Cuadernos de la Pandemia / La mala jugada del racismo en los deportes en EE.UU.

En el siglo 20, y sobre todo a partir de su segunda mitad y hasta el día de hoy, las grandes asociaciones del deporte profesionalizado, han convertido la participación de deportistas afroestadounidenses y otros grupos racializados en un enorme y lucrativo negocio del capitalismo racial

“He ganado una medalla de oro, pero no significó nada,
porque no tenía el color de piel adecuado”.
                                                —Muhammad Alí, boxeador

La imagen de un muñeco con la figura del jugador brasileño de fútbol Vinicius Junior atado al cuello y colgando de un puente de Madrid, en mayo pasado, conmovió no solo al mundo del deporte sino a una gran parte de la sociedad global. Los ataques racistas contra Vinicius, que juega en el Real Madrid, no son los primeros que enfrenta, ni es tampoco el único jugador afro que los padece. El racismo y xenofobia contra los deportistas negros y latinoamericanos en España es habitual. Pero la oprobiosa agresión contra Vinicius ha servido para desatar una ola de denuncias sobre situaciones semejantes que ocurren de manera sistémica, no solo de parte de las barras bravas de fans, sino también dentro de los clubes y organizaciones deportivas. Los ataques y la discriminación racial, por supuesto, no son nuevos ni privativos de España. Desde los origenes mismos de los deportes organizados han sido parte de la historia de Europa, y de otras partes del mundo, incluyendo de manera preponderante a los Estados Unidos, donde es un problema arraigado, extendido prácticamente a todos los deportes.

Pocos días después de la criminal acometida racista contra Vinicius, la tenista afroestadounidense Sloane Stephens, ganadora del US Open en 2017, señaló que toda su vida ha tenido que afrontar ataques racistas contra ella. Stephens, como centenares de otros deportistas de grupos racializados, son objeto de acoso cada vez peores en las redes sociales. A pesar de que los administradores de las redes han creado programas para tratar de bloquear estas agresiones, la tenista observa que los atacantes encuentran formas de burlar dichos controles (1). Serena Williams, quien junto con su hermana Venus son las jugadoras de más alto perfil en el tenis profesional de los EE. UU., también ha denunciado los ataques racistas y la discriminación que junto a su hermana han enfrentado antes y después de ser famosas. En la edición británica de la revista Vogue indicó que como mujer negra “ha sido mal pagada [e] infravalorada”.

Serena Williams en el Australia Open de 2010. FOTO: Wikipedia

Williams ha sido sometida a más pruebas de drogas previas a los juegos que ninguna de sus contrapartes blancas; sus danzas de celebración han sido catalogadas como parte de la cultura de las pandillas; y cuando reclama por errores en su contra en el arbitraje se le cataloga como “una mujer negra airada”. Serena dice que en toda su carrera se le ha pagado consistentemente menos que a sus pares hombres o tenistas blancas y ha sido tratada por estándares diferentes y excluyentes, al punto de que las numerosas llamadas negativas de los jueces cuando jugaba una de las dos hermanas fue decisivo para crear la norma de revisión de jugadas en video de la Asociación de Tenis de los EE. UU. Serena, como su hermana Venus, eventualmente se hicieron activistas contra el racismo en los deportes y manifiestan su orgullo de representar “a las hermosas mujeres negras del mundo” (2).

Un caso reciente de gran resonancia mediática fue el de Brian Francisco Flores, afrolatino de padres hondureños nacido en Brooklyn, NY, entrenador en jefe del equipo de fútbol americano Miami Dolphins de 2019 a 2021. Flores llevó a su equipo a temporadas ganadoras en sus dos últimos años como entrenador, a pesar de que no logró remontar al equipo hasta una final. Poco después de ser despedido, en febrero de 2022, Flores presentó una demanda ante el Tribunal del Distrito Sur de Nueva York contra la NFL, los Denver Broncos, los Giants de New York y los Dolphins, acusándolos de discriminación racial. Flores indicó que según un mensaje de texto que le envió por error Bill Belichick, entrenador de los New England Patriots, y de reportes de prensa, los Giants de New York habían decidido de antemano contratar al canadiense-estadounidense Brian Daboll, antes que a un candidato minoritario como él. Flores apuntaba al incumplimiento de la Regla Rooney de la NFL que exige, si no igualdad, al menos oportunidades a candidatos minoritarios de ser entrevistados para una posible (aunque poco probable) contratación en posiciones gerenciales o de liderazgo en el campo de juego o en la administración.

Según Flores, los Giants ya habían decidido contratar a Daboll el 23 de enero, cuatro días antes de  la entrevista de trabajo que tenían programada con él. En la misma demanda, Flores alega que John Elway, gerente de los Denver Broncos, realizó una entrevista falsa con él, en la cual no había ningún interés real de contratarlo. Flores acusó asimismo al propietario de los Dolphins, Stephen Ross, de ofrecerle $100 mil dólares por cada juego que perdiera el equipo, a fin de darle mejores posibilidades de draft (proceso de selección de nuevos jugadores provenientes de las ligas de fútbol americano universitario) para la temporada siguiente. Según Flores, fue despedido como entrenador por negarse a las exigencias de Ross. La demanda exige no solo reparaciones personales sino también cambios de fondo en los métodos de contratación, retención de jugadores y personal administrativo, procesos de despido y justicia en los salarios de los empleados en todos los niveles. Dos afroestadounidenses, Steve Wilks, ex-entrenador en jefe de los Arizona Cardinals y Ray Horton, asistente de la NFL, se unieron a Flores en la demanda. En marzo pasado, la jueza afroestadounidense Valerie E. Caproni, concedió la demanda a través de arbitraje. El juicio está todavía pendiente de llevarse a cabo.

Flores, como otros jugadores y personal administrativo de la NFL han denunciado que las leyes de contratación de minorías son una mascarada. La Regla Rooney, aprobada por la NFL en 2003 requería que cada equipo con una vacante de entrenador en jefe entrevistara al menos a uno o más candidatos de grupos minoritarios antes de hacer una nueva contratación. La regla fue modificada en 2009 para incluir la contratación de gerentes generales y otras posiciones de poder, requiriendo que cada equipo entrevistara al menos dos candidatos externos de minorías raciales. En 2020, los dueños de equipos aprobaron una propuesta para recompensar a los equipos que ayudaran a desarrollar talentos entre las minorías para ser gerentes generales o entrenadores en jefe a través de la liga (3). Sin embargo, hasta el día de hoy el número de entrenadores en jefe, directivos de clubes o gerentes afroestadounidenses, latinos, asiáticos o de otros grupos, siguen siendo casi inexistentes.

Aunque el 70% de los jugadores actuales de la NFL pertenecen a minorías, sobre todo afros y afrolatinos, el 100% de los dueños de los clubes deportivos y más del 98% de los directivos y administradores son hombres blancos. Y a menudo, estos hombres multibillonarios son también dueños de otros clubes deportivos, como en el caso de Stan Kroenke, que además de ser dueño de Los Ángeles Rams de la NFL (fútbol americano) es propietario del Arsenal de la Premier League de Inglaterra (balompié), del Colorado Avalanche de la NHL (hockey) y de los Denver Nuggets de la NBA (baloncesto). Y la lista es extensa, según lo presenta un reporte de este año de la revista Forbes (4).

En el libro Baloncesto y racismo: una historia indisociable, escrito por el sociólogo español Pablo Muñoz Rojo, y publicado en enero de este año, el autor traza una historia reveladora de las prácticas racistas de la NBA (la asociación nacional masculina de baloncesto de los Estados Unidos) y la WNBA (la asociación nacional femenina de baloncesto). Además del recuento de casos de abierta discriminación racial contra jugadores, hombres y mujeres negros, Muñoz describe el sistema instituído en los Estados Unidos por medio del cual los jugadores que serán seleccionados para cada una de las dos ligas mayores deben primero pertenecer al equipo de baloncesto de su respectiva universidad.

Mark Sanford en un partido de baloncesto. FOTO: Wikipedia

En los años en que compiten con otras universidades no reciben ningún salario, pese a que sus universidades venden las entradas a los partidos y producen y venden mercancías que les representan millones de dólares en ganancias. La inmensa mayoría de los estudiantes que juegan en estos equipos de baloncesto universitario son afroestadounidenses, que de esa manera son explotados física y económicamente para el entretenimiento de multitudes.

De acuerdo a Muñoz, en el pasado los candidatos seleccionados por la NFL podían ser jugadores que daban el salto de la escuela secundaria a la liga profesional. Sin embargo, desde hace tiempo se les exige pasar al menos un año como jugadores amateurs en una universidad. “Con ese formato”, dice Muñoz, “las universidades se pelean por conseguir que los mejores jugadores de todos los institutos del país las elijan.  Ofrecen becas y minutos de juego, y venden triunfo, futuro y esperanza. Estos jugadores, que no pueden recibir remuneración por parte de las universidades al no ser una liga profesional, pasan a ser una suerte de obra gratuita”. Muñoz cita a Stan Van Gundy, ex-entrenador de los Detroit Pistons: “La gente que estuvo en contra de que los jugadores llegaran directamente desde el instituto inventó muchas excusas, pero en gran parte fue por racismo. Nunca he visto a nadie levantarse a protestar sobre las ligas menores de béisbol o hockey. Allí no gana muchísimo dinero y suelen ser chicos blancos, así que nadie tienen ningún problema. Pero de repente tienen a un chico negro que quiere salir del instituto y ganar millones y eso sí es una mala decisión. Mientras, saltarse la universidad para ganar 800 dólares al mes en una liga menor de béisbol es una buena decisión. Qué narices está pasando” (5).

El profesor, ministro bautista y escritor Michael Eric Dyson, publicó hace menos de dos años Entertaining Race. Performing Blackness in America, uno de los análisis más lúcidos y devastadores sobre las relaciones de la mayoría blanca estadounidense con la comunidad afro del país. En línea con el análisis de Pablo Muñoz Rojo, Dyson destaca que uno de los roles racistas asignados por la hegemonía blanca a los afroestadounidenses es el del entretenimiento. “Los negros”, señala Dyson, “fueron considerados como malos en la ciencia y la sociedad, mucho mejores en el canto y el baile, aunque de un carácter crudo e incivilizado, y mejores en los deportes y el sexo debido a que estas actividades demandaban poca motivación más allá del ejercicio de los músculos y la pasión”.

Dyson añade: “El estereotipo de que los negros en particular han nacido para cantar y bailar [y para los deportes] niega nuestra inteligencia creativa y alimenta el mito de que los negros y los blancos son inherentemente diferentes. Estos prejuicios hacen más fácil descartar la seriedad del arte negro y reduce a la población negra a la categoría de una raza para el entretenimiento ante los ojos y los oídos de los blancos. La comunidad negra se convierte así en una raza para el entretenimiento —en los barcos de esclavos, en las plantaciones donde los amos competían por tener a los actores más dotados y, más tarde, en libertad, cuando el entretenimiento negro ofrecía a los artistas negros una medida de independencia y recompensa financiera mientras su desempeño artístico era codiciado y explotado por el mundo blanco” (6).

En el siglo 20, y sobre todo a partir de su segunda mitad y hasta el día de hoy, las grandes asociaciones del deporte profesionalizado, han convertido también la participación de deportistas afroestadounidenses y otros grupos racializados en un enorme y lucrativo negocio del capitalismo racial. Es evidente que solo una absoluta minoría de jugadores negros llegan a adquirir una gran riqueza como resultado de su actividad deportiva; otro tanto ocurre en el mundo de la música, y en menor proporción en el cine, la televisión y las artes plásticas y escénicas. Pero sin duda, la desproporción más importante se da en el hecho de que, como se ha destacado, la práctica totalidad de los dueños de clubes deportivos, sus gerentes y personal en posiciones de poder son hombres blancos en todos los deportes organizados y lucrativos.

Por supuesto, como en todas las luchas contra el racismo y la discriminación en los Estados Unidos, los que han padecido y siguen padeciendo el racismo en el deporte han presentado una lucha y resistencia valerosa en una nación imperial. En décadas recientes recordamos al boxeador Muhammad Alí, quien se negó a ir a la guerra de Vietnam, alegando que los vietnamitas nunca lo había tratado de “negro de m…”, ni le habían hecho ningún daño. O el jugador de fútbol americano Bill Russell y sus compañeros negros de los Boston Celtics a quienes se les impidió cenar en un restaurante en Kentucky en 1961, y en su lugar decidieron boicotear el partido de esa noche no saliendo a la cancha. O la protesta internacional de los afroestadounidenses Tommie Smith y John Carlos en los Juegos Olímpicos en Ciudad de México en 1968, donde levantaron sus puños al aire para protestar contra el racismo en los Estados Unidos. O Colin Kaepernick y Eric Reid de los San Francisco 49ers, quienes fueron los primeros entre muchos otros afroestadounidenses en hincar la rodilla cada vez que sonaba el himno nacional previo a un juego para manifestar su oposición a las muertes y la brutalidad policial contra la población negra en el país. Este gesto les valió agresivos ataques verbales de Donald Trump. La serie documental Colin en blanco y negro, transmitida en Netflix, es una de las más contundentes que pueden verse sobre el racismo histórico y actual.

O los jugadores afroestadounidenses y latinos de la Major League Soccer, MLS, quienes previo a un juego en Orlando en julio de 2020 levantaron sus puños para expresar su solidaridad en contra del racismo en los deportes y en la sociedad norteamericana en general. O los jugadores afroestadounidenses de los Milwaukee Buck de la NBA que rehusaron jugar los playoffs en agosto de 2020 por el asesinato de Jacob Black a manos de la policía. En los días siguientes otros jugadores negros de otros equipos de la NBA tampoco salieron a jugar, siendo imitados de inmediato por jugadores de tenis, hockey sobre hielo, fútbol y béisbol. La demanda contra la NFL del hondureño afrolatino Brian Francisco Flores, mencionada anteriormente, es una de las más recientes reacciones públicas contra el racismo deportivo.

Como todas las batallas contra el racismo, la discriminación, la brutalidad policial y el ninguneo contra las minorías deportivas está lejos de estar disminuyendo. Desde siempre, el racismo sistémico se camufla aquí y allá bajo diferentes ropajes, que van desde la negación y la justificación, hasta las actitudes de condescendencia y fingida solidaridad que busca aquietar las aguas cada vez que estas se agitan para que todo siga igual. Un grupo creciente de deportistas minoritarios son conscientes del problema. Un problema que no se limita a un país como España, donde se agrede a deportistas como Vinicius Junior. Un problema de primer orden en un país como Estados Unidos que apunta con su dedo acusador a otras naciones mientras mantiene a sus minorías deportivas en un estatus de segunda clase, o como razas para su entretenimiento.

Fuentes citadas:

1) “Sloane Stephens says racist abuse of athletes is getting worse”. Reuters, 29 de mayo, 2023.
2) “Serena Williams On ‘Being The Voice That Millions Of People Don’t Have’”, por Olivia Singer. British Vogue, 4 noviembre, 2020.
3) “The Rooney Rule”. Football Operations. National Football League, NFL. Consultado el 4 de agosto, 2023.
4) “The World’s Most Valuable Sports Empires 2023”, por Mike Ozanian, Forbes. Jan. 24, 2023.
5) Baloncesto y racismo. Una historia indisociable, por Pablo Muñoz Rojo, enero 2023.
6) Entertaining Race: Performing Blackness in America, por Michael Eric Dyson, 2021.

Este artículo está respaldado en su totalidad o en parte por fondos proporcionados por el Estado de California, administrado por la Biblioteca del Estado de California en asociación con el Departamento de Servicios Sociales de California y la Comisión de California sobre Asuntos Estadounidenses Asiáticos e Isleños del Pacífico como parte del programa Stop the Hate. Para denunciar un incidente de odio o un delito de odio y obtener apoyo, vaya a CA vs Hate.

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Autor

  • Valentin González-Bohórquez es columnista de HispanicLA. Es un periodista cultural, poeta y profesor colombiano radicado en Los Ángeles, California. En su país natal escribió sobre temas culturales (literatura, arte, teatro, música) en el diario El Espectador, de Bogotá. Fue editor en Barcelona, España, de la revista literaria Página Abierta. Es autor, entre otros libros, de Exilio en Babilonia y otros cuentos; Historia de un rechazo; la colección de poemas Árbol temprano; La palabra en el camino; Patricio Symes, vida y obra de un pionero; y Una audiencia con el rey, publicados por distintas editoriales de Colombia, España y los Estados Unidos. Ha publicado numerosos ensayos sobre literatura y es co-autor, entre otros libros, de Otras voces. Nuevas identidades en la frontera sur de California (Editorial A Contracorriente, North Carolina State University, 2011), The Reptant Eagle. Essays on Carlos Fuentes and the Art of the Novel (Cambridge Scholars Publishing, 2015) y A History of Colombian Literature (Cambridge University Press, 2017). Es profesor de lengua y literaturas hispánicas en Pasadena City College, Calif.

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