, las imágenes de la desecración del Capitolio por las turbas fanáticas de Trump, hacen lucir al imperio como una de sus propias repúblicas bananeras. Es la imagen en el espejo que le devuelve su propia cosecha de sabotaje e intervencionismo en numerosas naciones del mundo.